Política

Mejor no hablemos de la derecha

Esta semana, la escritora y lingüista Yásnaya Aguilar publica en su columna semanal una pregunta necesaria: ¿se deben debatir las ideas que ciertos actores extremos de derecha, por ejemplo, Ricardo Salinas Pliego, intentan poner en la arena del debate público? La respuesta que ella da es que no, pues hacerlo contribuye a diseminar esas ideas —por absurdas que parezcan—, a darles presencia en los medios y redes sociales y, en última instancia, a legitimar a sus proponentes como interlocutores en la conversación pública.

El riesgo que eso conlleva es que las ideas estridentes, excluyentes y extravagantes de la derecha radical, a medida que se diseminan, van entintando las ideas de la derecha tradicional con un barniz de sensatez que las termina presentando como opciones políticas viables. Es por ese camino, argumenta Yásnaya, que las derechas —tradicionales y extremas— van acumulando popularidad y ganando la llamada “batalla cultural”.

Como suele suceder en un buen tema de debate, la razón no está completamente de un lado, ni está totalmente ausente del otro. El argumento de Yásnaya Aguilar sobre que no le regalemos foros a lo que no queremos que crezca en la opinión pública, resuena sin duda con el sentido común, pero con base en una premisa oculta: que esos foros que no debemos regalarles, como la conferencia matutina o nuestros muros personales de Facebook u otras redes sociales, son la única vía por la que se pueden fortalecer los discursos estridentes de las derechas. Y digo que esa premisa está oculta porque el razonamiento de fondo es que, si no les damos esos foros, entonces no contribuimos a la diseminación de esas ideas. 

Es por esa premisa que difiero del argumento. Las conferencias matutinas, las redes sociales, los medios públicos de comunicación, los sitios de periodismo independiente o de pequeñas empresas conforman ciertamente un ecosistema que, sorprendentemente, en este país presentan un contrapeso serio a los grandes medios corporativos, audiovisuales y escritos. Sin embargo, las ideas extravagantes de la derecha radical —y no sólo las ideas, sino el estilo en el que se presentan, el insulto, la calumnia, la denostación abierta, tan indignos del debate público—, así como las más circunspectas de la derecha tradicional, no están buscando esos foros para reproducirse: tienen los suyos propios, entre ellos canales enteros de televisión, sus propias y potentes —aunque inorgánicas— redes sociales y la mayoría de las columnas de opinión de los grandes diarios. En pocas palabras, no importa si nos cuidamos de no reproducir esas ideas nosotros, tienen suficiente capacidad para reproducirlas ellos. 

Aún así, persiste la pregunta: ¿y qué ganamos con hacerlo? ¿Por qué habríamos de hacerles el favor de legitimarlos como interlocutores públicos? Pienso que una cosa no necesariamente implica la otra. Se puede hablar de la derecha sin hablar con la derecha. No se trata de devolverle los insultos a Ricardo Salinas Pliego, ni siquiera de contestarlos con un discursivo guante blanco. Es necesario hablar de lo que dicen a la par de revelar lo que hacen y, sobre todo, lo que hicieron cuando las élites a las que pertenecen tenían control del gobierno: las deudas fiscales arrastradas por sexenios, la fórmula de enriquecerse convirtiendo los bienes públicos en mercancías privadas y de empobrecer al país transformando las pérdidas privadas en deuda pública.

Hablar de la derecha no es traer a la arena del debate posturas antes nunca vistas, sino recordar un lugar en el que como país ya hemos estado —gobernados por la mezcla fatal de su ambición e incompetencia— y al que no quisiéramos volver. Hablar de las ideas de la derecha no es diseminarlas ni, mucho menos, encumbrarlas, sino analizarlas, ahora con la necesaria perspectiva que agrega el tiempo, para no dejar que, a punta de discursos fáciles, engañosos y atractivos, arraiguen en las esperanzas de las nuevas generaciones —las que no estaban ni remotamente en este mundo en 1994 pero que seguirán pagando hasta su vejez el Fobaproa—.

No hay derecha moderada porque la derecha defiende proyectos de élite, por definición antidemocráticos y no hay manera moderada de ser antidemócrata. Pero ciertamente hay derechas más estridentes que otras. Estoy de acuerdo con Yásnaya Aguilar en que la función de las que lo son más es hacer parecer sensatas a las que lo son menos, pero los proyectos antipopulares son siempre peligrosos, y su diferencia con los extremismos fascistas que gobiernan otras latitudes es apenas de grado, no de principio. 

Pero los discursos excluyentes, elitistas y antidemocráticos no se desactivan en el silencio. Por el contrario, incluso si se cuida de no llevarlos a grandes plataformas, esas ideas no se acallan, sino que se reproducen subrepticiamente justamente donde menos es conveniente que lo hagan: entre los jóvenes y las capas medias y populares a través de redes sociales (digitales y analógicas) que quedan fuera del monitoreo de la opinión pública. Cuando menos acordamos, ya tomaron fuerza entre las y los estudiantes de media superior o los universitarios, y eso lo saben bien quienes, para garantizar las condiciones de reproducción de sus discursos, se han agazapado entre los grupos de poder de algunas universidades o incluso han fundado las suyas propias. 

El silencio no desarticula los discursos derechistas ni los mantiene a raya de la opinión pública. El antídoto contra ellos es el análisis, el razonamiento y la memoria, esa terca consejera que nos recuerda que ellos ya gobernaron, lo hicieron mal, y, aunque se cambien el vestido, son los mismos que ya estuvieron y que nunca van a renunciar a la aspiración de volver.

Salinas Pliego durante su participación en la Conferencia Política de Acción Conservadora de 2024. Reuters
Salinas Pliego durante su participación en laConferencia Política de Acción Conservadora de 2024. Reuters



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Violeta Vázquez-Rojas
  • Violeta Vázquez-Rojas
  • Lingüista egresada de la ENAH, con doctorado por la Universidad de Nueva York. Profesora-Investigadora, columnista y analista, con interés en las lenguas de México, las ideologías, los discursos y la política.
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