Cultura

Gentrifica y vencerás

La Real Academia define la gentrificación como el “Proceso de renovación de una zona urbana, generalmente popular o deteriorada, que implica el desplazamiento de su población original por parte de otra de un mayor poder adquisitivo”. Se trata entonces ante todo de un proceso económico que origina un desplazamiento o expulsión de la población original, para quien su espacio de vivienda habitual deja de ser accesible, que ni siquiera es sólo necesariamente en favor de una especie de población de reemplazo más adinerada. Ello porque debido en parte a las compañías como Airbnb que se dedican a la especulación inmobiliaria de muy corto plazo, los enclaves gentrificados son ocupados también por una población flotante que viene, consume, se divierte y se va, a quien el desplazamiento obligado de los habitantes locales tiene sin cuidado, así como los cambios comerciales y culturales que su presencia trae aparejada.

Se trata un poco del mismo proceso que viven resorts turísticos cuya actividad y existencia se basa principalmente en ser resorts turísticos, a donde llegan cada día desde fuera quienes habrán de limpiar, servir bebidas y organizar los torneos de voleibol en la alberca, que se marchan una vez concluida su jornada laboral, para comenzar de nuevo al día siguiente. Y si bien indudablemente hay una derrama económica en el proceso (el viejo argumento de la escuela de Chicago de que la acumulación de riqueza en la cúspide llegará también por goteo a la base), el efecto global tiende fuertemente a incrementar la concentración de la riqueza (ganan Airbnb y los propietarios que someten sus viviendas al proceso de especulación inmobiliaria) y a la destrucción de la identidad cultural originaria en favor de enclaves boutique ocupados por restaurantes, bares y comercios chic, que satisfacen la demanda de los nuevos pobladores y que son lo suficientemente rentables como para sobrevivir frente a la nueva realidad económica del sitio.

Hasta aquí no hay ninguna xenofobia, deseo de instauración de un régimen comunista, ni del náhuatl como lengua materna en la Condesa, sino simplemente la constatación de un proceso económico y cultural donde claramente pierde la población originaria y ganan las grandes compañías y los nómadas digitales, para quienes es una aventura pintoresca adentrarse unos meses en un lugar que paradójicamente su propia presencia vuelve cada vez menos exótico y más bien homogéneo y estandarizado. Y, más aún, a raíz del actual debate han aparecido varios artículos que detallan el incremento de los alquileres y el desplazamiento poblacional que producen para quienes ya no es costeable la nueva realidad. Por lo que es difícil pensar en alguien que razonablemente pueda ver todo esto con buenos ojos, más que si se ve beneficiado directamente por el proceso. Y como también sabemos, se trata de un movimiento casi global en contra de la devastación del tejido económico y cultural que produce el turismo predatorio, que a cambio del mentado goteo económico convierte la vida en un infierno incosteable para quienes no están de paso o de paseo en un lugar.

Y si bien en ninguna protesta es justificable el vandalismo y la violencia, sucede en este caso lo mismo que con otros movimientos, donde se pretende desviar la atención del problema original hacia los saldos o aspectos indeseables de la protesta real y organizada. Que no dejan de estar mal, pero colocar ahí la mayor parte del énfasis tampoco resuelve en lo más mínimo la violencia de base que origina la protesta.


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Eduardo Rabasa
  • Eduardo Rabasa
  • osmodiarlampio@gmail.com
  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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