El proyecto educativo nacional parece más bien una oscura maquinación para devastar el futuro de nuestro país. Imaginen ustedes lo que será de México habitado por generaciones enteras de personas incapaces de comprender instrucciones, de expresar frases mínimamente articuladas, de escribir un párrafo bien redactado, de saber cómo está organizada la República, de realizar las más elementales operaciones aritméticas, de conocer la historia del mundo, de localizar las diferentes tierras en un mapa o de disfrutar de la lectura, entre tantas otras incompetencias.
Se habla de un tal bono demográfico, haciendo referencia a la cantidad de jóvenes que podrían sumarse aquí a la vida productiva. Y, en efecto, millones de ellos estarán prestos a acometer todas las tareas posibles y afrontar los más desafiantes retos.
Muy bien, pero ¿con qué cualificaciones contarán? ¿Estarán lo suficientemente preparados para desempeñar funciones que requieren, antes que nada, de una muy sólida formación? ¿Tendrán las habilidades necesarias? ¿Serán los egresados de un sistema riguroso y exigente, como el que han instaurado muchas otras naciones del planeta —justamente, para desarrollarse socialmente y competir en un entorno de enorme competitividad— o se encontrarán desprovistos de capacidades por haberse beneficiado (es un decir) de un modelo paternalista de mimos y complacencias en el que las obligaciones se desechan porque los comisarios del populismo las asocian al antiguo orden neoliberal?
Lo peor en estos momentos es que ya no se trata de no enseñar bien —lo cual sería en sí mismo absolutamente catastrófico— sino de adoctrinar a los escolares para que asimilen desde temprano el credo de doña 4T y se sumen a las filas de los que rechazan el “poder colonial”, el “capitalismo global” y, de paso, nuestra herencia cultural judeocristiana. Van a adoptar entonces una mexicanidad teñida de vociferante localismo y, desde luego, se van a diferenciar del pérfido Occidente al que ya no debemos pertenecer.
En nuestro porvenir se dibuja un siniestro escenario hecho de ignorancia y barbarie. Hace poco, un grupo musical no quiso ya tocar narcocorridos en una presentación: el público amenazó primero a los intérpretes y luego destrozó el local. Así, justo así es como vamos a competir con China, Corea del Sur y Japón.