Cultura

Emilio Uranga: la conciencia mordaz que incomodó a todos

Entrevista

José Manuel Cuéllar Moreno recupera la faceta crítica del filósofo mexicano en ‘Herir en lo sensible’, un volumen que revela su vínculo con la literatura, el periodismo y los dilemas del poder.

José Manuel Cuéllar Moreno propone viajar con la imaginación y con la historia a la década de los 40 del siglo pasado, para comprender cómo se desarrollaba la filosofía mexicana y, en especial, la que protagonizó el Grupo Hiperión, en el que militó Emilio Uranga, de quien ya ha publicado cuatro libros.

El filósofo y narrador apunta en entrevista que la Universidad Nacional Autónoma de México no estaba en Ciudad Universitaria, sino en el centro. Y la facultad de Filosofía, “un hervidero intelectual en la época de oro de la filosofía mexicana” donde se formaba gente como Luis Villoro, Rosario Castellanos, Ricardo Guerra o Jorge Portilla, bullía en Ribera de San Cosme, en la colonial Casa de los Mascarones.

Entre otros exiliados por la Guerra Civil Española, José Gaos, discípulo directo de José Ortega y Gasset, tenía un seminario dedicado a traducir Ser y tiempo, de Martin Heidegger. Y entre los alumnos del asturiano se encontraba Emilio Uranga (1921-1988), de quien Cuéllar Moreno recuperó y recopiló tres décadas de ensayos y artículos literarios en Herir en lo sensible (Bonilla Artigas Editores, 2025), un volumen que le costó siete años de meterse a las hemerotecas y que a finales de mayo salió a la luz.

Aquellos jóvenes ya para 1947 empezaban a leer las novedades de filosofía que desembarcaban de Francia gracias a la Librería Francesa, que se encontraba en Paseo de la Reforma 12, con autores como los existencialistas Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Albert Camus o Maurice Merleau-Ponty.

Cuéllar Moreno cuenta que, en un departamento de la familia de Luis Villoro en la avenida Bucareli, se reunían a leer y a discutir las obras de los filósofos franceses y comienzan una rebelión en contra del magisterio de José Gaos y la ortodoxia heideggeriana. Se nombran Grupo Hiperión, con Uranga a la cabeza, Luis Villoro (padre del escritor Juan Villoro), Jorge Portilla, Ricardo Guerra (después esposo de Rosario Castellanos), Salvador Reyes Nevares, Fausto Vega y Gómez y, más adelante, Leopoldo Zea.

Se desata el fenómeno del existencialismo mexicano. ¿Qué significa que su postura haya sido existencialista? Pues que a la pregunta de qué es el mexicano, una pregunta nacionalista que entonces estaba en boga, responden que el mexicano no es nada”, expone Cuéllar Moreno, doctor en Filosofía.

Mientras estudiaba la licenciatura en la UNAM, se encontró con esos filósofos de mediados de siglo y “se enganchó” con Emilio Uranga y su libro de 1952 Análisis del ser del mexicano, que el autor dedicó a Octavio Paz, aunque hasta 1953 conoció al futuro premio Nobel de Literatura 1990. Y, a propósito de Nobeles, apunta que Uranga profetizó que Peter Handke ganaría el premio cuando pocos lo conocían.

“Uranga hace en Análisis del ser del mexicano una pregunta absolutamente provocadora: ¿Qué es el mexicano? Parece una trivialidad, pero Uranga y su generación hicieron de ese cuestionamiento el problema medular. Quedé fascinado por este libro. Y después me di cuenta que Uranga había sido más que un filósofo. También había sido un periodista político y, por supuesto, también un crítico literario, que es lo que recopila Herir en lo sensible. Pero todo lo que escribió fue a partir de la filosofía”, dice.

Maestro en Filosofía Contemporánea por la Universidad de Barcelona, Cuéllar Moreno ha enfocado buena parte de sus investigaciones a la obra de Uranga. En 2018, publicó La revolución inconclusa (Ariel), donde se ocupa de su faceta como asesor del entonces presidente Adolfo López Mateos en 1960. En 2021, reunió en La exquisita dolencia todos los ensayos que el filósofo dedicó al poeta Ramón López Velarde. Y transcribió el diario personal que Uranga redactó a mano en Alemania en 1955, que resultó en el volumen de 700 páginas Diario de Alemania, editado por Adolfo Castañón con Bonilla Artigas, sello del anterior y de Herir en lo sensible. Y ya está por sacar su biografía de Uranga.

“Uranga estelarizó, protagonizó un fenómeno de finales de los cuarenta, que fue el Grupo Hiperión. Y cuando hablamos del Grupo Hiperión, estamos hablando del existencialismo mexicano. En el existencialismo no hay determinismos; es una postura filosófica que rehuye a las etiquetas, a los absolutismos, a los fascismos. Y estos jóvenes inquietos, los hiperiones, utilizan el existencialismo como ariete en contra de este discurso folclorista del gobierno mexicano y del flamante PRI”, añade el también Premio Nacional de Novela José Revueltas 2014 por Ciudademéxico (Fondo Tierra Adentro).

Pero el Grupo Hiperión, “un grupo de buenos y malos amigos”, como recuerda Cuéllar Moreno que lo definía Emilio Uranga, se dispersó en 1952 con la llegada a la presidencia de Adolfo Ruiz Cortines. Villoro se fue a París; Uranga, a Alemania; Reyes Nevares y Zea se incorporaron al PRI o al gobierno.

Otro factor clave fue la mudanza de la facultad del festivo centro de la ciudad al pedregoso sur de Ciudad Universitaria. Y cambió la manera en que se hacía filosofía. Ya no era una filosofía de cafés, de billares, esa filosofía que se desarrollaba a la intemperie y en la plaza pública, literalmente, sino ya era una filosofía, para citar a Uranga, 'de paz batallona de los seminarios'”, lamenta Cuéllar Moreno.

¿Cómo pasó de estudiar a Uranga como filósofo a recopilar sus ensayos y artículos literarios?

Muy pronto me dediqué a investigar su faceta como periodista político, porque Uranga no se sentía a gusto en el aula. Para él, la filosofía no se tiene que dedicar a comentar libros, debe salir de los salones de clases, abandonar el letargo academicista, tratar con los problemas nacionales más urgentes, brindar al ciudadano herramientas para resolver sus problemas. No hace carrera docente, da el brinco a la palestra del periodismo político a finales de los 50 y va a ser asesor de 4 presidentes: Adolfo López Mateos (1958-64), Gustavo Díaz Ordaz (64-70), Luis Echeverría (70-76) y José López Portillo (76-82).

Estamos hablando de un pensador que estaba en proximidad candente con la realidad mexicana, estaba en contacto con sus circunstancias, las del nacionalismo revolucionario, las del presidencialismo, pero también estaba muy en contacto de los círculos literarios. Sus amigos personales fueron Juan José Arreola, Ricardo Garibay y Rubén Bonifaz Nuño, sólo por poner tres ejemplos. Y yendo yo a la hemeroteca, me di cuenta de que en sus columnas de periódico no sólo trataba temas políticos o filosóficos, sino que recurrentemente criticaba novelas que leía o volvía a sus obsesiones de juventud, a autores como Marcel Proust o Johann Wolfgang von Goethe. Y decidí que había que reunir todos estos escritos y reivindicar a Uranga como uno de los grandes críticos literarios del siglo XX.

¿Cuáles eran los intereses de Uranga en la literatura?

Uranga era un germanófilo, le encantaba y seguía muy de cerca la literatura alemana; también era hispanófilo, uno de los autores que encontramos en este libro es Miguel de Unamuno. Desde luego seguía de cerca lo que estaban haciendo sus coetáneos: Elena Poniatowska, Juan García Ponce, Carlos Fuentes, Fernando del Paso, además de los tres mencionados antes.

¿Cómo traslada su pensamiento filosófico hacia los ensayos y artículos literarios?

Uranga no veía una frontera entre literatura y filosofía. El tema en común es el estilo. Es decir, para él no sólo importa lo que dices, sino cómo lo dices. La filosofía es una cuestión literaria, de estilo. Por eso, para él cualquier problema filosófico también es un problema profundamente literario, además de que en su concepción la filosofía siempre tiene algo de diálogo, con sus circunstancias, con sus coetáneos; no es solamente una cuestión profesoril, no es algo que se enseña o que pueda confinarse en cuatro paredes. Por eso, para él es muy fácil dar el salto a la crítica literaria, siempre mordaz.

¿Qué diría que tienen en común estos artículos recopilados en Herir en lo sensible?

En primer lugar, el tono mordaz de Uranga. A él no le interesaba quedar bien con alguien, y esto se agradece hoy,, porque no solamente nos dice las verdades, sino que las aúlla. No le teme a tocar las fibras sensibles de los autores, de ahí el título, Herir en lo sensible. Es un autor al que le molesta mucho lo que hoy denominamos autoficción, estos documentos privados para consumo familiar. Él viene de una tradición existencialista para la cual la literatura, como cualquier manifestación artística, debe tener un profundo compromiso social. Y por ahí van sus críticas. Él no entiende la crítica solamente como desgranar el libro o captar ideas. Quiere entender el modo de ser de cada autor. La concepción del mundo de cada autor. Uranga se aproxima a los autores y piensa a través de ellos.

Reitero: Uranga viene de una tradición existencialista, para la que es bien importante el compromiso social de la obra literaria. Y esto se nota en las obras que comenta. Le molestaban mucho dos cosas: el culto a los autores, acompañado, lo cito, de 'la incuria de no leernos'; se da cuenta de este fenómeno que hasta la fecha existe, de cómo la adulación a un autor sustituye a la lectura y al estudio serio de ese autor. Y le molestaban también las autoficciones, como mencioné antes, porque éstas le rehuyen de alguna manera a las circunstancias y a este compromiso que para Emilio Uranga es bien importante.

¿Quiénes eran sus víctimas dentro de la literatura mexicana?

Primero sus amistades de juventud. El libro es un diálogo muy conmovedor con Garibay, siempre muy ambivalente porque el estilo de Uranga es un poco inasible, uno no puede estar siempre seguro de si está haciendo un elogio a secas o es un elogio revestido de cinismo. Ese es Uranga; siempre te queda el regusto de no saber si fue una crítica o un halago lo que está soltando. Tiene esta acidez. Y otros amigos: Arreola, Poniatowska, Archibaldo Burns, Del Paso, José Emilio Pacheco, aunque mucho menor. Y, dentro de los latinoamericanos, comenta mucho a Jorge Luis Borges y a Julio Cortázar.

¿Por qué dejó fuera de la recopilación los artículos de Emilio Uranga sobre Octavio Paz?

La relación entre Emilio Uranga y Octavio Paz siempre fue complicada. Uranga le dedica su libro de 1952 Análisis del ser del mexicano, y se conocen hasta septiembre de 1953, cuando Paz vuelve a México, y casi en seguida Emilio se va a estudiar a Friburgo. Para 1959 es director del suplemento Claridades literarias e invita a colaborar a Paz, pero viene una fuerte ruptura después de la matanza de Tlatelolco. Uranga no se adhiere a la disidencia de Paz; tampoco eso quiere decir que haya sido un apologeta de la represión estudiantil, condena con términos taxativos la represión estudiantil.

Pero es verdad que ese va a ser un punto de inflexión en la intelectualidad mexicana. Uranga acusa a Paz en una serie de artículos de dos cosas: de quererle sacar raja política a la desgracia de Tlatelolco. Y dos, no es una crítica directa a Paz, sino más bien a los seguidores Paz, a los muchos discípulos que revolotean alrededor de Octavio Paz. Eso le molestaba mucho a Uranga; que Paz ya no fuese solamente una figura literaria, sino una figura mediatizada por sus seguidores. Esos textos no los incluyo porque en realidad es una querella política, no muestran esta cara de crítico literario de Emilio Uranga.

Pero Octavio Paz reconocía el trabajo literario de Emilio Uranga.

Cuando Uranga fallece en 1988 y se le hace un homenaje en Bellas Artes, Octavio Paz dice una frase que recojo en la contraportada: “Uranga fue un excelente crítico literario. Lástima que haya escrito tan poco. Hubiera podido ser el gran crítico de nuestras letras: tenía gusto, cultura, penetración. Tal vez le faltaba otra cualidad indispensable: simpatía. Es necesario recoger sus escritos. Son parte de la cultura contemporánea de México”. Y esta consigna de Paz fue la que tuve en mente a la hora de juntar estos textos y probar que Octavio Paz tenía razón: Uranga pudo haber sido el gran crítico de nuestras letras.

Filósofo y estudioso de Emilio Uranga
José Manuel Cuéllar Moreno destaca la figura de Emilio Uranga y el desarrollo de la filosofía mexicana en el siglo XX. (Foto: Javier Narváez)

¿A qué atribuye que hasta ahora no hubo una recopilación de sus artículos literarios?

El primer obstáculo para armar este libro fue el propio Uranga. Siempre lo acompañó una voluntad de dispersión, no recogió sus textos, no los archivó, tampoco dejó discípulos, su obra estaba dispersa en periódicos. Me di a la tarea de ir a la Hemeroteca Nacional de la UNAM, y luego a otras como la Miguel Lerdo de Tejada, a hojear todos los periódicos y a recuperar sus columnas, que escribía de lunes a viernes. Estamos hablando de 100 o 200 artículos publicados por año; hay que ir armando todas las piezas del rompecabezas para tener su bibliografía completa. Y Emilio Uranga padece la tragedia de muchísimos otros filósofos mexicanos, incluso personajes monumentales como Antonio Caso o José Vasconcelos, que son tan grandes que uno pasa de lado y ni siquiera los lee. No solamente es un problema de Emilio Uranga, sino en general de la filosofía y de la historia mexicanas. Las tenemos en el olvido y hemos perdido ese suelo para nuestras discusiones actuales. Se suma que Uranga se ganó muchas enemistades y animadversiones, y que era un personaje incómodo y sigue siendo incómodo.

¿Dónde publicaba sus artículos literarios?

En los 60 tenía columna en La Prensa, el periódico más popular de México, y en los 70, en Revista de América, dirigida por Gregorio Ortega. También llegó a tener colaboraciones en El Universal, Excélsior y Novedades, y en otros periódicos de provincia menos conocidos.

Qué curioso. No imagino que un filósofo escriba hoy en La Prensa.

Sí, y publicaba cerca de las páginas centrales; es decir, en una posición muy destacada. Ahí uno se podía encontrar estas ideas filosóficas de Emilio Uranga, sorprendentemente, es verdad, en medio de muchos eventos noticiosos y de sociales y de nota roja.

¿Qué tanto influyó su relación con el PRI para que sus artículos quedaran sólo en periódicos?

Insisto en que quizás el principal factor es que él no guardó estas obras. Y también ha sido un poco el descuido de los filósofos mexicanos, que no los habíamos volteado a ver, a esta y a otras muchas figuras que quedan aún por rescatar. La filosofía mexicana, esto se nos olvida en la actualidad, se desarrollaba en los periódicos: Caso y Vasconcelos escribían en los periódicos, en las revistas; después juntaban estos artículos y sacaban libros. Si no vamos a las hemerotecas, nos perdemos por lo menos del 50 por ciento de lo que hacían nuestros filósofos. Es como un recelo de la filosofía mexicana que no ha querido ver que la filosofía no solamente se desarrolla en tratados, sino que hay otros formatos, y uno de los privilegiados es el artículo periodístico. Emilio Uranga tuvo muchos enemigos, pero los principales que ha tenido para ocultar su obra somos los investigadores de filosofía mexicanos.

¿Cómo encajaría Emilio Uranga en esta dictadura de clics, redes sociales y likes?

Cuesta trabajo imaginarse cómo sería o qué haría Emilio Uranga en la actualidad, siendo que su principal escenario eran las charlas y las columnas de periódico. Pero algo que sin duda sabría hacer en la actualidad sería agitar las aguas calmas, tanto de la política como de la inteligencia mexicana, a través de un tuit, un post, TikTok o de un artículo, de lo que fuese. Pero sí se cercioraría de que su voz sí fuese escuchada y pasaría su erudición luciferina. Se echa de menos este cinismo de Uranga, esta capacidad de soltar las verdades sin tapujos, pero siempre con la enorme inteligencia que lo respalda.

¿Qué artículos literarios de Uranga le entusiasmaron más a usted, que ya conocía su filosofía?

Todos los artículos sobre Borges me parecen muy interesantes, y más porque uno ve el desarrollo de una relación intelectual: cómo va de la fascinación absoluta a una especie de hartazgo y a una final anestesia e indiferencia. Incluso viajó a Buenos Aires a entrevistar a Borges, en Herir en lo sensible se incluyen las entrevistas. Otra relación absolutamente conmovedora es con Alfonso Reyes, mentor de Uranga; no solamente le dio recursos financieros para que pudiese viajar y continuar sus estudios, sino que Uranga adoptó las obsesiones de Reyes y las llevó hasta sus últimas consecuencias. Y esta obsesión tiene el nombre de Goethe. Todos los textos de Goethe son, en última instancia, un diálogo con Reyes.

También los artículos sobre Sartre cuando éste rechaza el premio Nobel o muere. Uranga, un lector desde su juventud de Sartre, aquí toma distancia, es como un mirar hacia atrás, es un diálogo, en última instancia, consigo mismo. También destaco los artículos dedicados a Juan José Arreola, particularmente uno de 1960 donde lo ataca muy severamente cuando Arreola era del Consejo del Centro Mexicano de Escritores y Uranga tenía beca ahí. También el que escribe sobre Salvador Novo. Uranga profetiza que Peter Hanke va a ganar el premio Nobel; cuando Hanke no era muy leído, si no es que nada conocido en México, Uranga pronóstica que ganará el Nobel, como en efecto lo ganó hace pocos años (2019).

A usted, como filósofo, ¿qué legado le deja Emilio Uranga?

En primer lugar, un modelo de filósofo. Muestra que hay una manera distinta de hacer filosofía en México y que los filósofos también podemos hacer valer nuestra voz en la plaza pública y que el filósofo no tiene que ser un erudito desengastado de la realidad, sino al contrario: el filósofo auténtico está volcado sobre sus circunstancias. Recuperar este espacio público para la filosofía actual es una de las misiones que nos deja Uranga. Y la otra gran lección, particularmente con este libro, es que la filosofía y la literatura no son disciplinas cerradas ni separadas entre sí, hay muchos puentes comunicantes. Y, a veces, estas verdades que no terminan de apresar los conceptos, una metáfora sí las puede aprender; de modo que la filosofía mexicana no tiene que darle espalda a la literatura, sino al contrario: un buen filósofo tiene que ser por fuerza un buen crítico literario, estar atento al estilo.

¿Alguien ocupa hoy la plaza vacante que dejó Uranga?

A Emilio Uranga lo veo como a una especie de mosquito socrático: era esa voz, a lo mejor esa voz disruptiva, que estaba siempre llamándonos a tomar conciencia. Y es esto también lo que necesitamos actualmente: esta voz filosófica que nos prevenga, que nos advierta de los discursos folcloristas sobre la mexicanidad, que nos advierta de esos momentos en el que la política se convierte en un cúmulo de eslogans vacíos. Todo eso es Emilio Uranga desde el existencialismo. Es un pensador que nos pone en primer plano la pregunta de qué significa ser del mexicano, más allá de cualquier intento cosificante, folclorista, de cualquier recogimiento nacionalista. Qué es el mexicano en esta época de segregación, de marginación es una pregunta que tenemos sobre la mesa. Creo que actualmente nadie se ocupa de esa labor, y ahí también está la importancia de recuperar a Emilio Uranga, que en sus mejores momentos llegó a ser la conciencia vigilante de la república. Hoy, la república no tiene esa conciencia vigilante, por eso tenemos que ver atrás y ver a nuestros maestros espirituales. Esa es la buena noticia: no estamos solos. Tenemos a grandes maestros espirituales que nos pueden enseñar a escribir bien.

¿Ser esa “conciencia vigilante de la república” no era contradictorio en Uranga al ser asesor de presidentes emanados del PRI más autoritario, el de Díaz Ordaz y de Echeverría?

Sí y no. Es decir, todo México y todos los mexicanos habitaron esa contradicción en el siglo XX o en gran parte del siglo XX, porque no había un afuera del PRI. Emilio Uranga decía reiteradamente que él era un consejero más, no un aconsejado, del presidente y que su pluma era todo menos una pluma mercenaria. Uranga no tuvo el poder de injerencia que tuvieron otros colegas suyos u otros periodistas. No hay que imaginarnos, esto es una caricatura, a un Carlos Denegri, por ejemplo, este personaje que ha sido recientemente rescatado por Enrique Serna en su novela El vendedor de silencio. Uranga nunca amasó la fortuna que amasaron otros personajes compuestos dentro del régimen. Y no hay ninguna constancia de que haya tenido alguna potestad sobre las decisiones presidenciales jamás. Otros colegas suyos, incluso filósofos, que quizás el propio Uranga miró con recelo si ocuparon puestos diplomáticos, puestos al interior de la Secretaría de Educación Pública. Este no fue para nada el caso de Emilio Uranga. De alguna manera, esta leyenda negra, de la cual él fue seguramente el propio artífice en alguna medida, es una, no sé si llamarle exageración, o por lo menos no hay fundamento visible.

AQ

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