El pasado viernes 25 de noviembre murió Fidel Castro a los 90 años de edad. Castro no sólo vio desaparecer el mundo de la Guerra Fría sino que presenció —desde la distancia— el surgimiento neoliberal que iba a producir la realidad en la que nos encontramos. Resistió el embargo estadounidense y entrar de pleno en el agujero del mundo globalizado. Como ya lo sabemos, se fue desintegrando a lo largo de las décadas. Fue de la utopía revolucionaria a la tímida dictadura austera.
Mario Vargas Llosa dijo que la historia no absolverá a Castro, que los daños de su régimen son más grandes que los logros. Esto lo declaró durante la Feria Internacional del Libro en Guadalajara 2016, donde recibió un homenaje y presentó su más reciente novela, Cinco esquinas. El ex presidente cubano murió precisamente cuando iba a empezar la feria. Algunos libreros desenterraron volúmenes sobre el caudillo. El fantasma de Fidel estuvo allí.
Era de esperarse que Vargas Llosa hablara sobre Castro. A sus 80 años, es el último de los cuatro jinetes del Boom Latinoamericano, aquel fenómeno editorial y literario que le dio presencia internacional a nuestras letras. Vargas Llosa fue también —junto con Carlos Fuentes, Julio Cortázar y Gabriel García Márquez— un caudillo revolucionario durante la Guerra Fría, sólo que dentro de la república de las letras. No obstante, no olvidemos que participó en el mundo político del Perú en 1990, cuando fue candidato a la presidencia junto con Alberto Fujimori. En Cinco esquinas recrea —justamente— esa dictadura terrorífica que surgió durante la década de su derrota.
Vargas Llosa, con su comentario, da voz a miles de personas que vivieron bajo el régimen de Castro y a otras que emiten un juicio pesado sobre sus decisiones. Habla desde el sentir ejemplar de la utopía latinoamericana, que alguna vez la revolución cubana defendió. Habla desde ese sentir que el hacer y los errores no han puesto a prueba todavía. Sólo el tiempo dirá si a Fidel Castro, en efecto, la historia no lo absolverá.
Castro y Vargas Llosa serían, pese a sus diferencias, almas gemelas. Los dos persiguieron —el escritor todavía persigue— soluciones profundas a nuestras problemáticas “eternas”, aunque por distintas vías. Es por eso que caminaron diferentes sendas y llegaron a distintos lugares. Pero su similitud, no obstante, es una que la historia quizá no observará: el hambre de logros, la terquedad y, sobre todo, un amor loco por la realidad latinoamericana. Ese es el corazón de nuestra alma romántica, y decimos ante el firmamento: hasta siempre, comandante Fidel Castro. Y: qué fortuna que Vargas Llosa aún se encuentra con vida.
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