En 1983, Paul Ekman estableció un conjunto de seis emociones básicas, que según sus investigaciones, aparecían en todas las culturas a lo largo de la historia. La alegría, la tristeza, la sorpresa, el asco, el miedo y la ira han pasado a ser consideradas desde entonces como las esenciales. A propósito de esto, no sé si es posible realizar una lista de todo lo más profundo que hay en la especie humana. En cambio, creo que de vez en cuando aparecen episodios que desafían todas las tablas. Es lo que ha sucedido en Michigan.

Hace dos semanas, un veterano de la Guerra de Irak de cuarenta años llamado Thomas Sanford, disparó a los asistentes a una ceremonia en una iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, es decir de los mormones. Cuatro personas murieron en el acto y ocho fueron heridas. La policía se encargó de acabar con el asesino. Como es normal en estas tragedias, muchos miembros de la comunidad se han movilizado para ir en ayuda de las víctimas y de sus familias. Sin embargo, uno de ellos, llamado David Butler, lanzó una iniciativa propia. Según Butler, los muertos y heridos del atentado no eran las únicas víctimas. También lo eran la viuda y el hijo del asesino. Para abundar en los problemas de la familia, el hijo de Sanford necesita de un tratamiento médico costoso. Butler lanzó una campaña para recaudar fondos para la familia de Sanford. El resultado fue que en pocos días se acumularon donaciones por doscientos cincuenta mil dólares. Muchos de los que donaron su dinero pertenecen a la iglesia mormona.
Esta historia, por lo demás extraordinaria, me recuerda a uno de los documentales más conmovedores que he visto. En el año de 1993, tras el asesinato de su famoso padre Pablo Escobar, su hijo de dieciséis años huye con el resto de su familia a la Argentina. Es allí donde se cambia el nombre por el de Sebastián Marroquín. En el año 2005, Marroquín (Escobar) conoce al director Nicolás Entel. Este le propone protagonizar una película donde Marroquín va a buscar a los hijos de dos de las víctimas de su padre, el candidato Luis Carlos Galán y el ministro Rodrigo Lara Bonilla. Su objetivo no era exactamente o solamente, pedirles perdón a nombre de su padre. Era mostrarle al mundo y a ellos mismos que los odios no tienen por qué heredarse. Marroquín se arriesgó a participar en la película y el resultado fue extraordinario. En Letras Libres, Fernanda Solórzano se refirió al “esfuerzo de su hijo por mantener la cordura ante su legado”.
La palabra perdón que flota por encima de estas historias, tiene un origen revelador. La expresión “per” se traduce como “totalidad” y que puede verse en “perturbar”, “perfeccionar” o “perdurar”. “Perdón” significa por tanto una “donación total”. El impulso del perdón, sin embargo, requiere un esfuerzo de lucidez y coraje. Es la razón por la que podemos asombrarnos de algunas personas como las de estas historias. Aun cuando sus emociones no calcen en la lista del doctor Ekman.
AQ