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  • Estudian convertir cines abandonados en la CdMx en viviendas o centros culturales

  • En la Ciudad de México hay decenas de gigantes que albergaron miles de butacas y que hoy languidecen en espera de una reinvención.
La ciudad tiene mil 313 inmuebles declarados como de alto riesgo. (Foto: Javier García)

Al caminar a través del Centro Histórico, la avenida Insurgentes o el Eje Central Lázaro Cárdenas, no pocos capitalinos se preguntan por qué los grandes cines, algunos de ellos nacidos en la época dorada del cine mexicano, permanecen cerrados y están abandonados desde el terremoto de 1985.

La respuesta obvia es que fueron dañados estructuralmente por el remezón de la tierra, pero han pasado 40 años y sus propietarios no los venden ni habilitan, como lo pudo atestiguar MILENIO; las autoridades, por su parte, tampoco los expropian para darles utilidad pública o convertirlos en la vivienda asequible que tanto urge a la ciudad.

La antes llamada Ciudad de los Palacios debía tener cines acordes a su grandeza, es cierto. Y así las salas de cine fueron diseñadas por arquitectos de renombre, en amplios terrenos, ubicaciones privilegiadas y con imponentes fachadas art déco o art nouveau, de intenso auge a partir del fin del siglo XIX y principios del XX.

Los propietarios de estos gigantes competían por tener las salas más lujosas, modernas, imponentes. Ir al cine era una experiencia ambiental y visual. Un acontecimiento primero para las clases altas, que se fue ampliando al resto de la ciudad y llegó a públicos populares.

Sin embargo, con los años, la tecnificación de la proyección digital y otros cambios en la industria, esos cines pasaron del glamour a la decadencia y el deterioro, hasta que fueron abandonados. El tiempo los dejó en ruinas, albergaron a población de calle y se convirtieron en un riesgo por su mal estado estructural y en algunos casos, alto riesgo de desplome.

Son cines de 3 mil butacas, en promedio, que podrían traducirse en 3 mil metros cuadrados de suelo, por el espacio extra que representaban los pasillos, escaleras, taquillas, área de comida y amplios vestíbulos.

Se podrían citar 10 salas que fueron emblemáticas en su tiempo y conservan amplias dimensiones:

En la colonia Centro y sus alrededores están los principales, como el Cine Orfeón, inaugurado en 1938, de cuatro mil 628 butacas o los Cines Palacio Chino de 1940, de cuatro mil asientos. Muy cerca de ahí, en avenida Balderas, está el cine Ciudadela, que abrió en 1973, de tres mil 800 butacas; el Mariscala, de 1948 o el Ópera, de 1949, en Eje Central y Serapio Rendón, con tres mil 600 asientos. O el cine Variedades, que abrió sus puertas en 1956 sobre Avenida Juárez, de dos mil 750 butacas.

A unos minutos, en el corazón de la Zona Rosa, está el cine Insurgentes, de 1944, con dos mil 500 butacas; Cinemas Bucareli, de 1941, de la colonia Juárez, y algo más lejos el cine Tlatelolco, de 1967, con mil 200 butacas –y recomendación de Protección Civil para ser demolido–, más los Ultra Cinemas Anzures, en la colonia del mismo nombre.

El gobierno quiere, pero no lo dejan


“En general hemos ido por ellos, sin embargo, no siempre hay una disposición de los propietarios para vender”, dice Inti Muñoz Santini, secretario de Desarrollo Urbano y Vivienda de la Ciudad de México, acerca de las razones por las cuales la administración no va por ellos y los expropia para ampliar la reserva territorial.
“No es un capítulo cerrado. Seguramente seguiremos trabajando en ello y, bueno, es una posibilidad”, agrega.

No todos los cines abandonados tienen como origen de su deterioro el sismo del 1985 , aclara el secretario. También se sumaron los daños del más reciente terremoto, el de 2017. Pero hay más vicisitudes:

“En otros casos [la decadencia fue por] la falta de mantenimiento, la pérdida de rentabilidad, la evolución económica de la ciudad. Son diversas las razones del vacío en el que está una cantidad importante de predios, entre ellos los cines”, explica el funcionario.

La ciudad tiene mil 313 inmuebles declarados como de alto riesgo o riesgo de desplome y la gran mayoría se encuentra en la alcaldía Cuauhtémoc, que domina el centro de la capital del país. También hay teatros y centros de espectáculo abandonados y con daños severos, como el teatro Fru Fru, inaugurado en 1899; el teatro Lírico, de 1907, y el Blanquita, de 1960.

En la colonia Juárez quedan los restos del mítico El Patio, inaugurado en 1938 en la calle de Atenas, donde Tin Tan, José José, Juan Gabriel o Lupita D’alessio, y artistas internacionales como Édith Piaf, Raffaella Carrá, Ray Conniff, Sammy Davis Jr o The Platters deleitaron a los capitalinos con sus shows, hasta 1994. Para colmo, en 2024 el ruinoso inmueble se quemó y un mes después su cascarón se desplomó, dañando a unos autos que estaban en la calle.

Los cines y sus predios, los más complejos


La actual normatividad no favorece el uso correcto del suelo urbano y sí alienta fenómenos como la especulación, el despojo, el encarecimiento y la comisión de ilícitos relacionados con la existencia de predios, propiedades, edificios y bodegas donde no se da un uso adecuado a las edificaciones, dice el secretario Muñoz.

“En caso de que no sean inmuebles de vivienda, las leyes mexicanas protegen la propiedad privada de una manera que no asegura que exista un uso correcto, dinámico, permanente del suelo urbano… Estamos trabajando, es uno de los grandes temas sobre el futuro urbano y los equilibrios en el territorio. El Programa General del Ordenamiento Territorial tomará en cuenta este tipo de temas”, agrega.

El gobierno de la ciudad tiene un ambicioso programa para regularizar predios de vivienda con alto riesgo estructural. Constantemente entra en negociación con sus ocupantes para rehabilitar, debido a que en el 80 por ciento de los casos no hay un propietario. Pero en el caso de los cines, implica un proceso más complejo que el de un inmueble habitacional, aclara Muñoz.

Los cines también se pueden adquirir, “y para eso hay que tener contacto con los propietarios y llegar a acuerdos”, porque estos, hay que decirlo, en muchos casos tienen planes o proyectos para sus terrenos.

La palabra expropiación asusta a la población, alentada por una falsa información de que el gobierno les va a quitar sus casas y propiedades. Si bien en el Congreso de la Ciudad de México se ha debatido este tema, el gobierno capitalino prefiere ser cauteloso en utilizar este recurso. Prefiere negociar la compra, y a precio comercial.

Por ejemplo, actualmente se está trabajando en la compra del antiguo cine Tezontle, en la alcaldía Iztacalco, para que sea adquirido por el Instituto Nacional de la Vivienda (INVI) y se construya ahí vivienda social.

Cotsa, la tormenta perfecta

La Compañía Operadora de Teatros (Cotsa) fue una empresa privada creada en 1943 dedicada a la exhibición y administración de teatros y salas de cine. Fue protagonista en la época de oro del cine mexicano y, según diversas fuentes, llegó a tener 260 salas en las principales ciudades del país.

Varios de los mejores y más emblemáticos cines de la capital fueron protagonistas de Cotsa: el Bella Época, el Chapultepec, Cosmos, Futurama, Lindavista, Latino, Manacar, París, Roble. De todas ellas, 159 eran salas propias y 101 rentadas.

Las productoras mexicanas y estadunidenses dependían de Cotsa para colocar sus películas, porque esta decidían qué se exhibía y, además, tenía poder de veto.

Su dominio en la industria llegó hasta la década de los años ochenta, cuando cambiaron los hábitos de consumo de la población con la llegada de las videocaseteras y videoclubes y el fortalecimiento de la televisión. La necesidad de modernizar las grandes salas se combinó con dos crisis financieras en el país, las de 1982 y 1987, más un bestial terremoto en 1985.

Era la tormenta perfecta: el precio del boleto subió y las enormes salas de 3 mil butacas no se llenaban, el mantenimiento era muy costoso y la industria cinematográfica nacional estaba en crisis. Los dueños empezaron a contraer deudas con los bancos e instituciones públicas, dejando a los cines en garantía. Decenas de espacios de proyección comenzaron a cerrar y a quedar en el abandono.

Tras la nacionalización de la banca en 1982, las deudas de Cotsa pasaron a formar parte de los bancos controlados por el Estado. Los cines entraron el litigio, sin la posibilidad de venta si carecía de la autorización del gobierno federal, y fue así como quedaron bajo tutela estatal, sin pasar por la expropiación.

Por su arquitectura y actividad, algunos fueron considerados patrimonio cultural y la Secretaría de Educación Pública comenzó a administrarlos.

En 1993, el entonces presidente Carlos Salinas de Gortarí privatizó el paquete de medios de comunicación del Estado, que incluyó a la televisora Imevisión, los Estudios América y Cotsa, con sus inmuebles, pero también sus litigios, embargos y deudas.

La actual normatividad no favorece el uso correcto del suelo urbano
La actual normatividad no favorece el uso correcto del suelo urbano. (Foto: Javier García)

El ganador fue Ricardo Salinas Pliego. Este puso a la venta casi todos los inmuebles, los cines se vendieron a desarrolladores inmobiliarios, empresarios y gobiernos locales. Ya desde entonces los terrenos valían más que los edificios: el negocio era el suelo urbano, no la proyección de películas.

La mayoría de los inmuebles fueron demolidos o transformados en torres de departamentos, gimnasios, centros comerciales. Otros fueron convertidos en tiendas Elektra, como el famoso cine Lago del municipio de Nezahualcóyotl.

En 1993 llegó a México la estadunidense Cinemark y en 1994, el emprendimiento de tres mexicanos, Cinemex. La Organización Ramírez, de Michoacán, se convirtió en Cinépolis para competir a escala nacional. Estas empresas fueron por las grandes salas de cine y –luego de conseguirlas– las partieron en pequeñas salas dentro de un mismo complejo operando al mismo tiempo, en el modelo llamado multiplex.

Cotsa tenía adeudos fiscales, así que el gobierno federal se quedó con 38 de las 159 salas, entre ellas el cine Bella Época, Cosmos, Futurama, Hermanos Alva, Jalisco, Latino, Olimpia, Ópera, París, Pecime, Tlatelolco, nombres que marcaron a los chilangos de fines del siglo pasado.

Por cinco años el gobierno rentó estos cines al Cotsa de Salinas Pliego, pero cuando se los ofreció en venta el empresario no los quiso, así que la Secretaría de Hacienda los ofreció a nuevos postores.

Las salas monumentales con sus miles de butacas desaparecieron casi por completo durante la era del presidente Carlos Salinas de Gortari y del empresario Salinas Pliego, a principios de los años noventa. Algunas de las que se salvaron fue porque los gobiernos las adquirieron.

¿De quién son los cines abandonados?

Los grandes cines de la Ciudad de México en situación de alta vulnerabilidad corresponden tanto a la iniciativa privada, como al gobierno federal y también a la autoridad capitalina. La Auditoría Superior de la Ciudad de México informó en sus resultados del año 2000 que el gobierno de la ciudad erogó 90 millones de pesos para el rescate del cine nacional, que se convirtió en la compra de cuatro cines: Futurama, Bella Época, Pecime y París.

El gigante Futurama, de 1969 con capacidad para 4 mil 800 personas, fue adquirido por la delegación Gustavo A. Madero y se creó un Centro Cultural para la población del norte de la ciudad; en 2004 el Fondo de Cultura Económica pagó 33.5 millones de pesos por el cine Bella Época, abierto en 1942 en la colonia Condesa, para transformarlo en un centro cultural que alberga a la librería Rosario Castellanos, una cafetería, talleres y el Cine Lido.

El cine París de 1954, ubicado en Paseo de la Reforma 88, fue vendido a un particular en 40 millones de pesos y posteriormente demolido. El cine Pecime, en avenida Universidad, está en desuso, pero ahí están las oficinas de la Asociación de Periodistas Cinematográficos de México.

Siendo jefe de Gobierno Andrés Manuel López Obrador, se expropió el cine Variedades, un edificio porfiriano de tres pisos que era propiedad de la Fundación Haghenbeck, sus primeros dueños; el gobierno de Marcelo Ebrard anunció que sería un centro cultural, pero esto no ha ocurrido. Se mantiene solo la fachada y en sus banquetas tocan grupos de rock.

El cine Ópera, por su lado, tuvo un marcado declive tras el sismo de 1985, pero reabrió como sala de conciertos hasta 1998: fue escenario de las bandas Bauhaus, Love and Rockets y los Héroes del Silencio. Por su valor arquitectónico, en 2011 pasó a resguardo del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, y tras los sismos de 2017 se informó que el edificio no presenta riesgo de colapso, aunque guarda sólo ruinas.

El cine Tlatelolco, en la famosa unidad habitacional de ese nombre, perteneció a Cotsa y es propiedad del gobierno federal. En 2012, el Diario Oficial de la Federación publicó la desincorporación de mil 976 metros cuadrados en favor del Metro de la ciudad, pero esta empresa de transporte aclaró que se trató de las explanadas, no del edificio del cine.

Los vecinos quieren que se construya ahí un centro cultural porque además del alto riesgo de desplome, su abandono alienta a personas en situación de calle y es un escenario para delitos como asaltos y violaciones.

Cines privados

El Palacio Chino actualmente está a la venta y por él piden 327 millones de pesos. Tiene dos mil 800 metros cuadrados de terreno y unos 11 mil metros de construcción. Fue comprado por el productor Carlos Amador en la década de los cincuenta, quien vendió la mitad del terreno y perdió su entrada por la céntrica calle de Bucareli.

El cine poco a poco fue fragmentado; pasó de sala única a cuatro pequeñas y a luego a otras 11 aún más reducidas en los años noventa. En 2017 cerró y hoy luce en el abandono.

Asimismo, el cine Bucareli, propiedad de Cinépolis, tenía luneta, anfiteatro y capacidad para mil 800 butacas. Fue administrado por Cotsa y vendido en los años ochenta a la Organización Ramírez, era conocido como el cine más barato hasta enero de 2018, cuando cerró sorpresivamente.

Lo extraño es que se ubica en un área de alta especulación inmobiliaria, en el centro mismo de la ciudad, y son edificios que no están catalogados con valor patrimonial.

Con una arquitectura art déco, el cine Orfeón fue uno de los cines más grandes de México, de tres niveles. Cerró tras los daños del sismo de 1985 y en 1997 fue comprado por la empresa Ocesa, la cual le cambió el giro a teatro. Se escenificó una obra, ‘La Bella y la Bestia’, y volvió a cerrar al año siguiente por problemas legales entre los dueños. Hoy está abandonado, pero cuenta con vigilancia.

Otro gigante fue el cine Mariscala, con lunetas y anfiteatro. En el declive de los cines se volvió de corte popular, pero el sismo de 1985 dañó sus estructuras y desde entonces está cerrado y sin mantenimiento. En 2020 sufrió un incendio que afectó a personas que dormían en sus banquetas. A este inmueble no se relaciona con Cotsa.

Por su parte, el cine Insurgentes fue otro hermoso edificio art déco, con una torre circular que servía de faro para los capitalinos hasta 1969, cuando las obras del Metro le quitaron terreno y su torre, por lo que quedó escondido y a la vera de la Glorieta de los Insurgentes. 

De ser un protagonista en la época de oro del cine mexicano, en los años cincuenta, se convirtió en un cinema de varias salas y ahora, la mitad es un casino y la otra está abandonada. No pertenece a Cotsa sino a empresarios independientes.

Inaugurado en 1973, el cine Ciudadela, en avenida Balderas, es de los más modernos. A finales de los noventa pasó a exhibir cine para adultos y tenía un local de sex shop. Ahora está deteriorado y grafiteado, pero es de las construcciones más sólidas, hasta funciona como estacionamiento.

Finalmente, el antiguo cinema Anzures, en la alcaldía Miguel Hidalgo, nació en 1951. Fue frontón, arena de luchas y luego cinemas. Según reportes de prensa, la inmobiliaria Coar solicita al Congreso de la Ciudad de México las vías para convertirlo en un centro cultural y comercial que amplíe la oferta en la zona. Para ello se requeriría una modificación del Programa Delegacional de Desarrollo Urbano.


HCM

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Concepción Peralta Silverio
  • Concepción Peralta Silverio
  • Periodista de investigación enfocada en temas de justicia social, derechos humanos y corrupción, egresada de la carrera de Periodismo por la UNAM y de la maestría en Periodismo y Políticas Públicas por el CIDE.
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