Con dos guerras mundiales, adelantos tecnológicos y médicos, la explosión demográfica, el ecocidio del planeta, los viajes espaciales, el siglo XX dibujó una perspectiva angustiosa de la permanencia del ser humano en la Tierra y de su lugar en el cosmos. Sin embargo, el tema de la fugacidad de la vida es universal y nos acompaña desde que entendimos —al menos hasta donde creemos saber— que la muerte es el desenlace inevitable que a todos nos espera.
José Emilio Pacheco dedicó gran parte de su obra a expresar lo que él llama el “enigma irrepetible” que es cada minuto: la desconcertante rapidez con la que “el futuro se convierte en ayer”.
En su poemario No me preguntes cómo pasa el tiempo se manifiesta la atroz conciencia de la transitoriedad del mundo. Dicen los primeros versos de este libro:
Pertenezco a una era fugitiva, mundo que se
deshace ante mis ojos.
Piso una tierra firme que vientos y mareas
erosionaron antes de que pudiera
levantar su inventario.
Atrás quedan las ruinas cuyo esplendor
mis ojos nunca vieron. Ciudades comidas
por la selva, piedras mohosas en las
que no me reconozco.
Y enfrente la mutación del mar y tampoco en
las nuevas islas del océano hay un sitio en
que pueda reclinar la cabeza.
Sus habitantes miraron extrañados al náufrago
que preguntaba por los muertos.
Creí reconocer en las muchachas caras
que ya no existen, amores encendidos
para ahuyentar la frialdad de la vejez, la
cercanía del sepulcro.
Aunque en vida cada uno es distinto, la muerte no hace distinciones: ella es la gran unificadora. En el reino de la muerte todas las calaveras se parecen.
Lo transitorio implica cambio, pasar de un sitio a otro, percibir la transformación que da pie a nuestra existencia y la cuestiona. Somos los mismos y, sin embargo, cambiamos a cada segundo, incapaces de detener la metamorfosis que ejerce el tiempo.
En el poema breve que se titula “Antiguos compañeros se reúnen”, en dos versos Pacheco sentencia cómo, por desgracia, el cambio no garantiza mejoría. Puede ser también una forma de declive.
Ya somos todo aquello
contra lo que luchamos a los veinte años.
¿Qué es lo que hace que la historia de cada uno de nosotros se bifurque y tome un rumbo y no otro? ¿De qué dependen el fracaso o el éxito? ¿Cómo enfrentamos el hecho de que los días no vuelven? ¿Hasta dónde somos responsables de nosotros mismos? Lo vivido hoy es solo hoy.
Horas altas
En esta hora fugaz
hoy no es ayer
y aún parece muy lejos la mañana.
Hay un azoro múltiple,
extrañeza
de estar aquí, de ser
en un ahora tan feroz
que ni siquiera tiene fecha.
¿Son las últimas horas de este ayer
o el instante en que se abre otro mañana?
Se me ha perdido el mundo
y no sé cuándo
comienza el tiempo de empezar de nuevo.
Vamos a ciegas en la oscuridad,
caminamos sin rumbo por el fuego.
Recordar es el único antídoto contra el paso del tiempo, contra la impunidad del olvido. Recordar es la única certeza que tenemos de haber vivido, ya sea que permanezcamos en este planeta o nos lancemos a la conquista de otros mundos. Pero aquí, en los anillos de Saturno o más allá, el tiempo nos acechará.
Con autorización de la autora, publicamos este ensayo que forma parte del volumen José Emilio Pacheco, aproximaciones a la obra de un poeta (El Colegio Nacional, México, 2025).
Ese lugar de encuentro
Con presentación de Vicente Quirarte y prólogo de Rosa Beltrán, ‘José Emilio Pacheco. Aproximaciones a la obra de un poeta’ explora algunas de las zonas más visitadas por el autor de ‘Ciudad de la memoria’: la relación enfermiza del ser humano con los seres vivos, el oficio del traductor, el guion de cine como otra de las ocupaciones del polígrafo, los desastres naturales, la pasión libresca, el periodismo cultural, el lugar de encuentro que es la poesía. Se trata de un libro que reivindica la versatilidad y la actualidad de un escritor que supo eludir toda clasificación.
AQ / MCB