Política

El tren de medianoche

  • Seguridad ciudadana
  • El tren de medianoche
  • Sophia Huett

Desplegados en Veracruz, durante el día organizábamos la espera y luego venían las horas en las que debíamos ser pacientes. Nuestra misión era cruel y triste aparentemente, porque parecíamos el gran obstáculo de quienes perseguían un sueño. Alcanzamos a ver a lo lejos la luz que se acercaba, junto con el sonido característico del tren.

Al detectar nuestra presencia, en uniforme azul y letras reflejantes que nos identificaban como autoridad, algunos sin medir el riesgo intentaban huir. Cuando el tren se detenía, con él paraba el sueño americano para decenas de migrantes que ansiaban escapar de la violencia y la pobreza.

Las primeras noches del operativo fueron las más difíciles, más de una vez presencié la desesperación de quienes brincaban de un tren en movimiento, a quienes luego debíamos de brindarles los primeros auxilios médicos.

Mi función era atender a mujeres, niños y niñas, verificar su estado de salud y resguardarles mientras terminaba el operativo. Aunque nuestra presencia era amenazante, nos esmerábamos en no mostrarnos como fantasmas, sino como verdaderos guardianes de su seguridad. Cada noche era diferente de la anterior.

En alguna ocasión, entre la siembra de piñas, alcanzamos a ver que uno de nuestros compañeros iba detrás de una persona. Luego escuchamos “corre hija, corre, no te detengas”. Busqué de inmediato la voz sin miedo que alentaba la huida, como si se tratara de una carrera escolar que había que ganar.

Por un lado, una sombra azul corría sin parar y por el otro, una adolescente que corría entre plantas de piña con la agilidad de quien trota sobre arena. Las voces de ambos bandos comenzaron a animar a los “competidores”. Todo parecía indicar que el uniformado azul ganaría.

Luego los perdimos de vista. Ni las lámparas lograron darles seguimiento hasta la meta. Minutos después apareció el compañero, sofocado y a punto de desvanecer. Lo recibimos con aplausos, porque sabíamos lo que significaba correr con el equipo completo en un campo de obstáculos, en el que muchos no habrían podido ni avanzar unos metros.

Del otro lado, estaba una mujer de edad avanzada, quien festejaba la huida de su hija. “Lamento mucho lo ocurrido señora, pero aquí estamos y haremos lo posible por encontrar a su hija”, le expliqué. Agradeció mi buena intención, pero me dijo que creía que su hija estaría mejor en esos momentos. “Estoy segura que ella sí va a lograrlo, que Dios la bendiga y ojalá que pronto pueda reunirme con ella y de no ser así, que no se olvide de mí”, concluyó.

No supe qué decir, sus palabras me dejaron pensando. Sabía que a aquella corredora de tan solo 17 años le esperaba un camino difícil y que lo mejor que le podía ocurrir era encontrarse con alguno de mis compañeros o compañeras en su camino. Nunca sabré en qué paró su historia.

Luego, se llenaron los autobuses de pasajeros con los rostros más tristes que se pueda imaginar, con voces apagadas y miradas perdidas. Solo quedaba esperar el camino de regreso. Lo que para algunos significa un camino truncado, para otros es protegerlos de mortales peligros. No siempre es comprendida nuestra función, pero como quedó demostrado una y otra vez, salvamos muchas vidas. 

Colaboración de la Oficial Nieto Reyes


Google news logo
Síguenos en
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.