Uno de mis sueños era analizar escenas del crimen. Y ese sueño se logró cuando ingresé a la Coordinación de Criminalística de la Policía. Se nos asignó un servicio en Chiapas y llegamos directo a la estación de Tuxtla Gutiérrez, para luego viajar seis horas más por carretera hacia Tapachula. Uniformados, acalorados y cansados, salimos a las tres de la mañana. Nos dijeron que era un asunto urgente y tal vez delicado. Llegamos a Tapachula, eran casi las nueve de la mañana cuando nos presentamos ante el Agente del Ministerio Público.
Se trataba de un camión de pasajeros que había sido puesto a disposición una semana antes, se necesitaba la última inspección y procesamiento técnico para generar el dictamen en criminalística de campo. Iniciamos en el orden requerido nuestras tareas: recorrimos cada punto del autobús, fijamos fotográficamente en varios planos, a cuatro posiciones y en detalle aquellas zonas consideradas críticas. Abrimos puertas y compuertas, revisamos asientos, baños, descansabrazos, un mueble trasero de cafetería e incluso el motor. Terminamos la revisión, hicimos la descripción y los reportes requeridos; todo apuntaba a una diligencia de rutina. Pero en la última verificación para la toma fotográfica del mueble de cafetería de la parte trasera entre los dos baños, un movimiento nos hizo escuchar que sonaba hueco y eso hizo sospechar a mi compañero de Seguridad Regional.
Con su experiencia, dio unos ligeros golpes con un tubo y fue más claro que el mueble sonaba diferente respecto a otras zonas. Quitamos la cubierta del piso y encontramos una especie de puerta de madera que estaba cerrada con cuatro tornillos y nos encontramos con una puerta más, pero de metal. Tardamos entre treinta y cuarenta minutos en poder quitar los accesos, para descubrir que en una canaleta que iba de extremo a extremo de los baños, había 150 paquetes rectangulares, envueltos con cinta adhesiva gruesa. Era polvo cristalizado blanco empaquetado, que con la confirmación de los servicios periciales locales confirmamos que se trataba de cocaína pura. El problema no era la droga, el dinero que representaba esta pérdida para la delincuencia.
Por ello, junto con la satisfacción de cumplir con el deber había algo de nerviosismo. Sabíamos que camionetas blancas y con vidrios polarizados rondaban la zona. El servicio finalizó hasta las dos de la mañana; para no confiarnos, salimos escoltados hasta Tuxtla Gutiérrez. Fue uno de los primeros aseguramientos en nuestro país que sintetizó el ejercicio de nuestra especialidad en la función policial.
Basado en la experiencia del Suboficial Cordero