Cultura

“Pasaste a la historia”

“Ese niño catrín quién sabe de dónde salió”, pensaba Rábago cada vez que veía pasar al chiquillo de su edad acompañado de una señora camino al Franco Inglés. Vestía pantalón corto, camisa blanca con corbatín y saco, mientras que los demás chamacos de la zona asistían a la escuela pública y vestían sencillamente. De manera que cuando regresaban entre gritos y algarabía, se encontraban en la Alameda, tiraban las mochilas al pasto y entre echar volados y alegatas, formaban dos bandos para correr tras el gastado balón; poco a poco se iban juntando los más grandecitos, que ya tenían experiencia futbolística, dejándolos sin espacios para jugar. Sin embargo, la “palomilla” se quedaba mirando a los jóvenes con admiración y ganas de imitarlos. Sabían de antemano que, conforme fueran creciendo, los irían incorporando a sus equipos.

Desde algún punto, Fello, medio arrinconado, con la timidez característica de los fuereños, aunada a la suya, observaba ese ambiente que le parecía tan ajeno. La gran ciudad era apabullante, nada que ver con el entorno de Dolores. El padre había muerto, y con la intención de que el niño tuviera una mejor oportunidad, Cuca y él dejaron el terruño para instalarse en la casa de la tía Mariquita en la colonia Santa María la Ribera. Refugio Sandoval, hermana de Carmelita, le tenía un cariño particular a José Alfredo, ya que ella lo había cuidado desde su nacimiento, con el fin de apoyar a la madre que tenía otros tres más grandes que atender.

Benjamín Rábago también era fuereño, pero no tan tímido como Fello, venía de Los Altos de Jalisco, así que ambos eran del Bajío. (En una ocasión, alguien me preguntó: ¿su papá es de Los Altos de Jalisco? Yo en tono de broma respondí: no, qué va, es de los chaparros de Guanajuato).

Benja y Fello se hicieron amigos de inmediato, fue el de Jalisco quien se le acercó. Después de analizar la situación, le ganó la curiosidad de entablar comunicación con el niño nuevo en el barrio. Fue el mejor encuentro. A partir de entonces, mi padre comenzó a sentirse parte de su colonia. El futbol era su pasión, de modo que lo primero que hizo fue integrarse a la parvada de chamacos y hermanarse con Rábago para siempre. Dolores Hidalgo es su pueblo natal; empero, Santa María, con su “Alameda” y su kiosco morisco, el barrio de su pertenencia.

Realmente ahí fue donde volvió a nacer y se hizo hombre, futbolista y sobre todo compositor.

Ese kiosco lo diseñó el ingeniero José Ramón Ibarrola para la Exposición Mundial de Algodón y del Trabajo Industrial de Nueva Orleans de 1884. Cuando lo trajeron de regreso al país, fue instalado con majestuosidad en la Alameda Central, pero permaneció poco tiempo ahí. Como dato curioso se sabe que los sorteos de la Lotería Nacional se empezaron a cantar en aquel pabellón. No obstante, cuando decidieron hacer el Hemiciclo a Juárez, por la facilidad para desmontarlo gracias a su estructura metálica, lo trasladaron a la Alameda de Santa María.

“Ya pasó la amargura que tú me dejaste, ya te puedo mirar cara a cara y hablarte de cosas que no sean de amor; ya me puedes contar sin que sufra que pronto te casas, ya me puedes decir lo que quieras, lo mismo me da…”.

Benjamín Rábago, Benja, el viejito, el obediente, fue el mejor hermano para mi padre en su nueva vida; para nosotros, el mejor tío. Con él, papá recorrió la República mexicana durante muchos años, pues fue su amigo, hermano, secretario, chofer, confidente; en alguna de esas confidencias, tal vez en la cantina Salón París o en La Sirena bebiendo una Montejo, Benja le contó lo que luego se convirtió en esta canción que se titula “Pasaste a la historia”.

“Ya pasó lo que nunca pensé que pasara, fueron tantas tus malas acciones que no fue posible querer y llorar; comprendí que el amor que vivimos nomás yo lo daba y agarrando mi orgullo del suelo pensé en olvidar…”.

Habiendo pasado esta pena, Benjamín conoció a Lupita, pronto decidieron casarse en una ceremonia en la que mis padres fueron los padrinos. Nuestro Benja pasaba mucho tiempo en casa departiendo en todos los eventos. Desde niños él y papá nos enseñaron a jugar dominó; mi madre le había enseñado a su esposo y el alumno superó a la maestra con gran rapidez. Se cuenta que con Rábago jugaban en algunas cantinas, apostaban el precio de alguna canción en una partida de dominó para la película que estaban a punto de rodar, organizaban torneos con los vecinos de Martín Mendalde o jugábamos en familia durante una tarde lluviosa.

“Qué cariño tan grande te tuvo mi pecho, va a pasar mucho tiempo pa’ que otro te diga sinceras palabras de amor; tal vez nunca te digan te quiero con llanto en el alma; tal vez nunca te besen temblando con loca pasión…”.

Benjamín Rábago tenía el mejor carácter, jamás lo vi enojado; cualquier cosa para él era motivo de buen humor, sabía sacarle provecho al tiempo y a las palabras.

Nunca desperdició la oportunidad para soltar una broma simpática. En una ocasión, en Guanajuato capital nos llevó a la mina La Valenciana y cuando vio hasta dónde teníamos que bajar dijo: “A mí me disculpan, yo los espero en la bragueta”. Nunca terminaría de recordar las anécdotas que vivimos con él ni los relatos que me platicó de las andanzas con mi padre. Siempre lo recordaré con profundo cariño.

“Qué cariño tan grande te tuvo mi pecho, cuántas penas y cuántas vergüenzas quedaron escritas con tanto dolor; pero al fin como negro recuerdo pasaste a la historia de ese libro que no terminamos por falta de amor”.


Paloma Jiménez en su fiesta de XV años con Benjamín Rábago, el mejor amigo de José Alfredo. Especial
Paloma Jiménez en su fiesta de XV años con Benjamín Rábago, el mejor amigo de José Alfredo. Especial

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Paloma Jiménez Gálvez
  • Paloma Jiménez Gálvez
  • paloma28jimenez@hotmail.com
  • Estudió la maestría en Letras Modernas en la Universidad Iberoamericana, y es Doctora en Letras Hispánicas. Desarrolló el proyecto de la Casa Museo José Alfredo Jiménez, en Dolores Hidalgo, Guanajuato. Publica su columna un sábado al mes.
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