Regresando de un viaje hace unos días me encontré con una fila gigantesca para pasar inmigración en el AICM. De 18 estaciones para procesar a los viajeros solo estaban activas seis. Había más mexicanos que extranjeros esperando, algo inusual en cualquier aeropuerto del mundo: la regla es que los locales siempre pasan más rápido.
Le pregunté a un encargado por qué se acumulaba tanta gente y su respuesta fue que a esa hora llegaban muchos vuelos. No me hizo sentido. Si saben que a esas horas llegan muchos vuelos, ¿por qué no se preparan y tienen más agentes listos para atender la mayor afluencia? ¿Por qué solo tener una tercera parte de las posiciones de migración activas?
Un problema adicional fue que algunos de los pocos agentes disponibles no eran muy eficientes. Les tomaba el mismo tiempo procesar a un pasajero que a los más productivos les tomaba procesar tres. El resultado era un caos migratorio. Al final la espera fue de alrededor de hora y media. No culpo del todo a los agentes, puede que les falte entrenamiento o que sus jornadas de trabajo sean muy extensas. Tampoco dudo que les paguen muy poco, pero el resultado fue un pésimo servicio.
No es la primera vez que me pasa. Por desgracia, este tipo de experiencias son frecuentes. Los mexicanos queremos ser bien recibidos cuando regresamos a nuestro país, no tener que esperar tanto. Además, no es la imagen que queremos transmitir a los extranjeros que llegan a visitarnos (las filas se suman a las deficientes instalaciones e infraestructura del AICM, algo que el aeropuerto de Texcoco habría ayudado a resolver).
Sin embargo, parece que las cosas pueden mejorar. En la sala de inmigración están instaladas unas máquinas que, en teoría, servirán para procesar de manera más eficaz a los viajeros mexicanos. Si funcionan (un gran supuesto), pueden acelerar de manera significativa los tiempos de procesamiento. Aunque esto es justo lo que quiero ver, tengo sentimientos encontrados. La transición hacia máquinas de procesamiento, como cualquier transición tecnológica, traerá consigo la pérdida de empleos.
Los cambios tecnológicos se aceleran cuando las ineficiencias son grandes, como en el caso del aeropuerto. Es posible que si se ampliara el número de agentes de inmigración en horas pico y se mejorara su eficiencia no habría tanta necesidad de meter máquinas. Eventualmente vendrán, pero por lo menos se protegerán empleos por algún tiempo más.
Hay lecciones que van más allá del AICM, en particular para el sector laboral. Existe una tensión constante entre mano de obra y tecnología. Actuar de manera irresponsable puede crear los incentivos para privilegiar lo segundo. Sindicatos pueden presionar para mejorar de forma agresiva las condiciones de sus afiliados y reducir sus horas de trabajo, pero si sus exigencias no vienen acompañadas de un incremento en productividad por parte de los trabajadores, entonces las empresas estarán más dispuestas a buscar reemplazarlos con máquinas.
Julio Serrano Espinosa
juliose28@hotmail.com