Comer bien se ha convertido en un privilegio reservado para pocos. Lo que debería ser una elección personal hoy depende del salario, la ubicación y la suerte. Salir del súper con dos bolsas medio vacías y el bolsillo vacío es parte de la rutina de millones de mexicanos. Comer bien cuesta caro… y no todos pueden hacerlo.
El costo de comer saludable en México
De acuerdo con la FAO y la OPS, el costo de una dieta saludable para una familia de cuatro personas equivale prácticamente al salario mínimo mensual. En contraste, una dieta basada en alimentos ultraprocesados es hasta tres veces más barata, aunque también más dañina para la salud.
El problema no es ignorancia: todos sabemos que hay que comer frutas y verduras. El problema es el acceso.
La trampa de la comida barata
Con 50 pesos en el bolsillo puedes comprar galletas, una sopa instantánea y un refresco. Pero una comida completa —con arroz, guisado y agua— cuesta más del doble.
No es flojera, es economía.
La industria alimentaria ha creado un sistema que premia el volumen sobre la calidad. Los productos ultraprocesados son baratos, están en cada esquina y son adictivos: altos en grasa, azúcar y sal. Activan los centros de placer del cerebro y provocan dependencia, lo que nos mantiene consumiéndolos una y otra vez.
Cuando el agua vale más que el refresco
En México, el agua potable es un privilegio y el refresco una constante.
Cada mexicano consume en promedio 166 litros de bebidas azucaradas al año, y Chiapas es el estado con mayor consumo del mundo.
Mientras tanto, el país enfrenta una crisis hídrica: fugas, escasez, contaminación y comunidades enteras sin acceso al agua. En contraste, las grandes corporaciones de refrescos garantizan distribución hasta en la tienda más remota.
En muchos pueblos hay refrescos fríos, pero no agua limpia.
Obesidad y desnutrición: dos caras de la misma moneda
México ocupa el quinto lugar mundial en obesidad. Tres de cada diez adultos la padecen, y las cifras van en aumento. Este problema le cuesta al país más de 120 mil millones de pesos al año, además de millones de vidas afectadas por diabetes, hipertensión y enfermedades cardíacas.
El problema también alcanza a los niños. Uno de cada tres menores de cinco años sufre obesidad y desnutrición al mismo tiempo. Niños que deberían correr y aprender cargan con enfermedades crónicas desde la primaria.
Esa es la bomba de tiempo que enfrentamos: una generación enferma antes de comenzar su vida adulta.
¿Elegimos comer mal o el sistema nos empuja a hacerlo?
“Comen mal porque quieren”, se repite con frecuencia. Pero ¿cómo elegir bien si tu colonia solo tiene tiendas con frituras y refrescos?
Los alimentos ultraprocesados están diseñados para estimular los centros de recompensa del cerebro, generando adicción y dependencia. Incluso la microbiota intestinal puede influir en los antojos, enviando señales químicas al cerebro que piden más azúcar o grasa.
Comer mal, muchas veces, no es una elección. Es una consecuencia del entorno.
Pequeños pasos hacia un cambio real
Desde 2020, el etiquetado frontal en México advierte sobre los excesos de azúcar, sodio y grasa. Y desde 2025 se prohibió la venta de comida chatarra en escuelas.
Son pasos pequeños, pero necesarios.
Comer bien no debe ser un lujo, sino un derecho garantizado por políticas públicas, educación nutricional y acceso real a alimentos saludables.
Porque en un país que produce alimentos para millones, nadie debería tener que elegir entre comer barato o comer bien.