A propósito de que el 73% de las reducciones en pobreza que ocurrieron de 2018 a 2024 se explican por el aumento en ingreso laboral y solo el 7% por los programas sociales [1], ha comenzado a permear en la opinión pública la idea de que “el mejor programa social es el trabajo”.

Y con ello, la conclusión de que los programas sociales deben ser substituidos por trabajo. Esto es de fondo, no solo equivocado sino profundamente perverso.
La realidad es que el trabajo y los programas sociales son complementarios para reducir la pobreza porque ambos atienden a personas y objetivos distintos.
La abismal mayoría de los programas sociales van dirigidos a personas que no se encuentran condición de trabajar: niños y jóvenes en edad escolar, adultos mayores o discapacitados permanentes [2]. También van a personas que están trabajando pero requieren un complemento salarial: madres solteras, pequeños agricultores o jóvenes aprendices.
Si los programas sociales fueran substituidos por trabajo –creyendo que el segundo es mejor que el primero– el resultado no sería menor pobreza, sino mayor trabajo infantil, menor derecho a la jubilación e incluso mayor deserción escolar. En el largo plazo, la eliminación del gasto social reduciría la productividad laboral porque incentivaría a los jóvenes a dejar la escuela para trabajar y dejaría a millones en desamparo.
Más aun, decir que “el trabajo es el mejor programa social” es ignorar una realidad: que en México muchas personas trabajan y no por ello dejan de ser pobres. El 11% de los trabajadores mexicanos no ganan lo suficiente para alimentar a sus familias [3]. Los trabajos en México no solo no son un programa social, son en ocasiones una fuente generadora de pobreza debido a su bajo nivel salarial.
Quizá lo más peligroso de comparar al trabajo con un programa social es que ello indirectamente asume que los empleadores le hacen “un favor” al empleado por contratarlo. Que el trabajo es una especie de “apoyo” por el cual el trabajador debe sentirse agradecido.
La realidad es que empleador y empleado son entes mutuamente dependientes. Y en el caso específico de México, si alguien debe sentirse agradecido por esa relación de mutua dependencia es el empleador. Lo comento porque a diferencia del resto del mundo, donde el trabajador se queda con el 52% de los ingresos generados por la economía, en México se queda solo con el 37% [4]. Es decir, el mercado laboral opera en México con reglas muy favorables para el empleador.
Dado estos datos, si el trabajo fuera un programa social, lo sería pero para los empresarios –los cuales, en todo caso, son el principal beneficiario del entramado regulatorio laboral actual.
De fondo, la idea de que el trabajo es un programa social esconde otra idea equivocada: que el trabajo y los programas sociales son excluyentes y por ello, cuando una persona recibe un programa social, ésta deja de trabajar. Como he mostrado con mi propia investigación, esto es falso [5]. Entre personas en edad de trabajar, el número de horas trabajadas es el mismo entre quienes reciben programas sociales y quienes no los reciben.
Fuentes: [1] Estimación propia con base en ENIGH 2024; [2] Campos y Ríos (2023). Así no es. Grijalbo; [3] Pobreza laboral 2T 2025 INEGI; [4] Labor share as % GDP ILOSTAT 2025; [5] Ríos (2023) El mito de que el pobre es flojo. MILENIO.
Lo contenido en este texto es publicado por su autora en su carácter exclusivo como profesionista independiente y no refleja las opiniones, políticas o posiciones de otros cargos que desempeña.