Cultura

Sangre rizada

Desde el desierto

El arte trae consigo regalos inesperados: el anhelo por un aprecio que se desea no termine. Eso es lo que no existía en mi espacio, ahora existe. Es la ensoñación y su impacto en lo real.

Hoy amanecí oscura por la sombra que me dio en el rostro: esa maravilla que nace al observar de lleno la imagen de unas manos haciéndose a sí mismas (Drawing Hands, 1948, obra de M. C. Escher). Me sigue su recursividad. Se forman y reforman desde lo real, desde estos, mis ojos que contemplaron el formato verdadero del pasado, una litografía que tiene el peso de lo que sería el rechazo de un cuerpo. “Espera”, “apártate”, imagino a Escher diciéndole a Jetta, mientras ella se marchitaba en la desesperación, después en habitaciones blancas de las que no pudo salir. Él siguió el trazo obsesivo, los intercambios con mentes científicas y viajes a la Alhambra, donde los mosaicos blanco y negro y el teselado se filtraron para siempre al horadar madera, metal, piedra. Sus técnicas las llevó al límite a través de un acto puntual: sistematizado desde lo sanguíneo y, a la vez, una parte de esa sangre estaba muerta al deseo.

Este día aletean los objetos geométricos vistos, configurados en su contundente solidez matemática. Como esa dualidad que devela el temblor del agua fragmentada y brillante en la pieza “Superficie rizada” (Rippled Surface, 1950). Revolotean infinitas escaleras que aman la confusión en mi cuerpo. Me entrego a los objetos imposibles y, ahora, a esas manos que se recrean a sí mismas, trazadas con un movimiento que alude a la delicadeza, que da a luz a una potencia en cada falange, esas manos que podrían amar el silencio y el cuerpo, si lo deseara, de una forma profunda.

M. C. Escher aparece y reaparece en distintas partes del mundo, esta vez, a través de la Galería Skot Foreman, en Coahuila. Mi espera para ver su obra fue un sustantivo: vorfreude —anticiparse a la alegría en alemán—. Conocía el trabajo de M. C. Escher sin conocerlo: acudía a él en lo virtual para suspender el tiempo, para asombrarme, para sentir.

Vorfreude, una sola palabra. Esperar lo bello es un acto de fe, como las palabras no dichas, mas se gestan en ese espacio entre la mente, el cuerpo y el aire. Acto que está ahí inaprensible y aún no libera esa frase que deseamos pronunciar, esa que acortó los asientos entre dos personas para hablar con la verdad, modificada por algo que aún no entendemos bien y está hecho de tiempo.

Ese anticipar la alegría desde la espera, y una vez vista o escuchada, anida en unas manos invisibles dentro de mi vientre y mi pecho; se rehacen y moldean la exactitud de lo invisible. El arte trae consigo regalos inesperados: el anhelo por un aprecio que se desea no termine. Eso es lo que no existía en mi espacio, ahora existe. Es cargar el dragón y el agua. Es el aparecer del fuego en cada cabello, en la repetición y superposición de los objetos. Es la ensoñación y su impacto en lo real.

Podrían esas manos vistas abrirse a las palabras, ya que están dispuestas al dibujo de sí mismas. Imagino que también estarían dispuestas a la escritura: a través de ella se ama a los cuerpos, a través de ella se ama el silencio, la música, el deseo y la noche. Por ellas he aprendido a diferenciar: Esta es ahora mi vida: mesurarme, temblar ante cada voz, temblar las palabras apelando a todo lo que de nefasto y maldito he oído y leído en materia de forma de seducción, […] Aquel poema de Dylan Thomas sobre la mano que firma en el papel. Un rostro que dure lo que una mano escribiendo un nombre en una hoja de papel. Así lo dice Alejandra Pizarnik en este fragmento de su prosa titulada “Palabras”.

En una constante reexistencia de figuras y espejos de dimensiones fragmentadas que anuncia la llegada de un hombre de otro tiempo, el temblor cristalino del agua en el presente persiste, y el avance articulado de su obra es un lenguaje recubierto por los rayos del sol rasante del desierto. Se riza el agua en el cuerpo, y la idea de lo eterno es recursiva. Entonces, ¿qué será lo eterno?

AQ / MCB

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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