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El Adán Cartesiano

  • Doble P: Periodismo y Política
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  • Alan Ruíz Galicia

Doble P: Periodismo y Política
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En el Génesis se narra el mito de Adán, el primer hombre que despertó a la vida en el Edén, el jardín de Dios, y viendo la obra del Creador, decidió añadir algo más, como si no estuviese culminada. La Biblia narra: “puso Adán nombres a toda bestia y ave de los cielos, y a todo animal del campo”.

¿No es extraño que Dios haya “olvidado” dar nombre a los seres de su creación? En realidad, no se trató de un descuido divino, sino de un privilegio concedido. Adán, como primogénito, pudo dar algo de sí a lo que le rodeaba. Ofreció su palabra viva, y bautizó a un ser como “pájaro”, y otro como “pez”; vio la llama en los ojos felinos y dijo “será tigre”.

Recurro a esta historia para exponer que la apuesta moderna es que la razón tome el lugar de los mitos para explicar el mundo. Para lograr este propósito, necesita hacer un doble movimiento. Primero emplea una razón corrosiva y desacralizante que debilita el mito; una vez que lo ha desprestigiado, sobre el terreno despejado, realiza un esfuerzo constructivo, de manera que la razón se afirma. En el caso de la modernidad, el primer esfuerzo es irónico, mientras que el segundo es racionalista.

La conocida obra El Discurso del Método de René Descartes nos permite ejemplificar este punto. El filósofo francés parte de la premisa de que las personas creen distinguir entre lo verdadero y lo falso, pero suelen basar sus opiniones en convenciones, mitos y prejuicios. Para cambiar esto Descartes necesita “derrumbar los malos edificios del pensamiento” y remplazar las estructuras demolidas por mejores cimientos, que serían sus principios racionalistas.

El Discurso del Método no ha sido leído en clave irónica, y es una parte importante de su apuesta intelectual. De hecho, el texto comienza con un escarnio de Descartes hacia los hombres y mujeres de su época, quienes se muestran demasiado confiados de sus propias opiniones. El filósofo les dice con ironía: “el buen sentido es lo que mejor repartido está entre todo el mundo, pues cada cual piensa que posee tan buena provisión de él, que aún los más descontentos respecto de cualquier otra cosa, no suelen apetecer más del que ya tienen”. Descartes se dedica —como lo hizo Sócrates en su época— a demostrar que ni los sabios ni las personas comunes poseen las verdades que presumen. Para hacerlo sin granjearse animadversiones, el filósofo francés utilizó el mismo recurso que el ateniense, al declararse ignorante y poco competente en su exposición:

“Nunca he presumido de poseer un ingenio más perfecto que los ingenios comunes. Hasta he deseado muchas veces tener el pensamiento tan rápido, o la imaginación tan clara y distinta, o la memoria tan amplia y presente como algunos otros”.

Más adelante, Descartes señala:

“He formado un método en el cual paréceme que tengo un medio para aumentar gradualmente mi conocimiento y elevarlo poco a poco hasta el punto más alto al que la mediocridad de mi ingenio y la brevedad de mi vida puedan permitirme llegar”. (…) “He confesado mi ignorancia con más candor de lo que suelen hacerlo los que han estudiado un poco”. (…) “Nunca he atribuido gran valor a las cosas que provienen de mi espíritu”.

Más que creer en la ignorancia fingida del filósofo, hay que tener en cuenta el estilo irónico con el que quiere ganarse nuestra confianza y limpiar el paisaje del conocimiento, lo que él llama hacer tabula rasa. A Descartes no le agrada el mundo sin orden que conoce, así que pretende convertirse en un nuevo Adán y organizar todo como por primera vez. Sin embargo, a diferencia del hombre bíblico originario, múltiples variables condicionan su pensamiento: es francés, nació en una época concreta, tiene una formación intelectual específica y un cúmulo de experiencias singulares. ¿Cómo puede aspirar a nombrar el mundo como Adán, desde una perspectiva universal, estando él mismo en una posición particular?

Ramón Grosfoguel —un intelectual adscrito a la teoría decolonial— sugiere que para poder ser un Adán moderno, Descartes pretender separar el cuerpo del alma. Al hacerlo, el alma supera las limitaciones impuestas por la particularidad del cuerpo que habita, para colocarse en un punto cero, no determinado. Como Adán en el alba de la Creación, con esta división Descartes intenta dejar de lado las ideas parciales y producir conocimientos universales, un movimiento muy astuto y arriesgado. El francés seculariza al alma, que será llamada la razón. ¡Cuántos trucos despliega este filósofo en un librito de pocas páginas! No es un asunto menor pensar que incurrió en una gran herejía. Publicar estas ideas en el siglo XVII fue provocar a la Inquisición, ¿cómo sortear ese peligro?

La estrategia de Descartes para escapar de las represalias clericales me recuerda a un célebre episodio del mito griego de La Odisea: en un punto de su periplo, el héroe homérico y su tripulación padecen el encierro en la cueva de Polifemo, un cíclope pastor, hijo de Poseidón. Luego de ver cómo devoran a dos de sus amigos, Odiseo ofrece vino a Polifemo, quien, borracho, le pregunta su nombre. El astuto griego responde: “soy nadie”. Mientras el monstruo duerme, Odiseo aprovecha para afilar una estaca con la que lo deja ciego. El gigante grita y pide auxilio a sus hermanos mayores, pero cuando ellos preguntaban “¿quién te lastimó?” el infortunado responde: “fue nadie”. Cuando logran abordar los barcos, Odiseo, en un arranque de vanidad y contra los recelos de la tripulación, le grita al cíclope su verdadero nombre.

Descartes estaba consciente que podía ser castigado por sus ideas, por lo que en 1637 publicó de manera anónima y en francés El Discurso del Método —la lengua escrita más común era el latín, pues el francés se consideraba vulgar—. Como en el caso de Odiseo, dos de sus compañeros ya habían sido devorados, Giordano Bruno, por las llamas, en 1600, y Galileo Galilei por el encierro en 1633. Con el anonimato, Descartes engañó al Polifemo de su época, la Inquisición, pues su obra fue escrita por nadie. Como Odiseo, solo al sentirse a salvo reveló su gloria, una década después, cuando firmó con su nombre la edición latina de su manuscrito.

Volviendo al tema que nos invita, Descartes utilizó la ironía como recurso para cuestionar los fundamentos de las creencias comunes y de las actitudes necias de sus contemporáneos. Hecho lo anterior, pudo colocar los pilares de la razón en los espacios liberados del mito. Si aceptamos este punto de vista, varias preguntas se nos insinúan: ¿por qué la razón no se enfrenta al mito de forma directa? ¿Por qué se necesita que la ironía intermedie?

Los mitos, como relatos que producen reverencia y mandatos, llaman al acatamiento. Quebrantarlos se asocia a la desgracia individual y colectiva. La capacidad de persuasión de un mito reside en que evoca temores difusos, frente a los que la razón carece de instrumentos. Por eso, para socavar al mito hay que despojarlo primero de su autoridad, mostrarlo como un ratón con sombra de león: ese es el trabajo de la ironía. La desmitificación irónica es la estrategia con que la Modernidad aprendió a liberarse de los mitos, y que quizá funcione también para tomar distancia de los nuevos mitos modernos.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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