Gamés entró al vestíbulo del hotel Hilton-Barceló después de un viaje terso como la seda en la cabina de primera clase, obvio. Para pasar desapercibido llevaba unos finísimos lentes oscuros y una camisa con los cuellos erectos (no empiecen). Algunos viejos amigos lo reconocieron y él engarzó con ellos como la gema en el anillo. Abrazó a Gonzalo Celorio, flamante Premio Cervantes; saludó al adusto, hiératico y no del todo empático Leonardo Padura, cuyo más reciente libro Morir en la arena (Tusquets, 2025) es desolador, terrible y triste, muy buen escritor Padura.
Mientras se registraba en recepción con una dama que no brillaba por sus luces, apareció Carlos Puig, amigo y compañero de estas páginas de MILENIO Diario, quien le ofreció a Gil historias de primeras manos. Puig sabe todo y casi nunca cuenta nada. ¿A qué vienen esas sonrisitas sardónicas? Amigos de alta estofa le presentaron a escritores de la Barcelona de los cuales Gilga no tenía, ni tiene, ni tendrá noticia alguna. Mucho gusto, enchanté.
En su habitación, sometido a un momento de serenidad, Gil se llevó los dedos índice y pulgar al nacimiento de la nariz y caviló: todos están triunfando desaforadamente. Pas mal, el triunfo endulza la vida y ciega a la inseguridad, así sean triunfos enanos.
La palabra enano se le quedó pegada a Gamés porque un querido amigo le contó a Gilga en la primera cena y frente a un pato como para chuparse los dedos que él tenía “un tema con los enanos” y le dijo:
—Ahora hay fiestas llenas de enanos.
—¿De verdad? —respondió Gil un tanto desconcertado.
—Sí. La fiesta transcurre y en un momento dado llueven enanos.
—Interesante —añadió Gil mientras se metía un trozo de pato en la boca. ¿Hay patos enanos?
El libro del día
Gamés pondrá aquí, cada día de la semana un libro, una puerta al mundo, una ventana a la literatura. Gil cuenta: había leído los tres libros de António Lobo Antunes de Crónicas, que en realidad son iluminaciones narrativas, breves cuentos, viajes al interior de su memoria. Y el azar le puso enfrente esta novela: La última puerta hacia la noche (Random House, 2025). Las novelas de Lobo Antunes siempre le parecieron a Gilga buenísimas, pero un tanto árduas. Cuando entró a la primera página Gilga quedó atrapado. Ese es el trabajo de los escritores: que el lector no abandone el libro. Lean esto: “La mañana en que falleció mi cuñado, fue él mismo quien me despertó al teléfono para decirme agobiadísimo que esa noche había soñado su muerte mientras yo, más allá que para acá, envuelto en un sueño confuso que incluía enanos, alargaba la mano libre, aun no completamente mía en busca de las horas de la mesilla, que es donde las dejo al acostarme, después del quitarme el tiempo de la muñeca, mucho más rápido que en la provincia, en la ciudad todo tiene un movimiento que me hizo darle una patadita a la pequeña que vive conmigo y ella protesto enseguida, espesa, dándome la espalda
—Ahora ni te lo sueñes estoy durmiendo”.
Este es un principio de los que aprecia Gamés, sin mucho hilo suelto para bordar, más bien ya estampado en la trama narrativa. Cuentan los editores: “En esta novela, nacida a partir de un crimen real que sacudió a Portugal, Lobo Antunes, pule estilos que lo han convertido en una figura clave de la literatura en portugués, adentrándose en capas aún más profundas del subconsciente, para después regresar a la superficie a explicarnos sus hallazgos con palabras de este mundo”. Gil se fumará hasta el filtro esta novela de un empresario asesinado en presencia de su hija, y su cadáver disuelto en ácido sulfúrico”.
Páginas azules
Anochece en Guadalajara, el cielo despliega allá arriba extraños azules y tímidas nubes le dan toques blancos a la limpieza de la bóveda celeste (poetry, aigoeii). El vestíbulo del Hilton-Barceló es un hervidero, un ir y venir, como si todos fueran a dar la última conferencia antes del fin del mundo.
Todo es muy raro, caracho, como diría Balzac: “Hay que dejar la vanidad a los que no tiene otra cosa que exhibir”.
Gil s’en va