Cultura

Elevador loco

Durante un tiempo tuve este sueño recurrente: Soñé que viajaba a un elevador loco. Primero subía en línea recta, estirado por los cables y a través del ducto especialmente diseñado para él. Después comenzó a aumentar su velocidad y la sensación de vértigo creció. Salimos disparados del edificio en que me encontraba y fuimos a dar a un edificio anormal. Unas partes eran rectas, mientras que otras presentaban curvaturas exóticas. Y el elevador las seguía a través de un ducto que se acoplaba a esas formas. En cierta sección del edificio no había ducto a través del cual transportarse, y entonces el elevador desarrolla una manera de disolver y reensamblar el edificio, emitiendo, a partir de los cables seccionados de la parte superior, una sustancia estrambótica, misma que va creando un medio a través del cual transportarse adecuadamente. De pronto se detiene en un lobby inmenso, lleno de gente; parece que se trata de un evento especial. Están esperando a alguien. Por lo visto me esperan a mí. Salgo y aplauden. Entonces la ceremonia termina y vuelvo al elevador, que comienza a acelerar de manera tal que siento tanto miedo, pero no puedo hacer nada, solo esperar a que esta máquina termine su viaje demencial. A veces parece que me voy a estrellar contra todo, pero en el último microsegundo gira radicalmente y evade el impacto. Al final el elevador se detiene, las luces se apagan pero la puerta nunca se abre.

Hay muchas maneras de interpretar los sueños. Lo primero que me viene a la mente es que mi sueño representa un temor profundo a perder el control, a perderme en la vida. Porque la vida, así como ese elevador, no tiene un sentido tal y como se lo hemos otorgado, la vida ocurre por sí misma y para sí misma, y su única lógica es la de continuar, a costa de lo que sea, pero no va a ninguna parte. Es decir, no contempla hechos particulares, deseos o logros. Eso no le importa. La vida es un fenómeno muy volátil, enérgico y persistente, pero es ciego. Es un monstruo impetuoso.

Por otro lado, se me ocurre que el loquísimo viaje de este elevador no es otra cosa que mi mente. Así, la veo como una maraña, una morusa de sensaciones, pensamientos, recuerdos, temores que de pronto se confabularan para crear estos viajes rebeldes y desatados. Me pregunto si, de todo lo que hacemos diariamente, no estaremos invirtiendo una buena cantidad de energía para mantenernos cuerdos. O sea que todas estas construcciones de vida cotidiana, de hábitos y costumbres, no son otra cosa que procesos para contener nuestra locura latente.

Dice Sir Thomas Browne: “La mitad de nuestros días la pasamos en la sombra de la tierra y, en el hermano de la muerte, exactamente la tercera parte de nuestras vidas. Una buena parte de nuestro sueño se halla estructurado por visiones y objetos fantásticos y somos engañados por ellos. El día nos provee de verdades; la noche, de ficciones y falsedades, lo que divide de manera incómoda la naturaleza de nuestro ser. Consecuentemente, habiendo gastado el día en sobrias labores y búsquedas racionales de la verdad, somos proclives a llevarnos a nosotros mismos hacia tal estado mental, que hasta las mentes más sobrias han experimentado las monstruosidades de la melancolía, la cual, ante lo evidente, no son mejores que la tontería y la locura”.

En efecto. Acaso los sueños sean hechuras, construcciones disparatadas creadas por demonios para llevarnos hacia un vórtice de locura y demencia, y hacernos entrar en desvaríos y estados de enajenación de los cuales no podamos salir ya. ¿Y qué si nuestras vidas fueran una lucha interna entre el estado de vigilia y el sueño?

Y en cuanto el final del sueño, este se convierte en una pesadilla: el elevador se transforma en mi ataúd.

Adrián Herrera

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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