
El 10 de septiembre se conmemoró el Día Mundial de la Prevención del Suicidio, una fecha que nos invita a mirar hacia dentro y hacia quienes nos rodean. Nos recuerda que, detrás de cualquier apariencia, puede existir un sufrimiento silencioso, y que los problemas psicológicos no discriminan estatus, edad ni logros.
Pensé en esta fecha y en la frase: “Puedes comprar la casa más bonita y cara que hayas visto, y vivir en ella. Pero sigues atrapado en tu mente cada noche”. Es poderosa porque nos recuerda que, aunque la fachada de alguien parezca perfecta, su cerebro puede estar en crisis, y que lo que vemos desde afuera nunca nos cuenta toda la historia. La única manera de acercarnos a esa verdad es ofreciendo un oído que escucha con atención.
El sufrimiento puede expresarse de muchas formas: ansiedad persistente, depresión, psicosis, consumo de sustancias o adicciones. Cada persona enfrenta desafíos distintos, y todos son válidos. Algunos signos que podemos notar incluyen cambios de humor, irritabilidad, aislamiento, comentarios autocríticos o una desconexión progresiva de sus círculos cercanos.
Hoy, además, las redes sociales pueden exacerbar estas sensaciones, mostrando solo versiones felices y controladas mientras ocultan el malestar real, y generando en quienes las ven una comparación constante con un ideal que en realidad no existe.
Pedir ayuda profesional siempre es un paso fundamental. Existen tratamientos adaptados a cada situación, pero mientras tanto, podemos apoyar nuestro cerebro y nuestro bienestar con hábitos simples y consistentes: hidratación, descanso y rutina.
Nuestro cerebro depende del agua para funcionar. Una recomendación práctica es 30 ml por kilogramo de peso; por ejemplo, una persona de 70 kg necesita aproximadamente 2.1 litros al día. La falta de hidratación puede afectar el estado de ánimo, generar ansiedad, dificultar la concentración, provocar dolor de cabeza y somnolencia y aumentar la irritabilidad. El descanso también es crítico. Dormir antes de las 11 p.m. y despertar con la luz del sol ayuda a procesar recuerdos, consolidar la memoria y regular emociones. La falta de sueño no solo nos hace más irritables: también debilita nuestra resiliencia y nos aleja de quienes nos rodean.
Las rutinas diarias brindan equilibrio y certidumbre. Seguir una rutina diaria con horarios estables de alimentación y ejercicio, tomar el mismo camino al trabajo, mantener una agenda organizada con anticipación e incluso decidir con anticipación qué ropa usarás al día siguiente, le da al cerebro una sensación de control y libera energía mental para planear, tomar decisiones estratégicas y disfrutar de la vida, en lugar de gastar recursos en incertidumbre constante o decisiones apresuradas.
Si queremos acompañar a alguien en momentos difíciles, pequeños gestos hacen la diferencia: poner atención plena en la conversación, mirar a los ojos, no minimizar lo que la otra persona siente, conocer los límites de la ayuda que podemos ofrecer y orientar hacia profesionales cuando sea necesario. Y si la persona no quiere hablar, la compañía o un mensaje que le recuerde que pensamos en ellos también tiene un gran valor.
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