Cultura

La cárcel del auténtico yo

Bichos y parientes

El “yo” ha sido ampliamente explorado en la literatura estadunidense. Libertad para algunos; para otros, horror.

Muchos gringos están rete mal respecto de su noción de sí mismos y sus fuerzas en el mundo. Hallo una encuesta en la que el 6% cree que puede derrotar a un oso grizzly, a mano limpia; el 8%, a un gorila, un elefante o un león (en YouGov). No entendieron que Hugh Glass, el personaje de la película The Revenant, verdadero hombre rudo, apenas sobrevivió al ataque de un grizzly, de chiripa y con una escopeta.

La mucha civilización y los demasiados medios les han borrado la que tal vez fuera su mayor apuesta filosófica, espiritual y literaria: esa relación con la naturaleza que no hallan otras zonas ni otras lenguas. No me refiero al romántico deporte europeo de caminar, observar el paisaje y concebir metafísicas: el Wandern, de Schubert a Goethe, o las Lyrical Ballads de Wordsworth. Ni siquiera los portentos de Turner. La naturaleza europea es completamente inofensiva. No es lo mismo meditar que sobrevivir.

Me refiero al arte de irse al bosque, con las propias fuerzas, y transformarlo en morada física y espiritual, y al tiempo hallar el dominio de sí mismo y una verdadera ética de la autenticidad. Por supuesto, es Emerson (Nature y Self Reliance) y, más, Thoreau, en Walden Pond. Y son los héroes populares como Paul Bunyan, Daniel Boone, la obra de un autor infravalorado como Jack London y un largo etcétera, que viene con libros, radio, tele, cine. El acero del “yo” se templa en el agua fría de la soledad.

Y doy con un cruce peculiar, justo en el tiempo de la transformación mediática, después de establecido el radio y al principio de la televisión. Dos autores que no pueden ser más distintos y, sin embargo, hermanables: Thomas Merton (1915-1968) y Jack Kerouac (1922-1969). Jóvenes en la misma época, ambos rebeldes y pleiteros, de pronto se hallaron en el lugar de autores notables y renombrados (para 1984, los dos tenían más de 4 millones de libros vendidos, sólo en inglés), y compartieron esa inquietud espiritual que los llevó a buscar la interioridad auténtica en la soledad de la naturaleza.

Influidos por sus raíces católicas y un interés en el budismo zen, se apartaron del bullicio en busca de su “yo interior”, en roles similares a guardabosques, como forma de autoconocimiento, autodominio y revelación espiritual, pero con resultados opuestos.

Merton ingresa en 1941 al monasterio trapense de Kentucky; los propios hermanos cuentan que, buscando soledad, aprendió a roncar para que lo echaran del dormitorio común. Lo nombraron guardia forestal y su oficio solamente se veía interrumpido por el compromiso de guiar a los novicios en tareas forestales como podar y plantar árboles. Católico de trapa, pero en la genealogía de Thoreau y Emerson, se deja atrapar por ese infierno americano (imposible no caer ahí: era gringo) que se embrolla con la idea de que existe, adentro de uno, un yo auténtico, más verdadero, que no se engaña a sí mismo. En sus Nuevas semillas de contemplación, urge al lector: “Ruega por hallarte a ti mismo”. Pero logra alcanzar la sensatez intelectual y espiritual: “el único gozo verdadero en la tierra es escapar de la prisión de nuestro yo”. Quizá su ruta de salvamento fuera esa búsqueda de las disciplinas orientales y, en particular, del zen, a donde llegó de la mano de Daisetsu Teitaro Suzuki.

Kerouac, el pionero Beat, también venía del catolicismo, pero eso lo dejaba frío. Haber topado con la fama sin saber cómo, tras la publicación de On the Road, lo precipitó en un lugar extraño. No lograba dar consigo mismo, con su auténtico yo, como manda la secular religión estadunidense de Emerson y Thoreau. Buscó en sabidurías budistas, de la mano del filósofo Allan Watts (que aparece con otros nombres en Big Sur y en Desolation Angels) y recurrió a la receta espiritual de su nación: se contrató como vigilante forestal en la cima de Desolation Peak, en el Parque Nacional de North Cascades. Aguantó 63 días porque el vacío no dejó de acosarlo: “Estoy hablando de la impotencia humana y la soledad increíble en la oscuridad del nacimiento y la muerte...” (en Desolation Angels). Su alcoholismo se agravó. No logró ver que lo suyo no era hallarse. Era perderse. Su autenticidad aparecía en los sentidos: observar (a sus amigos), escuchar (jazz) y fluir, estar de paso y yendo. Pero compró el boleto equivocado, el de quedarse a solas consigo.

El lugar sagrado del “yo”, donde la espiritualidad norteamericana hallaba su libertad, su trascendencia, se había transformado en la cárcel del horror.

AQ

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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