Nunca como ahora, la paz es un tema recurrente, a menudo redundante, pero nunca desactualizado.
El desorden político y económico actual, los afanes de unos y las polarizaciones de otros, la inversión de valores y de cánones, las constantes amenazas de un apocalipsis total y las constatables guerras en curso, obedientes a los discursos más ideológicos, parecidos a aquellos de la época del surgimiento de los totalitarismos más atroces, no dejan nada sólido en el aire ni tampoco construyen los cimientos que nuestra sociedad -y nosotros- necesitamos para avanzar.
Ante esto quedan dos posibles salidas: adoptar un fatalismo tal que niegue cualquier vestigio de esperanza, o dirigirse hacia esas posibilidades que laten en la historia que no ha sido; al final, dice Ignacio Ellacuría, lo que no fue, late más fuerte que lo que ya ha sido.
Hurgar en la historia implica, por un lado, encontrar“otra historia” que sólo yace como posibilidad esperando la mirada de un “mesías” al estilo de Walter Benjamin, que sea capaz de ver el “instante” en que la redención se cuela por entre las ruinas del pasado y, a través de la memoria, lo intenta reconstruir. Ese “mesías” no es una entidad fuera de la historia sino que el/ella también es historia y en este sentido ese mesías es cada uno de nosotros: los que somos hoy y los que nos seguirán.
Pero nuestra fuerza es débil, como afirma Benjamin y por eso su talante radica en la memoria como vehículo para la redención y antídoto para el olvido.
El olvido es el germen de la eterna destrucción, por ello la memoria funge como motor que impulsa el recuerdo, pero no uno lastimoso o culposo, sino uno “dichoso” al estilo de Ricoeur, es decir, uno en que la memoria obligue al “nunca más”.
La paz es hoy urgente, pero no como punto de llegada sino como punto de partida, pues no hay peor falacia que creer que la paz es una meta. Hablar de paz pasa por el doloroso proceso de desmitificarla y desglorificarla, de bajarla del pedestal donde la hemos colocado en el eterno sueño de la razón que heredamos de la modernidad.
La paz es un instante, tan débil como aquel en el que nos damos cuenta de que existe y tan fugaz como el mismo instante en que desaparece; por eso la conseguimos a cachitos y por momentos; sin embargo, su fuerza es tal que nos hace buscar creativamente nuevasmaneras, modos novedosos de hacerla posible y hacerla aparecer aquí y ahora.
Tal vez este momento que vivimos,ante un mundo desahuciado, sea ideal para asumir que hay, latente, una nueva posibilidad para abrirle camino, una oportunidad en el aquí y el ahora, en lo personal y lo comunitario, asumiendo como premisa y firme convicción que el mal y la destrucción no tienen la última palabra, porque frente a ellos es imposible callar.
Un referente ineludible para hablar de paz fue el papa Francisco, para quien el inicio de la reflexión se da bajo el principio de que la unidad prevalece sobre el conflicto; planteado por su Romano Guardini primero y plasmado por el sumo pontífice en Evangelii Gaudium.
Cuando la realidad se lee como unidad, es posible hallar las contrariedades y los desfondamientos de este mundo como signos de un tiempo nuevo que está por venir, es decir, desde y con la esperanza más allá de toda esperanza, tal como vivió Francisco, con sus muchos claroscuros y sus muchas contradicciones, pero siempre creyendo en la fragilidad atravesada de cada ser humano, habita Dios en ese misterio que esconde un amor sin limites ni condiciones.
Javier Sicilia y Jacobo Dayán en el libro Crisis o Apocalipsis conversan sobre si estos momentos trágicos parecidos a la “media noche en la historia”, vivida después del holocausto judío y de la caída de los totalitarismos y su involución a los populismos contemporáneos, es una crisis de la que se saldrá y cuyo producto será un nuevo tiempo o bien el apocalipsis total del que sólo podemos esperar una noche espesa y de mucho dolor.
Cada uno aporta desde su experiencia, Sicilia como creyente católico y Dayán como ateo de raíces judías. En mucho difieren pero en algo coinciden, y eso es que la única posibilidad que da sentido al sin sentido que vivimos está en los movimientos de resistencia y en las víctimas como signo de esperanza más allá de toda esperanza.
Tenemos que esforzarnos en que, en cada uno nazca una cierta resistencia quese empeñe, al igual que las víctimas, en una vida que pugna por ser y a la que le hemos cerrado la puerta.
Sólo cuando creemos en ese instante fugaz en que la paz puede ser posible y la vida renacer con ella, la crítica a los sistemas contemporáneos que intentan devorar lo poco que nos queda de humanidad, lanzará un grito profético de que aún queda mucho por hacer.
