Durante esta pandemia se ha dicho y escrito mucho sobre la importancia de cuidar el medio ambiente y respetar la biodiversidad para evitar la transmisión humana de virus como el SARS Cov 2. Sin embargo, ¿cómo ser una sociedad que respeta los límites planetarios? Una respuesta a esta pregunta la ofrece la economía circular, que es un sistema que reemplaza los conceptos de basura y fin de vida de los bienes a través de la reducción, reuso, remanufacturación, reacondicionamiento, reciclaje y recuperación de materiales en los procesos de producción, distribución y consumo.
La Fundación Ellen MacArthur propone tres principios para la economía circular: 1) Eliminar residuos y contaminación desde el diseño; 2) Mantener productos y materiales en uso el mayor tiempo posible; 3) Regenerar sistemas naturales.
Hay muchas iniciativas en el mundo que están poniendo en práctica este concepto, y pueden verse, ambiciosas estrategias como la de la Ciudad de Amsterdam, que utilizan “pasaportes de materiales” en los edificios que se construyen para asegurarse que al final de la vida útil del edificio los materiales puedan ser reciclados o reutilizados.
En esa misma ciudad, facilitan espacios para que las personas aprendan a reparar diversos aparatos y así extender su tiempo de uso. Hay emprendimientos sociales (algunos prominentes en París) cuyo fin es reducir el desperdicio de alimentos y redistribuyen en comunidades marginadas alimentos que los supermercados desechan por estar próximos a caducar, pero aún pueden ser consumidos con seguridad.
Los casos individuales son innumerables, pero visto en perspectiva amplia, el enfoque de economía circular tiene un enorme potencial para el avance hacia los Objetivos de Desarrollo Sustentable. Sin embargo, ¿qué hace falta para implementarlo? Para ser una sociedad circular, se requiere una combinación de cambios tanto culturales como tecnológicos. Es decir, se precisa de innovaciones sociales, económicas, industriales y ambientales: Políticas públicas que incentivan la economía circular; capacidades para el emprendimiento en modelos de negocios circulares; apertura por parte de consumidores para nuevas modalidades de uso y acceso, por ejemplo, para compartir o rentar en lugar de poseer; voluntad política para la conservación y regeneración de ecosistemas; desarrollo de habilidades digitales; generación de redes más complejas de cooperación en cadenas de valor. Un ejemplo de ello es el diseño de procesos de logística inversa, que es devolver los bienes utilizados (o sus residuos) para que puedan ser reintegrados en la misma o en otra cadena de valor.
Pero el reto más grande es transformar el entendimiento de progreso y bienestar que tiene una sociedad. La noción de suficiencia aquí es clave, para reducir, que es la primera estrategia de la economía circular. Esto implica dejar de ver la posesión como un símbolo de estatus y progreso, y poner más valor en aspectos como la calidad del aire, agua y alimentación saludable del lugar donde vivimos.
Hace unos meses el mundo observó cómo un pueblo en Alemania fue arrasado por una inundación, dejando cientos de muertos detrás. El mensaje es muy claro: las amenazas climáticas están en todos lados, y no hay una nación que no esté expuesta. Por tanto, todas las sociedades tenemos el desafío de encontrar las formas más inteligentes de organizarnos y convivir. Y la forma más inteligente en este siglo, es la forma que busca la regeneración de la naturaleza, a la par de la calidad de vida y la salud de las personas.
Carolina Moreno Hernández
Investigadora doctoral en la cátedra de transición social y economía circular de la Universidad de Friburgo