Al comienzo de su poema “Ariosto y los árabes” Borges pone en la mente de Ariosto este pensamiento: nadie puede escribir un libro; un libro debe incluirlo todo.
Dentro de ese todo el Orlando furioso de Ariosto tiene el Castillo donde el mago Atlante rapta a los seres y las cosas del mundo, y los vuelve espejismos; en el Castillo no está lo que uno busca y sólo hay buscadores.
El poema de Ariosto tiene la Luna donde están todas las cosas que se han perdido, comenzando por el seso de Orlando al enloquecer.
Tiene formidables anacronismos metidos en la época de Carlomagno. Italo Calvino destaca la aparición en el poema del arcabuz (que sólo surgió hasta el siglo XIV), donde un personaje “trae un arma que nunca antigua gente/ ni nueva, fuera de él, vido sin falla:/ de un hueco hierro de dos brazas largo/ polvo y pelota escupe, sin embargo”. (Traducción de Jerónimo de Urrea).
Tiene 131 símiles. Mi favorito (traducción de José María Micó): “Igual que el niño a quien la airada madre/ castiga y manda lejos y él prefiere,/ en vez de ir con su padre o con su hermana,/ regresar con su madre y abrazarla,/ así…”
Tiene estrellitas. Digo estrellitas como las del cómic Rolando el Rabioso de mi infancia donde los personajes —sobre todo el escudero Pitoloco— al recibir un golpe eran dibujados con atolondradas estrellas en torno. Sonrío al ver que en algún momento Orlando “no sintió el golpe en vano,/ que las estrellas vio, y casi la muerte”.
Tiene algo que lo hace posible y que Luigi Pirandello llama el estilo mágico de Ariosto.
Tiene, en fin, como lo resume Borges en dos versos, “la aurora y el poniente,/ Siglos, armas y el mar que une y separa”.
Tiene algo encantador al cierre. En una página en blanco de Orlando furioso apunté: “Como de quien ha escrito sólo para sus cuates”. En efecto Ariosto dice que su barquito llega al término del viaje, de lo que al cabo serán 38,736 versos. Pienso que al fin escribió el poema sólo para la llegada de su barquito a un puerto con gente querida.