La Universidad Nacional Autónoma de México se encuentra en paro indefinido. Son pocos los lugares en que aún se puede trabajar: algunas facultades, los Institutos y el Posgrado todavía están abiertos. El problema comenzó el 22 de septiembre de este año, cuando en el CCH sur un alumno asesinó a otro e hirió a un trabajador. Este asesinato dejó helada a la comunidad universitaria, con una sensación de inseguridad total.
De inmediato y con toda justicia, se suspendieron las clases en este plantel y comenzó una crisis que reclamaba una mayor seguridad para todos los universitarios. Para el 25 de septiembre comenzaron a parar algunas facultades, pero a partir del 2 de octubre hubo una especie de efecto dominó: esa primera semana los paros abarcaron más y más planteles y dejaron de ser por una o dos semanas, para declararse como paros indefinidos. Asimismo, los pliegos petitorios de dejaron de incluir únicamente una mayor seguridad y comenzaron a incluir, por ejemplo, un diálogo de carácter público para la entrega de las instalaciones, servicios psiquiátricos para todos los alumnos, la condena del genocidio en Palestina, así como el rompimiento de las relaciones de la UNAM con Israel, entre otras demandas. Diversas peticiones continúan sumándose a estos pliegos, algunas de las cuales son justas, como es el caso de la exigencia de una mayor seguridad, cosa que nadie sabe cómo lograr en una comunidad de casi 400 000 estudiantes.
La terrible novedad de este paro es que ha sido de una violencia inusitada: en varias instalaciones han existido amenazas de bomba ante las cuales, por supuesto, se han tenido que evacuar los espacios amenazados. Ese tipo de violencia nunca se había vivido en nuestra universidad.
Ante esta desesperanzadora situación, el Consejo Técnico de la Facultad de Filosofía y Letras se declaró en sesión permanente y la semana pasada convocó a una reunión de todo el claustro de profesores. La asistencia esta asamblea fue abrumadora: en la enorme sala no se encontraba una sola silla vacía y los pasillos quedaron abarrotados de académicos que deseaban escuchar y participar en ella, la cual duró más de tres horas.
En los siguientes días se anunció, para nuestra sorpresa, que la asamblea estudiantil había decidido entregar las instalaciones el viernes de esa misma semana, a las ocho de la noche. Sin embargo, el anunciado viernes después de las ocho de la noche, recibimos un comunicado de la Dirección informándonos que ya por tercera vez se habían presentado a recibir las instalaciones, pero un pequeño grupo de encapuchados desconoció explícitamente los acuerdos de la asamblea estudiantil y estas no se entregaron.
Todas las esperanzas de los universitarios estaban depositadas en que, en esas asambleas estudiantiles, se aceptara reanudar la vida académica.
¿Qué podemos esperar si ya no se respetan ni los acuerdos de una asamblea estudiantil? ¿Hacia dónde va la UNAM? Los universitarios estamos a la espera.
Pero ya no sabemos a la espera de qué.