El acoso sexual en el ámbito laboral se ha normalizado de tal forma que incluso sancionarlo es considerado “una exageración”. Si bien en últimas fechas, con la visibilización de los movimientos de denuncias en redes tales como #MeToo y otros tantos, se ha llegado a creer que hemos logrado disminuir su incidencia, la realidad dista mucho de ese supuesto.
Aun en los sectores donde se cree que las mujeres han logrado disminuir su vulnerabilidad, sigue presente. Para el acoso sexual no hay diferencias. Lo llevan a cabo hombres en todas las jerarquías y en cualquier posición. Y aquellos hombres en posiciones de poder ni siquiera parecen conscientes de hacerlo o preocupados por sanciones.
Tales son los casos recientes en Nueva York, donde iniciaron denuncias en hilo mujeres que se han presentado para acusar al gobernador Andrew Cuomo de acoso sexual desde que la ex asistente Lindsey Boylan presentó señalamientos en su contra a fines de febrero. El político ha negado rotundamente haber acosado deliberadamente a sus acusadoras, alegando en cambio que tenía la intención de ser "juguetón". Y recalcó hace días: “no voy a dimitir”.
Otro caso de acoso y la sanción se están deliberando en la Asamblea Legislativa de Sao Paulo, Brasil. El Comité de Ética aprobó en días pasados suspender durante cuatro meses al diputado socialdemócrata del partido Ciudadanía, Fernando Cury, por toquetear sin consentimiento a su compañera en la cámara, Isa Penna, del Partido Socialismo y Libertad. A mediados de diciembre del año pasado, las cámaras de televisión de la Asamblea registraron a Cury acercándose por detrás de Penna cuando ella se encontraba apoyada en un atril, departiendo con un compañero. Cury le tocó uno de sus pechos y ella respondió con un empujón para apartárselo de encima.
No obstante haber sido sancionado, ahora se espera que la mayoría de la Asamblea Legislativa, formada por 48 diputados, ratifique el castigo el próximo 15 de marzo, situación que se ve complicada, pues para varios compañeros “él merece piedad”, “se olvidan de que es hombre de una sola mujer y merece perdón”, entre otros alegatos.
De acuerdo con un estudio lanzado por ONU Mujeres en México en 2019, los hombres acosan, porque por increíble que parezca, no saben que lo están haciendo. No se identifican a ellos mismos como acosadores, pues lo asocian a conductas callejeras o propias de personas en estratos socioeconómicos bajos o “carentes de estudios”. A mayor jerarquía de la escala social, más difícil que se sientan acosadores.
Además está el rol masculino impuesto, un estereotipo que ostenta al hombre como poderoso, conquistador y oprime a la mujer situándola como un ser con poca capacidad de elección y a espera de ser “halagada” por un hombre. Curiosamente, una de esas representaciones simbólicas, la parodia del galán francés personificada por el zorrillo de caricaturas Pepe Le Pew, está hoy bajo cuestionamiento justo por hacer ver como inocente broma el obligar a una mujer a satisfacer un apetito sexual.
Es innegable que los hombres han gozado de privilegios sociales gracias al pacto patriarcal perpetuado durante siglos. Toca romper ese pacto que ha legado conductas como el acoso y no sólo eso, sino la impunidad o falta de responsabilidad por sus comportamientos. Hacerlo implica, más que solo decirlo de palabra, renunciar a los privilegios por género. A ser responsables por sus conductas.
Romper el pacto patriarcal no algo fácil pero sí necesario. Alcanzar la igualdad no es tarea exclusiva de mujeres. Implica que los hombres tomen también responsabilidades.
*Maestra en Artes y doctora en Educación. Coordinadora del Departamento de Artes y Humanidades del Centro de Investigación y Desarrollo de Educación Bilingüe UANL.
@saraiarriozola