Cultura
  • Palabras atadas a la memoria: José Emilio Pacheco

  • Literatura

José Emilio Pacheco, 1939-2014. (Archivo)

Narrador, poeta, ensayista, cronista: su pluma fue capaz de transformar lo íntimo en memoria colectiva. Este texto recorre su legado literario y ético desde la lectura, la risa y la resistencia.

“Es medianoche a la mitad del siglo.

Todo es el huracán y el viento en fuga.

Todo nos interroga y recrimina.

Pero nada responde,

nada persiste contra el fluir del día.”

JEP

Ese día estreché su mano por primera vez, le dije con júbilo: “es una alegría enorme conocerlo, ¡lo admiro tanto!”. Respondió con sinceridad: “Lamento decepcionarte, me da vergüenza que me veas en este estado de decrepitud” (había comenzado a usar bastón después de una caída). Eran finales de noviembre de 2008, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Le ofrecí mi brazo para caminar, lo tomó con cuidado, con pena de apoyarse. En el stand de Ediciones Era dedicó libros por más de dos horas. Nos retiramos cuando la Feria ya había cerrado, atendió a todos sus lectores: “Necesito darles las gracias a cada uno personalmente, ¡hay tanto por leer!, es un milagro que escojan un libro mío.” En ese lapso de tiempo, su memoria prodigiosa, le permitió recordar con nombre y apellido a personas que había visto sólo una vez, platicar en un tono familiar, como si se vieran todos los días. En otros casos, retomó con precisión conversaciones de diez y quince años atrás.

Durante la cena todo fue risas ante frases como estas: “A quién leyó mi currículum le voy a pedir una copia, no tenía la menor idea de haber hecho todo eso, ¡ahora entiendo porque estoy así!”. “Los doctores me dicen: “está usted encorvado por una mala postura al leer y escribir,” si me hubiera dedicado a los deportes, a estas alturas tendría los huesos destrozados, no hay forma de darles gusto.”

Amó conversar, anécdotas, frases, datos, fluían en cascada con naturalidad deslumbrante. Su sensibilidad para captar la voz de todo tipo de personas: políticos, intelectuales, gente de barrio, hombres de empresa, adinerados o aspirantes a serlo, su aguda ironía, hacía de escucharlo un festín para reflexionar desde el gozo. Su sentido del humor pesimista, movía a la indignación o al asombro, pero la frustración se volvía liviana en medio de las carcajadas por citas como esta: “… y el presidente dijo: “ayer estábamos ante el abismo, hoy hemos dado un paso adelante.”

El tiempo: imaginar la vida

“Vivimos el presente

en función del mañana y el pasado.

Pero si el día no miente,

no estaré ya a tu lado

en otro tiempo que nació arrasado.”

JEP

Estaba convencido: “Quien nunca ha leído un cuento o una novela no sabe cómo y porque su vida es un relato”. Vivimos un presente continuo, pero la identidad, quienes creemos ser, es una historia contada por otros y nosotros mismos. En una conferencia José Emilio Pacheco advirtió: “Vivimos inmersos en un mundo de relatos, nos contamos quiénes somos, escuchar la radio es oír relatos, el periódico es una colección de relatos, y aquí una prueba de porque no debemos ser dogmáticos, ahora el nuevo y gran género literario de este momento son las series. Los guionistas de las series son de un talento extraordinario, capaces de gran calidad literaria ¡quién se hubiera imaginado esto!”.

Más de una vez habló de cómo el cuento y la novela son el territorio del tiempo: ahí viven pasado, presente, futuro. Afirmó: “Todo lo que vivimos fue inventado por alguien”. “Lo que llamamos “realidad” no puede ser entendida ni descrita, sólo imaginada.” Lo verosímil emana de quien cuenta, no de los sucesos, los hechos son ilógicos, absurdos, el sentido lo da quien interpreta, quien narra. Le obsesionaba la figura de Francisco I. Madero: “Es incomprensible para mí como un hombre informado, como Madero, aún cuando tenía conocimiento de las fechorías de Victoriano Huerta, le dio el control del ejército, si como escritor contara eso en una novela cualquiera diría: ¡es un tonto!”

Para José Emilio Pacheco el cuento y la novela son formas de conocimiento humano, posibles gracias a la memoria. Para él recordar es imaginar, somos producto del lenguaje y la imaginación, nos entendemos a través de historias. En sus cuentos y novelas más emblemáticos los recuerdos no se limitan a representar el pasado, interactúan con el presente, configuran la experiencia, son lo vivido, la vida misma. Le gustaba bromear con el éxito de Las batallas en el desierto, una y otra vez reiteró: “No es autobiografía, la gente me pregunta ¿cómo está su hermano?, no tengo ningún hermano, o ¿cómo le fue a su papá en los negocios? Todo es inventado, mis recuerdos me sirvieron para contar la ciudad de esos años, para lograr el contexto; pero la gente se identifica más con lo que inventé”.

Las emociones, los sentimientos, son reacciones, efectos de la percepción, se construyen gracias al contexto, con las creencias de quien narra. Las experiencias individuales y colectivas se retroalimentan, ¡inventamos la realidad y la creemos! Sonreía al decir: “Nos gustan los relatos quizá porque jamás conoceremos tanto a un ser humano como al personaje de un cuento o una novela. Sólo sabemos de los demás lo que quieren contarnos”. La memoria, las creencias, son cruciales para comprender el mundo, interno y externo, necesitamos contarnos historias, mentiras, para corroborarlo JEP solía citar a Pablo Picasso: "El arte es una mentira que nos permite comprender la verdad".

La poesía: el autodescubrimiento, la consciencia.

“Tenemos una sola cosa que describir:

este mundo.”

JEP

Dice Rosario Castellanos en una nota sobre la poesía de José Emilio Pacheco: “¿Qué sensación, qué vivencia suscita la verdadera poesía? Fundamentalmente el asombro. (…) nos devuelve a la significación originaria de las palabras, que tanto se corrompe con el uso”. “José Emilio busca sus linajes. Se emparenta con aquellos que atraviesan la noche con un sueño en las manos, con los que luchan contra lo que no es real, con los que se sienten responsables del día y saben que el pasado es suyo y que acaudillan su historia con su nombre”.

A través de la poesía de José Emilio Pacheco nos descubrimos, pone en palabras nuestras inquietudes, miedos, deseos, esperanzas, también nos confronta y porque no, nos hace reír. Decidió alejarse de la grandilocuencia, la ornamentación excesiva, para brindar un lenguaje claro, directo, sencillo, un espejo donde pueda mirarse cualquiera y brille aún más el significado:

Contraelegía
Mi único tema es lo que ya no está.
Sólo parezco hablar de lo perdido.
Mi punzante estribillo es nunca más.
Y sin embargo amo este cambio perpetuo,
este variar segundo tras segundo,
porque sin él lo que llamamos vida
sería de piedra.

Nos obliga a ver:

Séptimo sello
Y a poco fuimos devorando la tierra.
Emponzoñada ya hasta su raíz,
no queda un árbol
ni un vestigio de río.
El aire entero es podredumbre,
Los campos son océanos de basura.
Soy el último humano.
Sobreviví a la ruina de mi especie.
Puedo reinar sobre este mundo,
pero de qué me sirve.

Sin importar el correr del tiempo y generaciones, hay certezas universales:

Sucesión
Aunque renazca el Sol
los días no vuelven.

Esperanza

El futuro nunca lo vi:
se convirtió en ayer
cuando intentaba alcanzarlo.

Lo cotidiano es sublime, lo en apariencia simple, insignificante, nos revela el misterio en lo evidente:

Definición
La luz:
la piel del mundo.

Dragones
El que derrota al monstruo
y ocupa su lugar
se vuelve el monstruo.

Mario Vargas Llosa encerró en unas frases la experiencia del lector de la poesía de José Emilio Pacheco: “La poesía ayuda a vivir, es vida en sí misma y Pacheco afirma una y otra vez que la poesía contiene lo mejor del hombre y es una garantía contra la muerte”. Para dejar con suavidad el territorio de lo sublime y volver a poner los pies en la tierra, nada como la risa:

Autoanálisis
He cometido un error fatal
⎯ y lo peor de todo
es que no sé cuál.

El compromiso del escritor: una estética desde lo ético.

José Emilio Pacheco (1939-2014) captó la complejidad y la convirtió en algo sencillo de comprender. Visibiliza la contradicción como esencia de lo humano, porque es imposible encontrar la correspondencia exacta entre pensamiento y realidad, entre lo vivido y los acontecimientos tal como ocurrieron, todo es fugaz, todo pasa. Desde su claridad JEP hace sentir al lector inteligente, sensible. Insistía: “Mi mayor orgullo es cuando un texto ya no es mío, el lector se lo apropia y lo crea”. Su apuesta estética fue depurar, pulir, hacer poco pero mejor. Se propuso la excelencia, sin pretensiones, su mayor interés: enriquecer la experiencia de quien lo lee.

Esa estética exigía un enorme compromiso ético: identificar lo importante, respetar. Se interesó en todo, el testimonio más fiel es su famosa columna: Inventario. Nos comunicó: todo nos compete, somos responsables. Su estilo en la poesía y en la prosa nunca renuncia a la reflexión desde la sencillez. Tal vez por eso logró la magia de conectar a generaciones, personas, intereses en apariencia tan disímiles. Recuerdo varias lecturas públicas de su obra en la explanada del Zócalo, en la Ciudad de México, lectores heterogéneos, con libro en mano, hippies, punks, darks, estudiantes, señores de corbata, adolescentes, señoras con niños, mujeres vestidas con elegancia, artistas, todas, todes, todos, reían al unísono, hacían exclamaciones de asombro, ante pasajes de El principio del placer, Las batallas en el desierto, Rap del salmón, Monólogo del mono o Tenga para que se entretenga. Sin duda hay formas de tocar el alma de cualquiera, José Emilio Pacheco las conocía muy bien.

Leer a José Emilio Pacheco es llevar sus palabras atadas a la memoria. Nos conmueve sentirnos en sus poemas, contarnos en sus historias, asomarnos a la complejidad y aceptar las preguntas incómodas en ensayos y crónicas. Siempre será deseable, vital, tener al alcance de la consciencia muchas de sus sentencias, más en estos tiempos:

“El primero entre los valores sociales de la poesía es mantener en circulación el lenguaje porque solo mediante las palabras podemos aspirar a entender-nos y a entender el mundo.”

“El que piensa por todos prohibió pensar.”

“Sólo existe algo que no puede prohibir:

los sueños.”

En su funeral, en El Colegio Nacional, había filas de cientos de personas, querían despedir a quién les habló de sí mismos como nadie. Veía en sus manos, mientras esperaron con paciencia ¡horas!, para hacer una guardia ante su féretro, ejemplares no sólo de Las batallas en el desierto y El principio del placer, también de Tarde o temprano, No me preguntes cómo pasa el tiempo, Los elementos de la noche, Gota de lluvia, La edad de las tinieblas y más de sus libros. Al leer a José Emilio Pacheco nos sentimos llamados no sólo a contemplar el mundo, también a actuar. Su obra hace evidente la fragilidad, el caos, lo fugaz de la vida, es un recordatorio continuo de la importancia de resistir, respetar y cuidar.

AQ

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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