Cultura

Chacal de buena conciencia

La moralidad, decía Oscar Wilde, es simplemente la actitud que adoptamos hacia quienes particularmente nos desagradan. Tal vez el peor exceso de la soberbia moral consista en pretenderse capaz de establecer quién demonios merece o mereció la muerte. Llevar la antipatía a extremos semejantes acusa desarreglos, carencias y complejos que deberían ser motivo de alarma, cuando no de medidas preventivas. En cualquier caso, al fin, hace falta ser cobarde, estúpido y patético para celebrar el asesinato de gente inocente, y todavía esperar que otros estén de acuerdo.

El odio a quien opina diferente sólo puede nacer del fanatismo extremo y enfermizo. Esto es, de la absoluta falta de ideas propias y el orgullo babeante que suele acompañarla. Pues no es que les moleste una opinión, sino el atrevimiento de albergarla. ¿Quién se cree nadie para pensar por su cuenta, con lo sencillo que es obedecer? Detrás de la cruzada en pro de la ignorancia y la superchería que en los últimos años ha impulsado el totalitarismo travestido de sed de justicia, a partir de unos cuantos dogmas primitivos que no aspiran al rango de ideas, se esconde mal el miedo a los espejos. Ya se sabe que la envidia y el odio son privilegio de los pobres diablos y ninguno soporta que se lo recuerden.

No diré que me causa congoja ni pesar enterarme del ajusticiamiento de un asesino infame, sino quizás alguna gris tranquilidad, pues no me cabe duda que este mundo tuvo que mejorar sin la execrable presencia de un Kaddafi, un Heydrich o un Bin Laden. Decía el terminante Louis de Saint-Just —años antes de él mismo convertirse en matón de campeonato— que la pena perfecta para los homicidas sería obligarles a vestir de negro por el resto de sus días. De una u otra manera, tanto el crimen artero como su castigo son asuntos oscuros de por sí que muy difícilmente encuentran acomodo en un cerebro mínimamente sano. Aun el más voraz de los morbosos pierde el sueño y la calma cuando es testigo de un asesinato.

Como millones de incautos en el planeta entero, fui otro aterrado espectador del homicidio de Charlie Kirk, a manos de un imbécil desequilibrado que muy probablemente, al fondo de un cacumen lavado y retorcido, creía hacer un bien al género humano. Todavía hoy me persigue la imagen de la sangre chorreándole del cuello a un hombre que, en principio, buscaba dialogar con sus contrarios (lo cual ya era notable en un conservador de firmes convicciones evangélicas). Pero si en 13 años de activismo Kirk se había hecho fama de recalcitrante, ¿qué nos queda pensar del bellaco cagón que se apostó sobre una azotea lejana para no dar la cara por tamaña vileza?

Hay una semejanza elemental entre el matón y sus admiradores: uno y otros le niegan a la víctima el más elemental derecho a la palabra. En la beata certeza de la bondad presunta que les mueve, ya le han excomulgado y se juran seguros de que nada bueno, ni útil, ni decente, pudo jamás brotar de entre sus labios. La misma certidumbre criminal que animaba a los inquisidores del siglo XVII a encontrar el demonio dentro del acusado. ¿Cómo es que estos campeones del oscurantismo pueden llamarse buenos, justos, progresistas… y encima regañarnos por no estar cien por ciento de acuerdo con ellos?

En mi experiencia, al menos, hasta el más anodino de los diálogos —ya no digamos el más apasionado— da para alguna forma de aprendizaje. Dudo que Charlie Kirk me hubiera convencido de sus argumentos, tanto como que fuera yo capaz de convertirlo al librepensamiento, pero es seguro que habríamos hallado una parcela de territorio común. Nadie es del todo igual ni enteramente opuesto a quien sea, y es en el nombre de esas semejanzas que no puedes dañarle sin dañarte, ni celebrar su ruina sin buscarte la propia. No son los asesinos de izquierda ni derecha, ni de Dios ni del diablo. Son sólo eso, asesinos, y repugnan. 


Manifestación en Utah por el asesinato de Charlie Kirk. Reuters
Manifestación en Utah por el asesinato de Charlie Kirk. Reuters


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Xavier Velasco
  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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