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Yo elegí esta vida

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  • Sophia Huett

Elegí esta vida, con sus distintas facetas de alegría y triunfos, pero también de tristezas y decepciones. Mi familia era comerciante. Durante el bachillerato, después de clases, distribuía abarrotes en comunidades apartadas, sobre caminos de terracería y lodazales, que a veces necesitaban hasta cuatro horas de camino.

Otro de los retos era la delincuencia. Una de las veces que me los topé, pusieron troncos en el camino que evadí con un saldo de varios disparos de fuego en mi vehículo. Mis papás decidieron ya no salir y solo vender en mostrador.

Tiempo después me enviaron a la ciudad de Oaxaca a estudiar a la universidad. Yo no estaba muy convencido porque visualizaba que mi caminoera aquel que hiciera sentir a las personas más seguras.

En el cuarto semestre de Contaduría abandoné la carrera para inscribirme en una convocatoria de la Policía Federal Preventiva. Tras dos intentos de ingreso y la oposición de mi madre, logré ser parte de la institución.

A mediados de junio de 2017, el oficial Olvera y yo regresábamos del servicio tras inspeccionar las condiciones del camino en Oaxaca porque las lluvias colapsaron algunas carreteras. Circulábamos por la carretera nacional Oaxaca-Tehuantepec, rumbo a la capital, cuando vimos una camioneta roja que, aunque pudo pasar desapercibida, detectamos de inmediato varias irregularidades.

Le marcamos el alto, lo que atendió, pero al descender de nuestra patrulla, sus tres integrantes nos agredieron con armas de fuego. Al repeler la agresión, recibí un disparo a la altura del abdomen y sufrí otras heridas por las balas.

Por nuestra rápida reacción, dos de los ocupantes resultaron heridos y huyeron arrastrándose hacia la maleza. Al acercarnos al vehículo agresor, observamos que el tercer delincuente se encontraba sin vida, con un arma de fuego entre las piernas. Estábamos a dos horas de la capital, en la “zona muerta”, sin señal de radio o teléfono.

Nos dirigimos al poblado de Totolapan, el más cercano a buscar atención médica. En la clínica local nos dijeron que no tenían equipo y ofrecieron llevarnos en una “ambulancia” a Tlacolula de Matamoros. El dolor era cada vez más intenso, tenía miedo de faltarle a mis hijas y le imploré a Dios que me diera la oportunidad de regresar a casa.

Tras cuarenta minutos, la ambulancia se detuvo y me pasaron a otra, esta vez de la Cruz Roja, para llevarme a la ciudad de Oaxaca. Había perdido mucha sangre y estaba grave. Estuve consciente hasta llegar al hospital y de pronto, me desvanecí. Una semana después recobré el conocimiento.

El primero de julio del 2017, el doctor José Manuel Ceja, experimentado gastroenterólogo, me dio de alta. Me dijo que hizo lo que estuvo en sus manos y que lo demás fueron mis ganas de vivir. Con voz pausada me despidió diciéndome: “Ve a casa y dale gracias a quien le tengas fe. Sé agradecido”.

Volver a ver a mis hijas fue un momento muy especial. La menor no me reconoció, sino hasta que su hermana le dijo “sí, sí es papá, lo reconozco por su cabeza”. 

Relato basado en la colaboración del Oficial Niño


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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