
Este fin de semana se cumplen seis años desde el fallecimiento de mi papá. Sin embargo, la verdadera huella de su legado se empezó a forjar 11 años antes, cuando sufrió su primer infarto. En ese momento, un hombre joven, activo y aparentemente sano, me hizo comprender que la apariencia no es una certeza; lo que vemos por fuera puede ser engañoso. Este evento fue el detonante para que me adentrara en el mundo de la nutrigenética, buscando respuestas que pudieran evitar tragedias similares.
Mi papá parecía fuerte, pero ese primer infarto reveló que la apariencia sana no siempre refleja el estado real de salud. Nadie debería confiar solo en lo que se ve; la prevención es crucial. Los chequeos médicos regulares son esenciales, incluso cuando creemos estar bien. Su infarto me mostró que los hábitos saludables, aunque valiosos, pueden no ser suficientes si no se ajustan a nuestros genes.
El café, que a menudo se asocia con beneficios antioxidantes, es un claro ejemplo de cómo la genética cambia la interpretación de lo “saludable”. Lo que para algunos es una fuente de energía, para otros puede ser una amenaza silenciosa al corazón. El modo en que cada organismo metaboliza la cafeína depende de factores genéticos, y para algunos, lo que parece inofensivo puede ser un desgaste lento y peligroso.
El primer infarto de mi papá también me enseñó que el cuerpo no es solo una máquina que realiza funciones; es nuestro hogar, el espacio donde debemos vivir plenamente y con respeto. La adrenalina puede ayudarnos a superar momentos de estrés, como aquellos que él experimentaba en su labor como médico, pero no es una solución a largo plazo. Aprendí que el descanso no solo es necesario, sino fundamental. Permitirnos tiempo para recuperar y disfrutar de lo que hemos logrado es un acto de amor propio que no podemos subestimar.
Cuando decidí estudiar nutrigenómica, la pregunta que me asaltó fue: “¿Cómo es posible que alguien que ‘comía bien’ haya tenido un infarto?” La respuesta está en que “comer bien” no es un concepto universal; es profundamente individual. Cada cuerpo, cada gen, tiene necesidades distintas. No existe un camino único hacia la salud. Lo que funciona para uno, puede no ser lo mejor para otro.
Estas lecciones impactan diariamente en los consejos que ofrezco a mis pacientes. Ayudo a cada uno a entender que la salud no es un estado fijo, sino un proceso que debe ser gestionado de manera personalizada. Me esfuerzo en educarlos sobre la importancia de la prevención y la detección temprana con el fin de que no tengan que enfrentarse a lo que mi familia vivió.
A través de mi trabajo, he ayudado a miles a crear planes de longevidad basados en su genética. Este enfoque ha permitido que eviten problemas cardiovasculares graves, al igual que mi papá. Los estudios de nutrigenética son valiosos porque permiten anticiparse a lo que podría suceder, ofreciendo la oportunidad de prevenirlo.
Mi papá se fue, pero su partida me dejó un legado de amor, aprendizaje y, sobre todo, un compromiso con la salud de quienes me rodean. Papá, entender tu muerte me salvó la vida y estoy segura de que hoy salva la vida de otras personas que confían en mi trabajo, leen mis libros, escuchan mis pódcast y siguen mis consejos basados en la ciencia de la nutrigenómica, una ciencia que me atreví a investigar gracias a aquel infarto que nos marcó como familia. Te sigo extrañando, todos estamos bien.