Reciclando el tema de los rendimientos decrecientes, abordado en un pasado artículo, y retomando, de la misma manera, el asunto de la adulación en tanto que herramienta para agenciarse los favores de los autoritarios-vanidosos (en referencia, entre otros posibles señalados, a Donald Trump), este escribidor reflexiona, justamente, sobre los alcances de la alabanza cuando van de por medio negociaciones de gran calibre como, por ejemplo, las que puedan estar teniendo lugar entre los intermediarios de la Casa Blanca y los gestores que intentan salvaguardar los intereses de las naciones castigadas por los aranceles.
La credibilidad del supremo implementador de tarifas no es enteramente monolítica, por decirlo de alguna manera, sino más bien un tanto tambaleante: los mercados, que en un primer momento respondieron mercurialmente a sus arengas, se han estabilizado al constatar que “Trump se echa siempre para atrás”, tal y como lo consignó un articulista del muy prestigioso Financial Times, aunque en términos mucho más picantes —Trump always chickens out— al punto de manufacturar un muy sabroso acrónimo, TACO, para dejar bien plasmada su errática conducta (o no tan errática, después de todo, porque el acobardamiento atribuido ha sido una constante).
Por cierto, la burla puede ser muy contraproducente, no en lo particular para un periodista británico sino para los primerísimos afectados de que Trump pudiere reaccionar en sentido contrario —demostrándole al planeta entero que no vuelve sobre sus pasos como le imputan—, a saber, el fabricante vietnamita de componentes electrónicos o, digamos, el modesto exportador senegalés de hortalizas, por no hablar del rebote para terceros como nosotros, los mexicanos.
The Donald se solaza en sus jactancias y bravuconerías pero no es un negociador en sentido estricto: sus subalternos son quienes cumplen con la fastidiosa tarea. Siguen sus instrucciones, desde luego, pero estando el diablo en los detalles la cosa se complica muchísimo.
Así y todo, hay límites a la eficacia de la obsequiosidad. Porque, miren ustedes, hablando justamente de los rendimientos decrecientes, la alabanza repetida termina por decolorarse y, sobre todo, lo primero que pierden los lambiscones es el respeto de los demás. Así que...