La semana pasada reflexionaba sobre como los seres humanos que ejercen el poder quedan en el imaginario colectivo, y como el juicio de la historia se hace presente para admirarlos o defenestrarlos.
Y preguntaba acerca de ¿cuál será el juicio histórico que las y los mexicanos habremos de tener sobre nuestro actual presidente Andrés Manuel López Obrador, y su obra de gobierno?
Esto dependerá de tres factores:
1.- Como la sucesora en el cargo, Claudia Sheinbaum, plantee que deba ser reconocido el personaje que la antecedió. Y como otros sucesores años después lo juzguen frente a la opinión pública. Es decir, sí se ventilan casos con implicaciones jurídicas de probables responsabilidades del anterior gobierno, o si por el contrario la transición es pacífica y tersa.
Cualquiera con años vividos podemos recordar las transiciones de Gustavo Díaz Ordaz a Luis Echeverría y de Carlos Salinas a Ernesto Zedillo. Fueron difíciles e implicaron roces entre entrante y saliente. Pero también hay otros ejemplos de transiciones tersas como la de Felipe Calderón- Enrique Peña.
En el otro espectro se encuentra lo difícil y complicada que ha sido la relación entre López Obrador y su antecesor mediato Felipe Calderón. Los dos han abonado al conflicto político, a los dimes y diretes y guerra de declaraciones. El punto culminante fue el juicio penal a García Luna en Estados Unidos. Ello ha llevado a que Felipe Calderón haya sido colocado en el lado oscuro del ejercicio del poder político.
2.- Conocemos como ha sido mayormente el sexenio, pero debemos esperar todavía a lo que vivamos en los cincuenta días restantes para su conclusión. Las crisis económicas periódicas que vivimos los mexicanos a finales de cuatro sexenios (de 1976 a 1994) nos han mostrado que esto no se acaba hasta que se acaba. Y hagamos votos porque en lo económico acabe bien. Por el bien de México, y consecuentemente el de todos.
3.- La tercera cuestión que planteo es que la confrontación entre medios tradicionales y el presidente ha sido recurrente también a lo largo de este gobierno. Es claro que ya sin estar en el poder, López Obrador tendrá menos posibilidades de salir a defenderse y responder frente a personajes y dueños de medios que seguirán en la opinión publicada. Pero aquí entra en juego la operación mediática que desde el gobierno haga su correligionaria de partido y sucesora. Si bien no se prevé una defensa a ultranza, si habrá que ver que resortes se pueden mover para aminorar la andanada de ataques que se prevén.
Los victoriosos definen la historia y los historiadores solo la ponen en texto. Decía el historiador francés Jacques Bainville en su biografía acerca de Napoleón [Ed. Porrúa, 2005] que el mito histórico del personaje lo construyó el mismo desde su prisión en Santa Elena, cuando dictó sus memorias a sus colaboradores. De esa manera los británicos (muchos generales y militares ingleses lo admiraban) fueron coparticipes de su paso hacia el altar de la historia al permitir que esas memorias fueran publicadas. Pero quien también lo subió varios niveles en dicho altar fue su sobrino el también emperador Napoléon III (por conveniencia propia).
La trascendencia histórica de Benito Juárez fue ordenada por Porfirio Díaz. Díaz llevó a plazas públicas y calles la veneración cívica sobre Juárez, en la búsqueda de un prócer muerto, cercano a sus hazañas militares. Y con ello la patria quedó prendada del contenido juarista republicano (que después retomarían diversos presidentes en el siglo XX).
Así la memoria histórica se construye desde el poder y tiene a personajes como estandarte. Lázaro Cárdenas del Río fue canonizado aún en vida en el altar de la patria, debido al hecho histórico de la expropiación petrolera. (Innegable hazaña, por lo demás).
Entonces en el caso de López Obrador aún falta mucha tinta que correr, muchos días por venir, y hechos por conocer. Pero los factores aquí expuestos llevarán a construir o no, el mito sobre la persona -humano al fin- que ejerció casi seis años el más alto poder unipersonal de este país: la titularidad del “Supremo Poder Ejecutivo de la Unión”. El constituyente así lo denominó y está en el artículo 80.