Política

Antes de que sea tarde

El campo está llegando a su límite. Y no lo digo como una consigna, sino como una realidad.

Lo repiten miles de productoras y productores que ven cómo sus costos crecen sin freno mientras sus ingresos se estancan.

Lo dicen las cosechas que no alcanzan para cubrir los gastos y las familias que sobreviven con lo mínimo, esperando que la próxima temporada sea mejor; y cuando la cosecha es mejor, resulta que el precio de mercado se cayó y hay que malbaratar el producto.

Las expresiones de inconformidad que hoy se escuchan en todo el país son transversales: vienen del norte y del sur, del pequeño productor y del mediano, del ganadero y del agricultor de temporal.

No es una protesta partidista, es el grito de un sector que sostiene al país, pero que se siente abandonado por él.

No es una protesta contra un gobierno, es contra un sistema donde el eslabón más débil es el productor primario, el que se arriesga a los fenómenos climáticos, a los bajos precios, a las plagas, a las enfermedades, al exceso de importaciones.

Hoy el problema pasa por dos frentes: la sanidad y los precios. Por un lado, las sanidades agropecuarias viven con presupuestos insuficientes, al límite de lo que permite sostener los programas de vigilancia, control y erradicación de plagas y enfermedades.

No hay margen para errores: sin sanidad no hay exportaciones, no hay productividad, no hay confianza en los mercados. Pero pareciera que no se alcanza a entender la magnitud del riesgo.

Por el otro, los precios son una injusticia estructural. Siempre he pensado que es profundamente injusto que, mientras todos los insumos —el fertilizante, el diésel, los envases, los fletes— suben, los productos del campo no lo hagan en la misma proporción.

Que se normalice que el productor venda por debajo de su costo, mientras el consumidor paga cada vez más. En esa brecha se pierde el esfuerzo de quienes alimentan a México.

El campo no pide privilegios, pide justicia. Pide reglas claras, precios dignos, instituciones fuertes y presupuestos responsables. Porque sin campo no hay país, y sin justicia para el campo, no hay futuro posible.

Y que se escuche fuerte y claro: la defensa del campo no debería ser solo de quienes lo trabajan, sino de todo un país que come gracias a ellos. No es una causa rural, es una causa nacional. Hagámoslo, antes de que sea tarde.


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Saúl Barrientos
  • Saúl Barrientos
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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