¿Alguna vez han sentido una extraña sensación de tristeza porque un programa de televisión, una serie en este caso, llega a su fin y con ello una rutina especial en nuestra vida, un encuentro con personajes que ya se sentían como amigos y que difícilmente volveremos a ver juntos?
Eso me pasó este fin de semana con The Good Place, que aunque en Estados Unidos se transmitía por televisión abierta, aquí la podemos ver por Netflix, aunque hasta ahora teníamos que esperar una semana por cada breve capítulo de cada una de sus cuatro temporadas.
Sé que esto nos ha pasado con varias series que tienen el valor de terminar en su mejor momento. Sin duda, Friends y Seinfeld, por las cuales sus protagonistas renunciaron a varios millones de dólares (en el caso de Jerry, ciento de millones con el tiempo) con tal de cerrar un ciclo de manera entrañable y que así sería recordada y vista para siempre. Lo mismo con The Big Bang Theory. Luego hay casos como Grey’s Anatomy, que actúa como telenovela gringa soap opera y que no tiene para cuándo terminar (o hasta que Ellen Pompeo, Meredith Grey) ya no quiera, pero ahí ya es costumbre. No es de impacto (¿cuántas veces puedes matar al personajes que quieres hasta que aprendes a crear una distancia?). Y La ley y el orden, que es la costumbre que queda de ese legado y gran formato.
¿Entonces, por qué dolió un poquito decirle adiós a The Good Place? Primero que nada por el increíble y maravilloso demonio que interpretaba Ted Danson. Muchas que vivimos la televisión ochentera lo recordamos como el ex adicto jugador de futbol, cantinero galán en Cheers. Una de las mejores series de todos los tiempos (por favor, jamás reproducir a menos que sea con el elenco original 35 años después).
También está el absoluto encanto de Kristen Bell, quien desde Verónica Mars hasta Sarah Marshall nunca ha fallado con su frescura y timing. ¿Pero saben que es lo que más voy a extrañar? Que la sitcom, que hacían en los Estudios Universal de California, era en todos los sentidos un tratado de filosofía y un constante desafía a la idea de que el público no es inteligente, particularmente al que ve y ama a las sitcoms.
Por supuesto que se requirió de una serie de mentes brillantes para responder de manera divertida y fresca todas las grandes incógnitas del sentido de la vida, que pasa después de la muerte, la diferencia entre el bien y el mal y sobre todo, ¿qué es la eternidad? Miren, si no la han visto los envidio un poco, porque ahí está completa y se la pueden aventar volando. Pero yo estoy segura de que en un año o dos volveré, después de haber leído a algunos de los filósofos que mencionaron y entenderé muchas capas más de la comedia que parecía simplona a más no poder. Vaya error. Que absolutamente hermosa y esperanzadora comedia.
Twitter: @SusanaMoscatel