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  • Juan José Millás: “Somos el resultado de nuestras fantasías y nuestros fantasmas”

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El escritor y periodista español Juan José Millás. (Fotografía: Octavio Hoyos)

En su más reciente novela, Juan José Millás vuelve a dos de sus obsesiones mayores: la identidad escindida y los límites borrosos entre realidad y fabulación.

En su más reciente obra, Ese imbécil va a escribir una novela, que este mes comenzará a circular en México bajo el sello de editorial Alfaguara, el escritor español Juan José Millás (Valencia, 1946) se sitúa, mediante un alter ego que lleva su propio nombre, como protagonista de una historia que oscila de manera tan natural como sorprendente entre la niñez y la madurez, mientras reflexiona sobre la juventud y la vejez, sobre la identidad escindida y los límites entre la realidad y la fantasía, con una hondura reflexiva cargada de un humor que, como admite en entrevista con Laberinto, es algo involuntario y un efecto colateral que seguramente tiene que ver con su manera de ver el mundo. Echa mano del pensamiento paradójico y la ironía, dos técnicas, afirma, “que provocan la risa frente al patetismo del ser humano, un ser súper paradójico”.

Autor de libros como El jardín vacío, El desorden de tu nombre, La soledad era esto, No mires debajo de la cama, Desde la sombra, La vida a ratos o Solo humo, Juan José Millás considera que Ese imbécil va a escribir una novela es una obra que, ante todo, busca un equilibrio entre la acción y la reflexión, un equilibrio pautado por una escritura cuyas digresiones recuerdan lo que Sergio Pitol llamaba “el arte de la fuga”.

“Creo que aquella novela en la que no haya reflexión”, dice Millás, “es una novela que puede entretenerte y divertir, pero que de seguro, si la has leído en un tren, la abandonarás en el asiento cuando llegues a tu destino. Así que para mí la novela ideal es aquella en la que la acción y la reflexión, y la reflexión sobre la acción, están equilibradas. En mi novela ocurren cosas, hay una acción, un arco argumental, pero al mismo tiempo hay una reflexión que no siempre es explícita, que a veces está encapsulada, sobre lo que está pasando. Y estos dos ingredientes, desde mi punto de vista, son los dos puntales de una novela. Eso que usted llama digresiones o, citando a Pitol, el arte de la fuga, en este caso está presente mediante un aparato reflexivo que toda novela debe tener y que con mucha frecuencia está encapsulado en la propia acción. Lo cierto es que toda novela que no contenga esos aspectos podrá ser una novela muy entretenida, pero si al acabar de leerla tu mundo o tu mirada no ha cambiado en algo, es una novela que no va más allá del interés de un crucigrama. Esto se entiende muy bien si comparamos la distinción que se ha hecho entre la “novela problema”, cuya máxima exponente podría ser Agatha Christie, donde el placer es parecido al de resolver un crucigrama, pues tratas de adivinar quién es el asesino antes de que la autora lo resuelva. Digamos que ahí la sangre no mancha. Comparando ese tipo de novelas con la novela negra norteamericana, donde además de haber crímenes hay una reflexión sobre el crimen, encuentras un tipo de obra muy distinta: además de acción, hay reflexión”.

Es un poco lo que presenta cuando dice que las novelas con argumento son como los pisos de tres habitaciones y dos baños que construyen los arquitectos en las periferias de las ciudades, y con las que se gana el Premio Planeta.

Sí, un poco, en el sentido de que esos pisos de tres habitaciones serían el modelo estándar. Son pisos donde no encontrarás un cuarto secreto.

Y también dice, citando a Robert Musil, que “el argumento es la sombra de la novela como el dolor es la sombra de la enfermedad. Y no se puede vivir sin sombra. Ni sin dolor”.

El argumento, desde posiciones supuestamente vanguardistas, ha estado muy atacado; es como la figuración en la pintura, que también ha sido atacada desde la abstracción. A mí me gusta mucho esa cita de Musil. Hay una novela fantástica, muy conocida, El hombre que perdió su sombra [de Adelbert von Chamisso], sobre un hombre que vende su sombra al diablo creyendo que el diablo está haciendo un mal negocio, pues a cambio de su sombra le da una bolsa de deseos, pero se da cuenta de que la vida sin sombra es una tortura. Así que la novela sin argumento es una novela sin sombra; es decir, una tortura. El propio Borges se refiere a novelas en las que el argumento está muy diluido y les niega el estatus de novelas. Dice que son más bien entretenimientos verbales; es decir, que tienen cierto interés desde el punto de vista de la construcción verbal, pero les niega el estatus de novela. La metamorfosis, de Kafka, cabe decir que es puro argumento, porque empieza con un hombre que se ha convertido en un insecto, lo que da ya una carga argumental tremenda, pero es un argumento en el que está encapsulada una carga reflexiva brutal. Por eso La metamorfosis, siendo una novela en apariencia tan simple, es una de las novelas que mejor ha contado el siglo XX y que lleva camino de ser la que mejor cuente el siglo XXI.

¿Considera que necesitamos más pensamiento racional que relatos cargados de emoción?

Eso lo dice un personaje en Ese imbécil va a escribir una novela. Yo creo que, pensando en lo que decía sobre la reflexión y la acción, el pensamiento racional y el pensamiento emocional deben estar equilibrados. No es bueno que el orden del mundo se mueva por un pensamiento excesivamente racionalista o por pura descarga emocional. Creo que el ser humano está dotado de esas dos dimensiones y deben llegar a acuerdos para mantener un equilibrio soportable.

Hay un tema fundamental en esta novela, y es el de la identidad, tema nuclear en toda su obra.

Sin duda. El tema de la identidad y hasta qué punto somos dueños de un yo o un yo es dueño de nosotros. Esa sería la gran pregunta que flota en toda la novela. Si el yo es una construcción, de lo cual no hay duda, en qué medida esa construcción es propia o en qué medida es una construcción de los otros. Dicho en otras palabras: en qué medida hablamos o en qué medida somos hablados.

En este punto, entra otro elemento que podemos vincular con la identidad, y es el del intruso, ese ser que nos pone en contacto con nuestra sombra y nos enfrenta a lo que no controlamos, a lo inesperado, como apunta en su novela.

Ese intruso está afuera, pero metaforizando al intruso que no está afuera y que llevamos dentro, y que seguramente ordena nuestra vida. Creemos ingenuamente que el yo toma las decisiones, pero las decisiones las toma el inconsciente, y este inconsciente es el intruso, el que se asoma por una rendija y toma decisiones que creemos que tomamos. El intruso, en cierto modo, es el responsable de nuestro destino.

De ahí que el narrador encuentre siempre un doblez, algo que está más allá, incluso una atmósfera neblinosa. ¿Es ese el paisaje que ha elegido para esta novela?

Claro. Es una novela que está llena de dualidades. Donde aparece una cosa, aparece su contraria, porque eso representa la propia vida. Antes hemos dicho que el ser humano está dotado de lo racional y lo emocional. Ahí tenemos ya una dualidad brutal, porque a veces nos dejamos llevar por las emociones cuando deberíamos dejarnos llevar por la razón, y al revés. Es decir, el ser humano es un ser dual, dividido, un ser herido, porque es el único ser de la naturaleza que tiene conciencia de sí mismo, el único que sabe que va a morir. Y esa es una gran dualidad: ser al mismo tiempo naturaleza y autoconciencia. Así que a lo largo de toda la novela he querido que aparezca una cosa y su contraria, representadas por la cabeza física del personaje, que es mi alter ego, y por la cabeza invisible que él imagina, un poco la figura del amigo invisible de muchos niños. Así que toda la novela está marcada por esa herida, por esa escisión.

¿Podemos comparar el inicio de esta novela con lo que hace Kafka en La metamorfosis, ya que usted arranca presentando a un ser de dos cabezas, una especie de monstruo?

No. La novela de Kafka arranca con un ser que se ha convertido literalmente en un insecto, algo que metaforiza muchas cosas, pero es un comienzo de literatura fantástica. En el caso de mi personaje, no es que tenga dos cabezas literales, sino que tiene una cabeza real y otra imaginada.

Ese imbécil va a escribir una novela, libro de Juan José Millás publicado en 2025 sobre juventud, vejez, fantasía y realidad, con reflexión y humor. Alfaguara
Portada de ‘Ese imbécil va a escribir una novela’, de Juan José Millás. (Alfaguara)

La novela está cargada de humor, de un humor ácido y mucha ironía. Por otro lado, hay algunas historias dentro de la historia que introduce de manera sutil. Háblenos de ello.

Siempre lo digo: yo no pretendo hacer humor, es algo involuntario y un efecto colateral que seguramente tiene que ver con mi modo de acercarme a la realidad. Utilizo el pensamiento paradójico y la ironía, y estas dos técnicas provocan la risa frente al patetismo del ser humano, un ser súper paradójico. Cuando era más joven y me hablaban de esto, me ofendía un poco y preguntaba por qué se habían reído cuando yo hablaba de cosas muy dramáticas. En cuanto a las historias dentro de la historia, que son como cajas dentro de una gran caja, hacen un poco la función de un doble fondo, del inconsciente, de lo que está detrás, de la trastienda, de la cabeza invisible, de aquello que desde las sombras controla nuestras vidas.

El narrador habla de un reportaje en el cual se instala como en un país extranjero. ¿Es la novela un país extranjero en el que se instala usted como autor?

Más que un país extranjero, yo diría que la novela es un refugio. Cuando estoy escribiendo una novela, que me lleva dos, tres o cuatro años, el sentimiento que tengo es el de poseer una especie de apartamento secreto en el que entro tres o cuatro horas al día y nadie más entra ahí. Nadie sabe dónde está ese apartamento. Es un refugio, un sótano, un espacio cerrado del que solo yo tengo la llave. Por eso, cuando termino una novela, lo que hago es cerrar la puerta y tirar la llave, y al tirar la llave me quedo a la intemperie, hasta que comienzo a escribir otra novela.

Escribe usted que gran parte de las relaciones sociales se tejen sobre supuestos que no son. “Lo que no es ocupa en la existencia de los seres humanos más espacio que lo que es”. ¿Esto vale para el momento histórico que estamos viviendo?

Es que somos el resultado de nuestras fantasías y nuestros fantasmas. Por eso lo que no es ocupa más espacio que lo que es. Ahora mismo acabo de ver un telediario donde se informaba que Donald Trump le cambió recientemente el nombre al Ministerio de Defensa para llamarlo Ministerio de la Guerra. Eso se debe a las fantasías, a los fantasmas que hay detrás de la cabeza de este loco. Así que lo que no es, lo que no aparece, lo que no se manifiesta, es responsable de lo que se manifiesta.

AQ

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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