Desde tiempos inmemoriales la lucha entre la justicia, entendida como una esencia de la razón, y el derecho, asumido como una interpretación circunstancial, ha determinado culturas y sociedades. Tal es el enfrentamiento de Antígona contra el tirano Creonte, cuyas leyes prohíben dar sepultura a su hermano Polinices. La hija de Edipo apela a una justicia humana primordial para desobedecerlo.
El mismo conflicto ha vivido Julian Assange, perseguido durante años por los códigos penales del imperio estadunidense al cual exhibió en sus engaños sistemáticos mediante la creación de WikiLeaks, una plataforma electrónica (¨la más peligrosa del mundo”) que publicó material hasta entonces secreto y cambió el concepto contemporáneo de verdad pública, mostrando los intereses y crímenes ocultos de gobiernos, ejércitos y guerras, de empresas, organizaciones de inteligencia y sectas religiosas a partir de un principio democrático idealista y un atrevido empeño: la transparencia de la información y el pleno derecho ciudadano a conocerla.
En toda historia compleja, su protagonista lo es. Descrito por quienes lo conocen como un individuo fuerte y dominante, autoritario, enérgico, paranoico, genial, soberbio, obsesionado por el poder y la revelación de sus oscuros sótanos, megalómano, con una capacidad de concentración capaz de sostenerse durante varios días y luego cesar abruptamente, extravagante y ascético, inescrutable e impredecible, el retrato de Assange muestra los claroscuros de todo David enfrentándose a un Goliat sistémico y globalizado, los sinsabores de aquel “pesimismo de resistencia” que Nietzsche quería para sí.
Los engaños de la democracia, donde al pueblo se le hace creer que gobierna, solo pueden evitarse mediante su develación. Honra al Estado mexicano y a su presidente haber ofrecido asilo político al memorable esfuerzo del fundador de WikiLeaks.