Hace un par de semanas en uno de los espacios radiofónicos, que generosamente me brindan, abordaba casi de manera automatizada uno de los tantos aspectos por los que creo que deberíamos ir dejando de llamar “salud mental” a lo que hoy llamamos de tal modo. Esa iba a ser una colaboración más, que iniciaba y terminaba con los 120 segundos que me robo del espectro. Sin embargo, el titular del programa me preguntó: “entonces si no es salud mental, ¿cómo debemos llamarla?” y desde ese momento no ha dejado de martillarme la idea de presentar posibles alternativas a esta cuestión.
De entrada, le aclaré que el hecho de cuestionar por mi parte la manera en que en la actualidad nos referimos a “eso”, nada tiene que ver con que esté correcto o incorrecto. Como cuando los físicos nos aclaran las diferencias entre peso y masa, y desde ciertas teorías psi nos ruborizamos cuando indistintamente se usan los conceptos de ansiedad y angustia.
Es salud mental porque hasta el momento es lo más adecuado que se encontró en la imberbe disciplina psicológica para designarla, y porque evidentemente quienes arrebataron el estudio del alma -que pasó a llamarse mente- a la religión fueron médicos, con todo lo bueno y con todo lo malo que esto trajo consigo y que, al sol de hoy, dirían en mi pueblo, me trae la cabeza como un bombo.
El hecho de que por casi tres cuartos de siglo el estudio de la mente fuera responsabilidad exclusiva de los médicos, hizo que ellos se trajeran toda la jerga médica, toda la terminología técnica, y desde luego todos los vicios que hay en esa disciplina. Llegado su momento Sigmund Freud se preguntó si los legos -es decir aquellos que no estudiaron medicina- podían ejercer el psicoanálisis. Esta pregunta abrió la puerta a que el psicoanálisis ya no fuera solo un recurso médico y que quienes lo ejercen comenzaran a verlo ya no desde la óptica de la pura biología, como él mismo lo hacía cuando inició el estudio de la histeria y la neurosis.
Debemos reconocer que el concepto de salud está cargado de juicios y prejuicios, que a la vez que ayudan dificultan cualquier posible tratamiento psi. Cuando se habla de salud se tiene la creencia de que es lo opuesto a la enfermedad, pero no de una manera temporal sino de una condicionante eterna. Nos atrevemos así a hablar de niños sanos y fuertes, como el prototipo comercial de una persona en sus primeros años de vida que jamás se enferma. Y pensamos en el niño enfermizo como aquel que necesita constantemente de recursos externos -generalmente medicinas- para cursar sano y salvo por esa etapa del desarrollo.
Traspalando este imaginario a la llamada “salud mental”, nos hace creer que existen personas sanas mentalmente y que son el héroe que encarna la tiranía de la felicidad, siempre sonrientes, siempre educados, siempre dispuestos, siempre amables, siempre, siempre, siempre. Su opuesto es el terrible “enfermo mental”, quien alberga en sus pensamientos deseos de daño hacia él y hacia los otros, es quien grita, quien se aísla, se desespera, se enfada.
La salud, tal y como se concibe desde hace más de un sigo nos reporta una idea de higiene total, de blancura inmaculada. La máxima expresión de esta atrocidad antihumana la vivimos con la respuesta que dieron las autoridades ante la emergencia de un nuevo coronavirus. Aislamiento total, higiene total, cero contactos porque el otro es el posible portador de una enfermedad que estaba siendo más letal de lo habitual.
Esto mismo pasa con la salud mental. Se piensa que se debe mantener a la mente alejada de los malos pensamientos, de las malas lecturas, de las malas películas, de la mala música. Que hay agentes externos, como los virus, que infectan y dañan nuestro espíritu. En la década de los cincuenta del siglo pasado fue el rock and roll lo que dañaba las mentes de los jóvenes, a las mujeres las hacía proclives a la promiscuidad y a los hombres los incitaba a la violencia. La decadencia total. Hoy son las (otras mal llamadas) redes sociales, las que están dañando a los niños y los jóvenes. Les provocan ansiedad, pensamientos suicidas. La decadencia total.
Lo que muchos llaman salud mental se asemeja más a una salud moral, a una higiene extrema de los deberes y quehaceres. El problema con la moral es la imposición, desde lugares de poder, de las normas, de lo que está bien y lo que está mal, no con el afán de garantizar la vida en la polis, la convivencia, la política, sino los cotos de poder.
Recordemos que han sido los regímenes totalitarios quienes más personas han recluido en hospitales psiquiátricos, porque pensar (y pensar siempre es pensar diferente) es el primer síntoma de insania.