La invasión rusa a Ucrania y el inicio de una guerra en tiempos pandémicos son aditamentos más para una incertidumbre prolongada y cambiante. Hace algunos años había temores por los efectos de la guerra comercial de Estados Unidos y China, de los cambios arancelarios intempestivos durante la presidencia de Donald Trump y de los cambios de gobierno en México y otros países latinoamericanos. Hace dos años llegó la pandemia de Covid-19 que profundizó la incertidumbre económica debido a la paralización de actividades, a la reconversión de formas de producción y una digitalización acelerada de la economía, la salud y distintas facetas de la cotidianidad.
La incertidumbre se extiende en el tiempo y transciende ampliamente a los hechos: se mantiene en el ambiente económico por encima de los cambios de administración y de los resultados de las vacunas en la lucha contra el Covid-19. Ahora se refuerza con la guerra, el temor de los mercados, las amenazas de las subas del petróleo y todos los impactos que se pudieran tener en el comercio internacional. En tiempos de globalización, cuando las economías se interrelacionan de manera constante e intensa, los potenciales efectos de sanciones económicas, de restricciones comerciales, de problemas de abastecimiento, tienen una repercusión global.
Por motivos externos y, sobre todo internos, América Latina siempre ha convivido con la incertidumbre. No ha habido ningún tiempo destacable de certezas. Y ahora, con la urgencia de recuperarnos de una pandemia, de un hundimiento de varias economías y de niveles escandalosos de desigualdad y pobreza, los vientos de guerra se suman a un conjunto de factores que no auguran las mejores condiciones para invertir, crecer, generar empleos, distribuir riqueza y minimizar los males.
Si pensamos en el caso mexicano, aquejado desde hace décadas por un crecimiento insuficiente, con una pobreza que sólo se mueve para empeorar y con empleos marcados por la precariedad y los bajos salarios, uno de los grandes problemas es que la economía es lenta y pesada, con escasa capacidad de maniobra para enfrentar un mundo tan cambiante. Detrás de lo meramente económico hay cuestiones educativas por resolver, así como un gran salto hacia la economía del conocimiento, ahí en donde se generan dos terceras partes de la riqueza del mundo.
La pandemia nos remarcó la necesidad del conocimiento, de la ciencia y la tecnología, de la capacidad de reinvención para sobrevivir y seguir adelante. Estamos ante un mundo agitado que genera una incertidumbre tras otra y que exige innovación permanente y una gran flexibilidad para ajustarse a los tiempos cambiantes. No cabe duda de que viviremos años económicos complicados pero hay que prepararnos de fondo, para una carrera larga. Es tiempo de repensar la educación, la inversión en ciencia y tecnología, la formación de recursos humanos y las formas de producción y distribución de riqueza. En tiempos de incertidumbre hay que construir de certezas: de lo que sabemos y lo que podemos hacer. Es por ahí.
Héctor Farina Ojeda