Si buscas el origen de su forma, sabrás que treinta y seis mil años antes, uno de nuestros antepasados, en la cueva El Pindal, en Asturias, España, lo dibujó sobre la roca, representando el corazón de un mamut como isla pigmentada en el preciso lugar de su vulnerabilidad. Sabrás también que el símbolo del corazón geométrico que dibujabas en la niñez tiene sus orígenes en una planta llamada Silfio —por la forma de su vaina o semilla—, hinojo de África que se extinguió por su resistencia a ser domesticado, por su negativa a ser sembrado en otro sitio que no fuera los campos y su libertad. Tanto se negó a dejar las tierras agrestes que, precisamente su carácter lo llevó a la desaparición, porque nada detuvo el consumo excesivo de él: era condimento, afrodisiaco, esencia de perfumes y anticonceptivo. Su valor lo llevó a ser representado en monedas y adornos sin fines románticos.
Si buscas más, encontrarás otra de las formas del corazón que yace en papiros e inició en el antiguo Egipto. En los pergaminos se aprecia cómo, después de la muerte, su peso era juzgado en una balanza ante la pluma del dios Amat. Los egipcios le concedieron un concepto múltiple: centro del pensamiento, de las emociones y motor del cuerpo humano. Única víscera que durante el embalsamamiento no era retirada del cuerpo, a menos que ocurriera una descomposición grave, entonces se suplía por un escarabajo metálico.
Sabrás también que la forma geométrica del corazón en la edad media tuvo que ver con la abundancia, la prosperidad. Mas una de las primeras representaciones ligadas con el amor fue realizada en Francia, en un manuscrito de mediados del siglo XIII, en la narración literaria “La nivela de la pera” [Le roman de la poire], en ella se muestra a un hombre entregando “su corazón” a una mujer, sumándose a las primeras expresiones que relacionaban al corazón con el amor entre dos personas. Christine de Pizan también incorporó su símbolo amoroso y romántico en su obra “Las epístolas de Otea a Héctor” [L'Épistre de Othéa a Hector], en una de sus ilustraciones se aprecian a hombres y mujeres ofreciendo corazones geométricos a la diosa Venus. Se incorporó de igual forma su simétrico símbolo en la baraja francesa, junto con las picas, los tréboles y los diamantes.
Y es que sucede que el corazón ha sido nombrado hasta la náusea, comprometiéndolo además con los dogmas de una forma irreductible. Mas él te sigue hablando desde lo que pudo haber sido y lo que es: algo destinado a ser tuyo y está frente a ti en constante movimiento para ser descifrado, son todas las piezas que se arman a sí mismas.
Si el corazón es un vórtice de sangre, ese vórtice se replica en el viento a través de los remolinos, en el mar, a través del caudal de los ríos con esa espiral que hunde todo hacia sí. Ahí están sus múltiples rostros: lo tienes en tu interior, y en la naturaleza, en sus extremos violentos y feroces.
El corazón es un fantasma que se extiende, con sus destellos, por todo tu cuerpo hasta la mirada. Y te dice: ahí está otro corazón, míralo. Míralo a través de lo que dice, míralo a través de lo que hace, míralo a través de la falta del color en las mejillas que sonríen. Ese es tu corazón: músculo recursivo lleno de sangre y conductor de ella que te habla desde el agua carmesí y densa, a través del latido.
Sabes que tu corazón se abraza a sí mismo pues está en el centro de todo y, a la vez, está alejado de toda visibilidad, donde puede ser libre, a pesar de ti. Sabes que el corazón es el monstruo que hemos creado, lo es para quienes rechazan fallas, defectos y buscan solo la pureza. Un corazón que habla así es terrible por su seguridad. Y, aun así, tu corazón ha mordido el alma de quien lo ha mirado a los ojos: la ha hecho suya. Quien ha sentido esto se alegra, se sabe contagiado de ese brillo escarlata, y ahora lo ve en cada juego de palabras: intenta descifrar lo verdadero.
Sabrás también que el corazón es un árbol refulgente y oscuro, formado de ocho troncos que son heridas/cauces dentro del cuerpo; vasos sanguíneos conformados por seis venas que transportan la sangre al corazón, y dos arterias que la transportan desde él. Y así, después de que el corazón, con una potencia eterna, alienta a nuestra sangre, insistimos en inviabilizar lo sensible, en tazar todo por precio, como a la compañía. Siendo que el corazón, con sus venas cava superior e inferior, recibe nuestra sangre desoxigenada del cuerpo por la aurícula derecha, la dejar salir hacia los pulmones para que la purifiquen, y así sus venas la devuelven plena de oxígeno a través de la arteria aorta al resto del cuerpo. Pese a todo esto, insistimos en no darle valor a la contemplación de otro cuerpo, de otras palabras, de un paisaje, de un ser animal.
El corazón ayuda al cuerpo, por ejemplo, a esos tus brazos, a que acerques a ti a lo que deseas, o a ese pensamiento que analiza tu pesadilla, a examinar cada detalle. Aun así, insistimos en tazar todo lo que viene del cuerpo o reflexión a conveniencia, para dogmatizar/monetizar, siendo que son esas venas, ya con sangre oxigenada, las mismas que te llevaron a caminar el desierto, a sentir la suavidad en la arena en tus muslos, en tu espalda. Te dan una oportunidad de reconsiderar todo, y por eso gira el cielo entero.
En esa circulación eterna que es el pensamiento, el corazón sabe que hay una posesión única del cuerpo: el vórtice, la energía que se genera en el centro de todo, en el corazón. Esa energía es la única posesión del cuerpo, del deseo, del ansia, del llanto, del abrazo, de la creación de la vida y del arte. Es ese vórtice callado: potencia pura, luz que se dirige entre el silencio del cuerpo. Somos gracias a él los monstruos que construimos, por la duda monumental, por la búsqueda del amor. Nuestro cuerpo se yergue por ese vórtice o tronco de árbol suave lleno de ramas que nos inunda, un árbol rojizo que vislumbra los días que seguirá latiendo mientras contempla la ciudad, mientras contempla el amanecer impredecible.
Sabes que tratar a esa masa palpitante como a un bien con caducidad, como a un bien de intercambio que no puede moverse libremente, te aleja de todos los mares, de todas las tormentas y de toda naturaleza. Porque el corazón es un ave también, resguardada en tu pecho. Si así lo deseas, puedes encontrar su esencia en los siguientes versos del poema de William Blake “Augurios de inocencia/Auguries of innocence”: Un petirrojo enjaulado/enfurece a todo el cielo […] Cada aullido de lobo y león/ eleva del infierno un alma humana* [A robin redbreast in a cage/Puts all Heaven in a rage […] Every wolf’s and lion’s howl/ Raises from Hell a human soul].
El corazón, ese árbol resplandeciente, ese vórtice que tienes en el pecho, esa ave roja, si la escuchas, será liberada por la propia naturaleza de los demás seres animales, sus iguales: tus iguales. No merece menos que la autonomía y su fuego.
Con el dolor por la pugna de la libertad; desde las cavernas, desde las pirámides, desde los edificios automatizados, desde las casas con piso de mármol o de tierra; el corazón te dice: no necesariamente estoy ligado al amor. Y en esta réplica radica la difícil y dolorosa belleza, la que seduce por siempre.
* Traducción propia
AQ / MCB