Una de las consecuencias más notables del estancamiento de las economías latinoamericanas es el impacto social: cuando la producción de riqueza no es suficiente no se pueden esperar mejoras importantes en cuanto a generación de puestos de trabajo, a ingresos y salarios, a oportunidades para ascender en el nivel socioeconómico y, en general, a salir airosos de las trampas de la pobreza, la precariedad y la desigualdad. Cuando las economías crecen a ritmos importantes nos quejamos de que las riquezas se concentran en pocas manos y no llegan a los que más lo necesitan. Y cuando no crecen o crecen poco, nos va peor.
Con un pronóstico de apenas 2.4 por ciento de crecimiento latinoamericano promedio en 2025 es claro que no alcanzaremos condiciones básicas para intentar revertir -aunque sea mínimamente- la pobreza que afecta a más de 200 millones de latinoamericanos. Y en el caso mexicano, con una economía que muestra signos de estancamiento y cuyo pronóstico es de 0.5 por ciento de repunte este año -muy por debajo de la media latinoamericana-, las condiciones para el empleo, los emprendimientos y la generación de riqueza y oportunidades tampoco son las mejores.
En este contexto de escaso crecimiento, de elevada desigualdad y grandes carencias por atender, el impacto de los indicadores va mucho más allá de la economía y se profundiza en lo social. América Latina es la región más desigual del mundo y posee una concentración fuerte de la riqueza en pocas manos, por lo que en las condiciones actuales la tendencia es que se ensanche la brecha entre ricos y pobres: es muy poco probable que los ingresos lleguen a los sectores más necesitados. Y no llegarán por la insuficiencia de empleos de calidad, de buenos salarios, de oportunidades de emprender o hacer negocios.
Cuando el escenario económico es poco dinámico no se pueden esperar grandes resultados en los distintos frentes de combate social: ni en la reducción de la pobreza y la desigualdad, ni en la mejoría de los indicadores de acceso a la educación y la salud, ni en la posibilidad de que los salarios mejoren para todos y los beneficios se perciban en la calidad de vida de las personas. Al contrario, los trabajos se vuelven más precarios e informales, los ingresos son más inciertos, la movilidad social se vuelve más lejana y se profundiza la sensación de precariedad.
Desde hace décadas en América Latina tenemos el elevador social descompuesto: cada vez es menos probable que una persona que nace en condiciones de pobreza pueda ascender a los niveles socioeconómicos más altos. En el caso de México, 7 de cada 10 personas que nacen en la pobreza se mantienen en dicha condición toda la vida. Y sólo 4 de cada 100 mexicanos logra ascender desde el nivel más bajo de pobreza a los niveles más altos de ingresos. Tenemos que pensar en las crisis sociales más allá de los indicadores de crecimiento que son desfavorables. En el fondo, todo problema económico es social porque es la gente, la sociedad, la que acusa los golpes.