El martirio del Padre Miguel Agustín Pro, ejecutado sin juicio en 1927, no pertenece solo al pasado: ilumina con fuerza los dilemas del México contemporáneo. Su muerte, producto de un Estado que decidió eliminar adversarios sin pruebas ni procesos, resuena hoy en un país donde miles de jóvenes desaparecen, donde familias enteras buscan justicia, y donde los abusos de autoridad siguen truncando vidas. El Padre Pro se convierte así en un puente entre dos épocas marcadas por la misma exigencia fundamental: que la dignidad humana sea respetada sin excepción.
Un 23 de noviembre de 1927 en la Ciudad de México, el fusilamiento del Padre Miguel Agustín Pro fue una ejecución en la que los medios de comunicación fueron convocados. La intención del Estado, en el clímax de la persecución religiosa, era usar el paredón como herramienta de propaganda y escarmiento. Para ello, se convocó a la prensa. Al escuchar los disparos, desde los balcones de "Excélsior", los redactores vieron a gente del pueblo arrodillarse y hacer la señal de la cruz al escuchar los impactos de bala, transformando el patio de ejecución en un inesperado calvario. El plan propagandístico se había revertido. Si antes estaban entusiasmados invitando a los reporteros, pronto se sintieron arrepentidos.
México vive una crisis de desapariciones que golpea especialmente a los jóvenes. Ellos, que deberían estar construyendo sus proyectos de vida, se han convertido en el sector más vulnerable frente al crimen y, en ocasiones, frente a autoridades que actúan con negligencia o complicidad. En los años de persecución religiosa, el Padre Pro acompañaba a quienes vivían con miedo, pobreza y amenazas; hoy, colectivos de madres buscadoras, organizaciones civiles y comunidades enteras encarnan ese mismo espíritu de resistencia que él defendió: buscar a los desaparecidos incluso cuando el Estado no lo hace.
Su ejecución sin juicio revela una continuidad preocupante. El abuso del poder ya sea estatal o criminal, continúa desafiando la legítima demanda de justicia. El Padre Pro murió enfrentando una autoridad que confundía orden con represión; pero su legado no es solo denuncia; también es esperanza. El martirio del Padre Pro nos recuerda que la dignidad humana no es negociable. En un país herido pero persistente, donde los jóvenes sueñan pese al miedo y las familias buscan verdad pese al silencio oficial, el sacrificio del Padre Pro sigue siendo una brújula moral: defender la vida, la justicia y la verdad, aun cuando parezca que todo está en contra.