Cuando hablamos de reforestación, hacemos referencia a las actividades de restaurar y volver productivas las áreas deforestadas y degradadas por las acciones antropogénicas y naturales. La reforestación es definida por la Comisión Nacional Forestal (Conafor, 2010) como el conjunto de actividades que comprende la planeación, la operación, el control y la supervisión de todos los procesos involucrados en la plantación de árboles; por lo tanto, podemos determinar que una reforestación es una actividad que consiste en plantar árboles en áreas donde se han perdido o degradado los ecosistemas forestales.
El objetivo de la reforestación es mantener en buen estado el ambiente natural y los recursos que son esenciales e importantes para la vida, entre los cuales se pueden mencionar: el agua, el aire y el suelo (Molina, 2019). Pero además de estos objetivos también podemos mencionar que los silvicultores realizan estas actividades como una obligación comprometida con la autoridad para mantener la cobertura forestal, teniendo a la silvicultura como una actividad generadora de empleos y la generación de bosques y masas forestales para la generación de madera, que permite cubrir las necesidades de la sociedad.
La FAO (2024) menciona que la reforestación puede contribuir a aumentar la humedad en la atmósfera y beneficiar los mantos acuíferos de varias maneras:
Evapotranspiración: los árboles, a través de sus hojas, liberan vapor de agua a la atmósfera en un proceso conocido como transpiración. Este vapor de agua contribuye a aumentar la humedad ambiental y puede favorecer la formación de nubes y la posterior precipitación. Mejora del clima local: los bosques regulan el clima a nivel local, proporcionando sombra, reduciendo la temperatura y aumentando la humedad del aire. Esto tiene un impacto positivo en la calidad de vida de las personas que viven cerca de áreas reforestadas. Ciclo del agua: los árboles actúan como reguladores naturales del ciclo del agua. Sus raíces absorben el agua del suelo, que luego es liberada a través de la transpiración. Esta agua se evapora y se convierte en vapor de agua en la atmósfera, formando nubes y eventualmente precipitando como lluvia. La lluvia recarga los mantos acuíferos, asegurando un suministro constante de agua subterránea. Captura de carbono: los árboles absorben dióxido de carbono de la atmósfera y lo convierten en oxígeno a través de la fotosíntesis. Al aumentar la cantidad de árboles, se reduce la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera y se ayuda a combatir el cambio climático. Protección de cuencas hidrográficas: los bosques actúan como esponjas naturales, absorbiendo y filtrando el agua de lluvia. Esto ayuda a prevenir la erosión del suelo y a evitar que los sedimentos y contaminantes lleguen a los cuerpos de agua, protegiendo así la calidad de los mantos acuíferos. Conservación de la biodiversidad: los bosques son hogar de una gran variedad de especies de plantas y animales. Al reforestar, se crea un hábitat propicio para la vida silvestre y se contribuye a la conservación de la biodiversidad. Recarga de acuíferos: los árboles también contribuyen a la recarga de los mantos acuíferos al capturar el agua de lluvia en sus hojas y troncos, y luego liberarla gradualmente al suelo. Esta agua se filtra a través del suelo y se infiltra en los acuíferos, aumentando su nivel y disponibilidad.
En conclusión, en una reforestación se debe de identificar el tipo de ecosistema existente de la zona donde se pretende realizar esta actividad, lo más recomendable es evitar la reforestación con plantas exóticas y plantas que no pertenecen a estos ecosistemas, para evitar el desplazamiento de la vegetación nativa y afectación de la fauna silvestre.
Ángel Fernando López Barrios