Política

A un año de Cerocahui

Hace un año, el asesinato de dos sacerdotes jesuitas conmocionó no sólo a quienes hemos estado cerca de la Compañía de Jesús sino también a todo un país que se vio identificado con una constante que ha atravesado la vida cotidiana de forma incrementada en los últimos años.

Cerocahui representó el miedo de perder la vida inesperadamente, la rabia que provoca la injusticia de quien hace la paz y muere a manos de otros, la indignación de la ineficiencia de las autoridades que saben del problema y no actúan, el dolor de los mexicanos al ver cómo su país se desteje a girones a causa de un mal enquistado frente al cual el Estado es impotente.

Javier y Joaquín se convirtieron en un signo profético: o exigimos y denunciamos con mayor fuerza el cese de las negociaciones con cárteles en el país o en lugar de que estos casos sean la excepción, se convertirán en regla. Como los jesuitas, muchos más sacerdotes han sido asesinados y, junto a ellos, miles más de civiles lo han sido también. ¿Cuál es entonces la regla y cuál la excepción?

¿Cómo lograr la paz en un entorno tomado por las armas? ¿Cómo proclamar la inocencia de muchos cuando unos cuantos instalan una nueva narrativa que incita al odio y a la venganza? Hace algunos meses, capturaron al culpable de la matanza de los sacerdotes jesuitas, ante ello, la reacción de la compañía de Jesús ni incitó al odio ni a la alegría por la posible venganza, más bien, se inscribió dentro de la lógica de una justicia que hoy llamamos transicional en donde lo inmediato no basta y lo singular se desdibuja ante la constatación de que de nada vale detener a un culpable cuando muchos más siguen sueltos y el país sigue herido.

Para cambiar la narrativa de odio donde la vida es descartable, hace falta mirar más allá. Se requieren tres condiciones: la primera es la aparición de la verdad. Historias donde los discursos se han raptado y la palabra se ha transmutado son los gérmenes que generan que los hechos se narren a conveniencia de unos cuantos y mientras no se indague y salga a la luz la verdad de lo ocurrido de voz tanto de las víctimas como de los victimarios no conoceremos las causas últimas de la violencia incitada y si no las conocemos, tampoco las podremos atender. Por eso conviene dar cabida a los testimonios, de unos y de otros y dar el derecho a la verdad como garantía del proceso de justicia.

En segundo lugar, se necesita reconocer que, aunque revestidos de locura, quienes ejercen violencia y cometen actos criminales, así como las víctimas despojadas incluso de sus propias identidades, tienen ese valor intrínseco que las convierte en algo mas que mercancías de uso y de descarte y que se llama dignidad. No se trata de una exaltación de la misma que inmovilice y absuelva sino de una plena atención a su ser persona y, por ende, una apuesta valiente a su posibilidad de arrepentimiento y redención. Algo dificilísimo ante un dolor experimentado por la pérdida de seres queridos, pero sumamente necesario para no cegarse por la ira que no resolverá nada.

Una tercera condición se necesita y es que nos volvamos piezas fundamentales de la paz. Esta no es nunca total ni absoluta, no es tampoco una meta a la que un día llevaremos y todos nuestros problemas se resolverán; es, por el contrario, un proceso, lento y doloroso, a menudo torpe y frágil pero que va dando frutos, de a poco en poco, casi imperceptibles pero que son semillas que van germinando en el camino.

Decidir no ejercer venganza, optar por no odiar, elegir el diálogo por encima de la injuria, aceptar que, aunque alegre y sea motivo de esperanza, la captura de un criminal por sí sola no resuelve nada, involucrarse activamente en mesas de reflexión y de diálogo, formar comunidades más fuertes y cohesionadas, invitar a la memoria activa que promueva mecanismos de prevención, etc. todas estas son acciones que contribuyen a edificar la paz.

Como en Cerocahui y en cada rincón de nuestro país que ha sido azotado por la violencia y el crimen organizado, celebremos los pasos que damos hacia delante pero no cesemos de insistir en que no son suficientes si no hay un compromiso verdadero para frenar los crímenes, sanar las heridas y reconstruirnos como país.


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Elizabeth de los Ríos Uriarte
  • Elizabeth de los Ríos Uriarte
  • Profesora investigadora de la Facultad de Bioética de la Universidad Anáhuac México
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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