El ciudadano que no vota deja de ejercer un derecho que, por lo que parece, no le significa demasiado. Lo que sí es evidente es que no asocia la acción de abstenerse de acudir a las urnas con la realidad posterior de ser gobernado de una u otra manera.
Una de las más exasperantes generalizaciones que hace la gente es la de que “todos son iguales” en referencia a los individuos que gobiernan o que aspiran a gobernar. A partir de ahí, como al final vendría siendo lo mismo elegir al de aquí que al de enfrente, el votante renuncia a su soberanía sin mayores problemas de conciencia.
Pues, miren, no es cierto que todos los encargados de la cosa pública son iguales. Sería como decir que la totalidad de los humanos son mezquinos o egoístas o miserables de la misma forma.
Las personas pensantes comparten la cualidad de poder hacer distinciones entre una cosa y otra. Hay que ser capaz de advertir matices en lugar de aferrarse ciegamente al sectarismo y a las interpretaciones simplistas del mundo.
Justamente, los demagogos se dedican perversamente a reducirlo todo a una cuestión binaria: estás conmigo o estás contra mí, es negro o es blanco, bueno o malo…
Y, a partir de esta visión absolutamente rudimentaria de las cosas, ofrecen soluciones fáciles a problemas complejos y se agencian, de pasada, la adhesión de quienes no quieren ir más lejos en sus apreciaciones del universo que los rodea.
De pronto, el vecino al que nunca le despertó la más mínima curiosidad —o interés— la propuesta política de un candidato mesurado se deja engatusar por el discurso incendiario y radical del caudillo populista, sea de derechas o de cualquier otra confesión doctrinaria. Y ahí sí acude a la casilla de la esquina a votar, miren ustedes.
Pero, fuera de estas circunstancias, la indiferencia que brota en los tiempos normales es muy perniciosa para la vida pública de una nación: la democracia no vive del voto de los extremistas sino que se nutre de la prudente sensatez de la mayoría.
Ahí estará el gran reto en las elecciones de 2024. Porque de ahí, de la participación masiva de unos ciudadanos tan informados como responsables, de ahí surgirá la concordia que tanto necesita México.