La ciudad está llena de fantasmas, tal como leímos la semana pasada, inspirados en El resplandor (1980) de Stanley Kubrick.
No podemos ver estos fantasmas de la urbe hasta que alguien escribe una consigna, estampa una fotografía en un muro o pronuncia un nombre en voz alta.
Ese es el caso de la Glorieta de las y los Desaparecidos, en el Paseo de la Reforma y Niza, en lo que fue la Glorieta de Palma, en la Ciudad de México.
De acuerdo con el colectivo “Experiencias para la memoria”, los familiares de los desaparecidos se apropiaron de este espacio en 2022, colocando en el pasto circular los retratos de sus hijos e hijas desaparecidas.
Plantaron también un ahuehuete, que declararon Guardián de los Desaparecidos.
El árbol sufrió en su proceso de adaptación, y en 2023 fue reemplazado por otro ejemplar.
Recibió ataques, como si sufriera el mismo destino de quienes protege, pero aún sigue en pie.
Ese mismo año, el Gobierno de la Ciudad de México intentó retirar las imágenes para interrumpir la ocupación ciudadana.
Pero las familias regresaron a colocar sus instalaciones, declarándolo lugar de ceremonias, marchas y centro de reunión comunitario.
Este derecho de las familias ejerce la facultad colectiva de ocupar, resignificar y transformar los lugares comunes de la ciudad en escenarios de memoria, expresión y vida comunitaria, más allá de su función vial u ornamental.
Está respaldado por la Constitución Mexicana, que garantiza la libertad de expresión (arts. 6 y 7), la libre asociación y reunión pacífica (art. 9), el libre tránsito (art. 11) y el derecho a un medio ambiente sano (art. 4).
También se ampara en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en tratados internacionales como ONU-Hábitat, que reconocen la apropiación del espacio urbano como un derecho humano emergente.
La Glorieta se erigía como un antimonumento, semejante al Sitio de la Memoria El Ojo que Llora en Lima, Perú, que honra a las víctimas del conflicto interno de 1980 a 2000; al Monumento al Genocidio de Kigali en Ruanda y al Antimonumento +43 en la misma Ciudad de México.
Obedecía a pulsos ciudadanos semejantes al de Occupy Wall Street, que en 2011 convirtió a Zuccotti Park en un campamento contra la desigualdad económica y dio origen al lema ‘Somos el 99%’, y al de los Indignados del 15M en España, que ese mismo año ocuparon la Puerta del Sol y plazas de todo el país para reclamar democracia.
No obstante, el Gobierno de la Ciudad colocó hace dos años vallas metálicas alrededor de la glorieta, cerrando el acceso.
No hay aquí espejo más claro de la situación de los desaparecidos.
La glorieta está allí, en pleno corazón de la ciudad, sin que se le reconozca oficialmente, más que por los mismos familiares trágicamente involucrados.
Es un vacío que clama, una ausencia que llama la atención, una historia que espera su turno para ser contada.
Un palimpsesto: muros cuyas superficies se renuevan con fotos, como la corteza de un árbol que atestigua el paso del tiempo.
Las almas de ciento treinta mil de nuestras hijas e hijos, hermanos y hermanas, observándonos desde su silencio.
Noventa almas que se van cada día: una de cada mil.
El semblante de un fantasma que se muestra al dar la vuelta en una calle, o en el pasillo del Overlook Hotel, como Danny en el filme de Kubrick.
En esta ocasión, en vez de huir por miedo o por ignorancia, escuchemos esa historia que el resplandor nos está comunicando.
¿Quiénes son ellos? ¿Cómo se convirtieron en desaparecidos? ¿Por qué?
Acompáñame, lector, en la siguiente entrega, para conocer esta historia necesaria.