Al parecer, no siempre la humanidad se mueve en dirección de avanzar. Los últimos tiempos nos muestran que los retrocesos y caminar hacia atrás es posible. Para muestra un botón y Chile da prueba de ello.
En el marco del Día Internacional de los Derechos Humanos el próximo 10 de diciembre, vale la pena como latinoamericanos hacer una revisión de cómo vamos hasta el día de hoy.
Tras las últimas elecciones en Chile, algo nos debe de llamar a la reflexión. Este país, cuya historia carga consigo la marca del golpe militar en aquel 11 de septiembre de 1971 y la dictadura atroz de Augusto Pinochet, se enfila hacia un balotaje en el que las candidaturas punteras son las de Jeannette Jara, comunista,y José Antonio Kast, conocido militante de la extrema derecha. Ésta es la tercera vez que el hombre compite por el puesto, pero es la primera en la que tiene posibilidades reales de triunfo. Ya lo sabremos el próximo 14 de diciembre.
El caso no es algo aislado: así como se vivió la otra Marea Rosa en Sudamérica y algunos otros países de nuestro continente, al parecer hoy los gobiernos de derecha están de regreso.
Los casos más mediáticos incluyen a Javier Milei en Argentina, quien asumió el poder en 2023, y Rodrigo Paz en Bolivia, quien llegó a la presidencia en noviembre pasado. Figuras como Nayib Bukele en El Salvador han enarbolado como bandera los avances en seguridad, aunque ello implique la pérdida de garantías individuales y retrocesos democráticos en general.
No obstante, es difícil que la defensa de conceptos abstractos como la democracia y los derechos ganen el debate cuando necesidades básicas como el sustento diario se convierten en prioritarias para la supervivencia. De ahí el retorno de frases como “La ideología no da de comer”. Esta frase ya vieja y falaz está de retorno y muestra de ello la dio Rodrigo Pas Pereira, presidente de Bolivia, quien con ella enmarcó el discurso del día de su investidura. Bolivia, un país que fue bastión de las izquierdas, donde Evo Morales se convirtió en bandera del poder indigenista, hoy sucumbe ante este discurso que pareciera indiscutible.
Similar a lo acontecido en El Salvador, donde las cifras de violencia han disminuido de manera impresionante durante la gestión de Bukele. ¿La solución? Encerrar a cuanta persona pueda ser sospechosa sin debido proceso o presunción de inocencia y un terrorismo de Estado disfrazado de mano dura. Justiciero y no justicia es lo que se ha ofrecido, pero en un país asolado por el crimen, cualquier solución que permita vivir se aplaude.
Triste, pues América Latina no ha superado la etapa de péndulos. Se sueña aún con caudillos y no con estadistas que gestionen las condiciones necesarias para el desarrollo de estados democráticos con capital físico, humano y social para avanzar.
Soñar que ello es posible preservando los derechos humanos resulta algo que como latinos no nos atrevemos a exigir a nuestros gobernantes. Chile tendrá que dar cuenta si la memoria es corta, tan corta como para retornos de épocas oscuras que jamás debieron existir.