Uno de los recuerdos que deja la campaña electoral en Estados Unidos fue cuando la candidata demócrata a la vicepresidencia, Kamala Harris, tuvo que alzar la voz durante el debate que sostuvo con su rival republicano, Mike Pence. “Estoy hablando”, dijo ante las constantes interrupciones de su interlocutor.
Si bien Harris fue víctima de lo que se conoce como “mansinterruption”, que es un hombre imponiendo su voz por encima de la de una mujer, existe también lo que se conoce como “mansplanning”, término que, según los editores del Oxford English Dictionary, consiste en “explicar algo a alguien, típicamente de hombre a mujer, de una manera considerada condescendiente”.
Otra manifestación se da con los apelativos cariñosos o diminutivos utilizados con frecuencia en sitios laborales. Las mujeres no son doctoras, licenciadas ni congresistas, sino que son llamadas “hijas", "cariño" y "linda” en el mejor de los casos.
Tampoco somos niñas eternas. Incluso, la excandidata presidencial Hillary Clinton, a sus casi 70 años, fue referida como “una chica que quería ser la jefe” y, por tanto, descartada para recibir el apoyo en votos, de acuerdo con una nota reciente de The New York Times (18/10/2020).
Esa simple frase, “estoy hablando”, representa la batalla diaria que viven las mujeres en sus entornos laborales. Este tipo de interrupción, como se ha mencionado, tiene variantes mediante las cuales las opiniones, trayectorias y aportaciones de las mujeres en los ámbitos laborales son silenciadas o anuladas.
En 2009, la recién fallecida jueza de la Corte Suprema, Ruth Bader Ginsburg, dijo que "las mujeres pertenecen a todos los lugares donde se toman las decisiones". Más de una década después, ellas todavía reciben señales de que no pertenecen a espacios profesionales.
Para la escritora, historiadora y activista Rebeca Solnit, a quien se le adjudica el surgimiento del término “mansplanning”, estas conductas no son meramente anecdóticas, sino más bien perjudiciales. (La Tercera 06/03/2020) Para Sonit algo es muy claro: “la violencia no tiene raza, clase, religión o nacionalidad, pero tiene género".
No se trata solo de consignas o frases sin fundamento. De acuerdo con un estudio realizado por la George Washington University en 2014, los hombres interrumpían más y usaban más cláusulas explicativas cuando hablaban con una mujer que cuando hablaban con un hombre.
Para Victoria L. Brescoll, profesora asociada de comportamiento organizacional en la Yale School of Management, esto es observable en los espacios de toma de decisiones. Un artículo publicado en 2012 demuestra que los hombres hablaban más en el Senado estadunidense, a diferencia de las mujeres.
Asimismo, otro estudio titulado “Can an Angry Woman Get Ahead?” concluyó que los hombres que se enojan son recompensados, pero que las mujeres enojadas son percibidas como incompetentes e indignas de tener posiciones de poder en el lugar de trabajo (The New York Times 06/20/2017).
Basta con recordar a David Bonderman, quien consideró en 2017 que aumentar el número de mujeres en el cuerpo directivo de Uber, donde él era ejecutivo, “solo provocaría que hubiera más habladera”.
No son exageraciones, son datos. La violencia no solo se da a través de golpes sino imponiéndonos silencios y borrando nuestras trayectorias. Hoy toca hacer sentir que nunca más tendrán la comodidad de nuestro silencio.
* Maestra en Artes y doctora en Educación. Coordinadora del Departamento de Artes y Humanidades del Centro de Investigación y Desarrollo de Educación Bilingüe UANL.
@saraiarriozola