Hay cosas que se ven sin ver. La costumbre las borra e integra todo en una mismidad sin relieves. Las calles que se transitan diario, los coches, la gente que camina… De pronto, alguien señala alguna característica y lo de siempre nos sorprende. En el reciente libro de Macario Schettino, Conspiraciones (del que nos ocuparemos con detalle otro día), hay uno de esos llamados a la atención: lo vimos siempre, pero sin verlo de verdad. Él dice que en México persiste una medievalidad de gremios acostumbrados por siglos a negociar directamente con el rey (aunque dure seis años), por encima, o debajo, de la ley positiva. Y que esas formas no fueron anomalías jurídicas sino la verdadera constante.
De pronto, esas formas sueltas, que veíamos sin ver, se revelan como la forma continua y sustancial. Esto explica la inextricable relación, la simbiosis, entre los gobiernos y el crimen organizado: no son casos aislados.
Schettino aporta datos que no se pueden seguir leyendo como si fueran aislados. Y desde su análisis, recupero una intuición literaria que me incomodaba desde hace tiempo.
Se trata de tres novelas, probablemente las mejores del siglo XIX mexicano: Astucia (1866), de Luis G. Inclán; El Zarco (1888), de Ignacio Manuel Altamirano, y por supuesto, Los bandidos de Río Frío (1891), de Manuel Payno.
Astucia es compleja: especie de bildungsroman del personaje Juan Cabello, y su entrada en la hermandad de charros conocida como los “Hermanos de la hoja”, o “Charros contrabandistas de la Rama”, un grupo criminal con gran poder que controla el comercio de tabaco en Michoacán. Para el lector común, se trata de una novela larga y aburrida. Pero literariamente es un tesoro al que se puede recurrir. Inclán es quizá el mejor escritor de diálogos con formas del habla popular. Su obra es una fuente importantísima para todos los diccionarios de mexicanismos; el de Santamaría difícilmente pasa tres páginas sin citarlo. La novela se hizo vieja, no mala. En su época, el tiempo era distinto. Las horas de lectura pedían obras largas y morosas.
De las tres, mi favorita es El Zarco. Es breve, ágil, sintética y no sólo divertida, sino arriesgada: por sus páginas cruza un erotismo muy sutilmente deslizado, pero con ferocidad real. Con todo, lo importante es la trama. Ya no son los días de caos despótico de Santa Anna, sino la época liberal de Benito Juárez, en la que quisimos ver la formación de un Estado moderno, según la narrativa oficial, pero, tomando como signo nacional al estado de Morelos, se sigue tratando de un país en el que las autoridades locales, como prefectos medievales, huyen o negocian con bandidos por falta de recursos; el estado recluta criminales para combatir reaccionarios, y otorga "facultades extraordinarias" a figuras como Martín Sánchez para ejecuciones extrajudiciales, instalado en la corrupción que premia con impunidad al criminal y al funcionario.
La tercera es la mayor obra literaria de nuestro siglo XIX. Los bandidos de Río Frío es una novela épica que describe pandillas de salteadores en el camino entre México y Puebla, lideradas por Relumbrón (basado en el coronel Juan Yáñez), personaje ostentoso y jactancioso que, a pesar de ocupar altos cargos en el gobierno, también era el jefe de los bandidos, dirigía negocios fraudulentos y organiza robos sistemáticos a diligencias y viajeros. El grupo opera como una "compañía de ladrones" con jerarquías y divisiones de botín en un Estado plagado de funcionarios corruptos que fomenta el bandidaje para justificar campañas represivas, mientras los generales se enriquecen en disturbios y mantienen vivo el bandidaje. Se enriquecen los militares de alto rango, los funcionarios de gobierno y los criminales. Se empobrece hasta nulificarse la voluntad de una república de instituciones.
La causa de los bandidos ha sido un tema romantizado por la modernidad. Eric Hobsbawm tiene dos libros: Rebeldes primitivos (1959), y su perfeccionamiento en Bandidos (1969), pero escribe desde la modernidad europea. Otro ejemplo es el de Umberto Eco, que desarrolló su idea de una "Nueva Edad Media" para describir paralelismos entre la Edad Media y la sociedad contemporánea: la fragmentación del poder, la crisis de imperios globales, la inseguridad generalizada, el surgimiento de "feudos" privados y una cultura de transición permanente.
Era teoría. Pero Macario Schettino decidió golpearnos las narices: los mexicanos no hemos salido de ahí.
AQ