En cierto periódico madrileño de 1907 aparece un anuncio. “Casa nueva. Se alquilan pisos. Tutor 24 barrio Argüelles”. En uno de esos pisos, debidamente alquilado, se convocó cinco años después a una ceremonia luctuosa. “El excelentísimo señor don Justo Sierra, ministro plenipotenciario de los Estados Unidos Mexicanos, nombrado embajador en misión especial para el Centenario de las Cortes de Cádiz, ex Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes de México, gran cruz de la R. O. de la corona de Italia, comendador de número de la Real y Distinguida Orden de Carlos III, Comendador de la Legión de Honor, presidente de la Academia Mexicana de la Lengua, correspondiente de la Real Española, etc., ha fallecido el 13 de septiembre de 1912”.
La prensa publicó una fotografía de tal evento en la que un grupo de hombres con galas civiles y militares se reúne para la ocasión. En primera fila puede verse a Amado Nervo.
Poco le había durado el puesto a don Justo Sierra, que apenas había sido nombrado en mayo. Comoquiera debieron ser sabrosas las conversaciones entre el sabio ministro y el secretario poeta. Durante la misión de Amado Nervo en la embajada, también había pasado por ahí Francisco de Icaza, otro erudito y poeta, muy célebre en España por los versos de “Dale limosna, mujer, que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada”.
Esa misión diplomática ocupó a Vicente Riva Palacio, Juan Sánchez Azcona, Alfonso Reyes, Antonio Mediz Bolio, Miguel Alessio Robles, Genaro Estrada y otros de gran sabiduría. Mais où sont les neiges d’antan!
El aviso de la prensa participa “a sus amigos tan sensible pérdida, rogándoles encomienden su alma a Dios y asistan a la conducción del cadáver”, partiendo a las cinco de la tarde “desde la casa mortuoria”. Termina con una exhortación con la que remataban las esquelas en aquellos días: “Se suplica el coche”.
Lo del coche era para formar una procesión con bonitos carruajes y finos caballos. Con dolientes a pie podrían pensar los madrileños que el muerto era de medio pelo. Eso sin contar que para ir de Tutor 24 al camposanto era caminata de cincuenta minutos.
A don Justo lo metieron en una carroza tirada por seis caballos y lo llevaron al cementerio de San Justo. Ahí descansó una semana. Luego lo enviaron por ferrocarril a Santander y de allá lo embarcaron a México en un barco francés llamado el Espagne.
Amado Nervo se ocupó de los trámites. Seis años después, el cadáver del propio Nervo sería transportado por barco desde Uruguay. Quizá no fue un bardo quien se ocupó del asunto. Un poeta puede escribir “era llena de gracia como el Ave María” o “vida, nada me debes, vida estamos en paz”, pero también puede escribir: “Cadáver embalsamado, féretro debidamente cerrado, flete pagado, no hay aranceles que solventar”.
AQ / MCB