Política

Fragmentos

Policías custodian la escena de un enfrentamiento con criminales en Sinaloa. JORGE CARBALLO
Policías custodian la escena de un enfrentamiento con criminales en Sinaloa. JORGE CARBALLO

La vida es una y es demasiado corta como para invertirla en la tragedia de una guerra y sin embargo millones de seres humanos han sido sacrificados por su vileza. En Colombia murieron alrededor de 800 mil personas y desaparecieron más de 120 mil almas durante un conflicto que duró medio siglo entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC).

Según un informe publicado recientemente por la Comisión de la Verdad de ese país, a esos números habrían de sumarse un millón de individuos que padecieron desplazamiento forzado o de plano destierro, por la misma causa.

Después de que el ex presidente Juan Manuel Santos y los líderes de la guerrilla firmaron los acuerdos de paz, en noviembre de 2016, la memoria colombiana se miró en un espejo lastrado por incontables cicatrices.

En esos documentos ambas partes se comprometieron a edificar tres sitios –uno en La Habana, otro en Nueva York y un tercero en Colombia– para significar el fin de tan sanguinaria confrontación.

La extraordinaria artista internacional Doris Salcedo recibió el encargo de la obra que sería ubicada detrás del palacio de gobierno, en el centro de Bogotá. Dos años después fue inaugurado Fragmentos, un espacio dedicado al diálogo entre las diferentes narrativas de la guerra colombiana y de tantas otras guerras que han dejado quebrada el alma, por su similitud, en otros países de América Latina.

Salcedo explica que esta obra es lo contrario a un monumento, se trata de una crítica realizada, desde el arte, contra la épica de la muerte, el sufrimiento y la violencia. Un antimonumento para denunciar el poder de las armas y a quienes, durante más de cinco décadas, las usaron para someter la vida de cientos de miles de inocentes.

Entre los compromisos para la paz, los integrantes de las FARC se comprometieron a renunciar a todo su armamento. Por lo que se apilaron 37 toneladas de rifles, pistolas y metralletas que serían fundidas en hornos especiales. Luego, con ese material se fabricaron mil 300 placas de metal.

Previamente, los moldes donde se vertió el acero fueron martillados por una veintena de mujeres esclavizadas sexualmente. La mayoría fueron secuestradas, siendo adolescentes, por los señores de la guerra. Si intentaban escapar corrían el riesgo de ser acusadas por traicionar la causa de la revolución.

Afirma Doris Salcedo que no logró involucrar en esta obra colectiva a las mujeres que también sufrieron abuso y violencia a manos de los militares y paramilitares participantes en el conflicto. Esto fue así porque, a diferencia de las prisioneras de las FARC, el riesgo de represalia contra estas otras víctimas no fue conjurado con la firma de los acuerdos.

Con las placas de acero heridas por los golpes de esas antiguas esclavas se construyó un piso de 800 metros cuadrados que hoy se puede visitar en una antigua Casa del Nariño, una edificación del siglo XIX ubicado a espaldas de la residencia presidencial.

Con esta obra Salcedo desafía al poder porque las armas que apuntaron y dispararon contra tantas cabezas son hoy el lugar que la gente pisa con desenfado mientras visita Fragmentos. Antes la boca del rifle miraba desde arriba, ahora los ojos humanos se dirigen hacia el lugar donde se encuentran las armas transfiguradas.

Esta pieza de arte es un emblema de la paz lograda. Cada elemento ahí simbolizado conjura la repetición del dolor y aporta dignidad al sufrimiento que tantas y tantos padecieron durante los años de guerra. Es un recinto para hilvanar la memoria de quienes fueron asesinados, quienes desaparecieron y quienes sufrieron las consecuencias de la migración forzada.

Al visitar la obra de Salcedo es difícil disociar los argumentos expuestos en Fragmentos de otras experiencias latinoamericanas que también han provocado devastación. En México, por ejemplo, igual se cuenta en más de 100 mil el número de desapariciones provocadas por la violencia. Y aunque aquí no se lleva una lista precisa de las personas desplazadas, ni un cálculo confiable sobre la verdadera cifra de personas muertas, víctimas de la guerra, es evidente que, en un plazo mucho más corto en comparación con el colombiano, aquí las armas han causado mucho peores estragos.

En México las cicatrices de la violencia son también terribles y el duelo que se vive en la mayoría de las regiones es grande. Pero nuestro país no cuenta aún con un antimemorial donde pueda reinventarse una sociedad reventada por 15 años de flagelo.

En efecto, guardamos aún una distancia grande respecto de la posibilidad de lograr un acuerdo de paz porque no hay todavía imaginación que alcance para concebir el diálogo entre organizaciones más letales que las colombianas, las cuales no han tenido como reivindicación explícita la revolución ya que el principal cemento que supuestamente les reúne es el negocio criminal.

Por más críticas que haya recibido el ex presidente colombiano y premio nobel de la paz, Juan Manuel Santos, cuando promovió un acercamiento entre su gobierno y los líderes de las FARC, éstas en nada se parecen al juicio que dentro y fuera de México podría imponerse sobre el gobierno si este se atreviese a emprender una negociación para desmovilizar y desarmar a las empresas criminales.

Y, sin embargo, ni la ideología ni la falta de ella, deberían ser punto relevante a la hora emprender un acercamiento público como el que aquí se sugiere. El propósito, en cualquier caso, sería desescalar la dinámica de violencia de tal manera que toda persona que quisiera salir de la guerra pudiese hacerlo sin pagar costos fatales, bien porque la organización que controla su vida pueda cobrar venganza contra el individuo y su familia, o bien porque el gobierno procediera penalmente contra aquellos que, al apartarse, se quedasen sin ningún respaldo de las redes criminales.

Hoy México, como Colombia, es un país fragmentado. Pero a diferencia de esa nación hermana, el compromiso por la paz y la reconciliación no aparece todavía en nuestro discurso, mucho menos en las decisiones de la política, tampoco en la visión ética de la élite que gobierna.

Mientras más tardemos en reconocer la realidad, la violencia multiplicará el camino inflacionario seguido en México desde que comenzó este siglo. Se requiere de una ancha puerta de salida y de garantías de sobrevivencia para quienes depongan las armas. Ese tendría que ser el corazón del acuerdo mexicano de paz y reconciliación.

Ricardo Raphael

@ricardomraphael

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Ricardo Raphael
  • Ricardo Raphael
  • Es columnista en el Milenio Diario, y otros medios nacionales e internacionales, Es autor, entre otros textos, de la novela Hijo de la Guerra, de los ensayos La institución ciudadana y Mirreynato, de la biografía periodística Los Socios de Elba Esther, de la crónica de viaje El Otro México y del manual de investigación Periodismo Urgente. / Escribe todos los lunes, jueves y sábado su columna Política zoom
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