Inadvertida para muchos, la obra del arquitecto mexiquense Vicente Mendiola Quezada (1900.1993) es un ejemplo de prolífera creatividad, que abarca más de 48 edificaciones, 15 fuentes y monumentos en diversas ciudades del país.
Entre sus obras están la fuente de Petróleos Mexicanos y la Diana Cazadora, en la ciudad de México; el palacio municipal, la rotonda de las personas ilustres y el Monumento a los Niños Héroes de Guadalajara, Jalisco; la remodelación de la plaza cívica de Toluca, en la que fueron construidos el Palacio de Gobierno y la actual Cámara de Diputados, así como la remodelación de los palacios Municipal y de Justicia; en esta misma ciudad dirigió la terminación de la Catedral de Toluca y el Hemiciclo a Juárez en el Jardín Reforma, por citar sólo sus obras más relevantes.
A ello se suma una vasta obra en acuarela que dejan constancia de su genio, cultivado bajo la guía de Anselmo Camacho, Eduardo Alva, Saturnino Herrán, Isidro Martínez, Fabián L. Cuenca, Emilio Baz, Felipe Villarello, Agustín González, Roberto Garcíamoreno, José González Ortega y Servando Mier, en el Instituto Científico y Literario de Toluca y en la Escuela de Arquitectura de la Escuela Nacional de Bellas Artes de San Carlos.
Hombre de su tiempo, con una visión clasicista que conjugó con su afán modernizador del futuro, Mendiola Quezada eligió la arquitectura como el lenguaje en que sería recordado.
Una magnífica introducción a este autor mexiquense está en el libro “Vicente Mendiola”, una colección de bocetos, croquis y ensayos, una extensa iconografía y una espléndida biografía, todo compilado y escrito por su hija María Luisa, primero editado en 1993 por el Instituto Mexiquense de Cultura, y luego en 2012 por el Fondo Editorial del Estado de México, ejemplar éste que tengo en mis manos y que aprecio sobremanera en esta cuarentena, en virtud de que se trata de un documento exhaustivo sobre la aportación ingente de uno de los arquitectos más queridos y admirados del Estado de México y del país.
Luego de la euforia editorial de la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, que dejó enormes frutos para la historia del libro en México, el Gobierno del Estado sigue su trabajo de promoción del pensamiento nacional, con el Fondo que edita, por ejemplo, esta obra insigne motivo de orgullo. Vicente Mendiola es, a no dudar, un ejemplo de nacionalismo, pero de ese que no se expresa en discursos, sino en obras. Un nacionalismo constructivo, sin afán de convencer, abierto al arte y, por ende, sin dogmas qué preservar ni multiplicar. Un digno representante del genio universal, cuya obra hoy podemos admirar sin costo alguno, porque es parte del dominio público. Enhorabuena por este hermoso libro.